Cuando era
adolescente, uno de nuestros profesores nos recomendó algo que nunca he olvidado.
Nos dijo que para avanzar por el camino de la vida era preciso practicar (al
menos) un deporte, aprender a tocar (al menos) un instrumento musical y dominar
(al menos) una lengua extranjera. No lo decía solo por incrementar nuestras
destrezas y habilidades sino porque los tres son aprendizajes arduos que exigen método y esfuerzo
sostenido. En otras
palabras, los tres nos educan en la consecución de objetivos paso a paso, no de
manera instantánea. Nos obligan a dosificar los esfuerzos, a diferir las
satisfacciones, a entrenarnos con regularidad, a disciplinar nuestros impulsos, a rabajar en equipo… En definitiva, nos estimulan a
cultivar valores como la constancia, la capacidad de sacrificio, el apoyo
mutuo, la priorización de intereses, etc. Todos estos valores son muy útiles
para la vida en general, no solo para esas tres destrezas concretas. Como se
trata de aprendizajes arduos, estos valores no se improvisan de un día para
otro. Cuando los necesitamos para afrontar una relación, un trabajo o un nuevo
proyecto, no podemos acudir a ellos si previamente no los hemos cultivado. Y,
por desgracia, no figuran hoy en la escala de valores de muchas personas.
Ayer me acordé de
las recomendaciones de mi viejo profesor de bachillerato al escuchar los
informes de los diversos representantes de nuestras misiones africanas. Si comparo
la situación actual con la de hace doce años, compruebo que se ha dado un significativo
progreso. Hoy hay más vida comunitaria, más identidad claretiana, un apostolado
más diversificado y más fuentes para ir logrando la auto-sostenibilidad económica.
Hay que celebrar lo conseguido y seguir dando pasos porque quedan todavía muchas
cosas por mejorar. A la luz de esta experiencia, me convenzo aún más de que los
verdaderos cambios (tanto personales como institucionales) no se suelen
producir de la noche a la mañana, por vía rupturista, sino paso a paso, con
visión, esfuerzo, constancia, colaboración, acompañamiento, apoyo, evaluación…
y buen humor. Por eso, desconfío mucho de los políticos que nos prometen el
cielo en la tierra para conseguir nuestro voto, pero no se preocupan más que de
ganar las elecciones, no de proponer caminos arduos y articulados para
conseguir metas futuras. Es evidente que uno de estos caminos arduos es la
educación. Sin generaciones de jóvenes provistos de valores como el respeto, la
tolerancia, la generosidad, el esfuerzo, el sacrificio, la búsqueda, etc. es
inútil pretender sociedades libres, democráticas y solidarias. Sin medios
adecuados, nunca se consiguen los fines soñados. ¡Cuántas frustraciones se podrían
evitar si nos preocupáramos más de sembrar semillas y no tanto de recolectar
frutos!
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