Aunque el título de esta entrada da pie para ello, no voy a hablar
de la oscarizada película del
mismo nombre (Out of Africa, en la versión original), protagonizada en 1985 por Robert Redford y Meryl Streep. En
su día disfruté mucho con esa película, ambientada en Kenia, cuando
este país era todavía colonia británica. La acción se desarrolla en los años
previos a la Primera Guerra Mundial. Yo he pasado en Kenia diez días. Mañana a
primera hora regreso a Roma. Guardo gratos recuerdos (memories) de los días vividos en este país. Mientras escribo estas
líneas, el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, tras
una reelección muy polémica, está tomando
posesión de su cargo. Según leo a última hora, parece que se han producido dos muertos durante las manifestaciones de protesta. Pero me he propuesto no hablar ahora sobre este fascinante
país africano, sino sobre varias experiencias vividas durante los días que he
pasado en él. Alguna de ellas casi podría calificarse de “experiencia
cumbre” (peak experience),
aunque en este terreno conviene ser muy precavido. Nos hemos reunido 37
misioneros claretianos provenientes de varios países y tradiciones culturales.
Hemos examinado la situación de nuestras misiones en África (presentes en 17
países) y hemos concordado lo que tenemos que hacer en los próximos cuatro años.
Hemos vivido un fuerte sentido de unidad y corresponsabilidad siguiendo simbólicamente
“el camino de Emaús” (cf. Lc 24,13-35).
En algún momento –sobre
todo, en la celebración de la Eucaristía– he tenido la impresión de que
nuestras diferencias se esfumaban y de que vivíamos una profunda e inexplicable
comunión. No es fácil expresar con palabras algo semejante teniendo en cuenta
los prejuicios que todos acumulamos con respecto a las personas de otras etnias
y culturas. Es como si, por unos instantes, desaparecieran las divisiones y
todos nos sintiéramos parte de la misma familia, responsables de llevar
adelante solidariamente la misión encomendada. En la vida corriente se dan también,
a veces, experiencias que se le podrían asemejar, pero casi siempre vienen
mediadas por otras realidades (consumo de alcohol o psicotrópicos, ritmo
trepidante, victoria deportiva, etc.). ¿Cuál es la diferencia? La que existe
entre el vértigo y el éxtasis, o entre una
experiencia de exaltación y otra de exultación. Las palabras parecen semejantes (cambia solo una vocal),
pero su significado es muy diverso. En el primer caso (experiencias de vértigo
o exaltación), sentimos una euforia intensa, nos parece que desaparecen los
límites de la realidad, pero se trata de experiencias muy efímeras. Una vez
acabadas, nos dejan una sensación de resaca y frustración porque no logran
darnos el objeto de nuestro deseo. Todo se reduce a una impresión producida por
la alteración del sistema nervioso. En el segundo caso (experiencias de éxtasis
o exultación) experimentamos una alegría intensa y sostenida, que no nos “saca”
de la realidad sino que nos reconcilia con ella. Es duradera en el tiempo y nos
proporciona motivos y energías para vivir con más sentido y esperanza la vida
cotidiana.
Creo que lo
vivido estos días no ha sido una experiencia vertiginosa sino extática. Hemos
aprendido un poco más a salir de nosotros mismos, a “caminar
con los zapatos del otro” y, en definitiva, a recrear lo que nos une
por encima de nuestras diferencias: la común condición de seres humanos, la fe
en Jesús y la vocación misionera. Esta recreación nos permite volver a
nuestras comunidades -como los discípulos de Emaús volvieron a la comunidad madre de Jerusalén- con una alegría suave y con un compromiso más intenso de
vivir lo que hemos experimentado. Si no fuera por momentos así, sería muy
difícil llevar a cabo una misión conjunta. Enseguida se dispararían los
demonios de la autoafirmación, la búsqueda de privilegios, la pereza, etc. Estas
experiencias de profunda comunión y compromiso misionero son mis verdaderas “memorias
de África”, lo que me llevo dentro. Esta mañana he visitado el Parque Nacional
de Nairobi y el domingo asistí a un espectáculo de danzas tradicionales
y números acrobáticos. Conservo algunas fotos. Todo está bien, pero no es
comparable a la experiencia de exultación
que se ha producido en la Retreat House
de Subiaco. Los seres humanos necesitamos momentos así para no sucumbir a la
rutina de la vida cotidiana.
Querido Gonzalo,
ResponderEliminarEs un privilegio inmenso poder leer tus experiencias casi a diario y lo que no termino de explicarme es lo especiales que son. Agradezco tu generosidad por querer compartirlas, a pesar del esfuerzo que ello pueda suponer. Gracias, ojalá no pierda nunca la capacidad de sentirme extático,(me ha gustado la palabra) por las maravillas que día a día vivimos y no llegamos a valorar. Buen viaje de vuelta.
Juan
Que bien has definido uno de los motivos de tantos problemas: "demonios de la autoafirmación"...
ResponderEliminarMi madre siempre me decía desde pequeña que, en la vida, muchas veces es mejor "perder uno un poquito de su parte para que todo vaya mejor".
Gracias y buen viaje de vuelta.
Piluca visontina.