Hasta ayer no sabía quiénes eran Alfred
y Amaia.
Ahora ya sé que son un chico catalán y una chica navarra que participan en el
concurso televisivo Operación Triunfo
de RTVE. Yo no tengo tiempo para seguir el programa desde Roma, aunque podría
hacerlo a través de internet. Pero ayer me topé por casualidad con un vídeo que me sedujo
desde el primer segundo. Vi a Alfred y Amaia sentados al piano e interpretando “City
of stars”, una canción melódica de la banda sonora de la película La, la, land
(2016). En su día, me gustó el tema interpretado
por el canadiense Ryan Gosling y la
estadounidense Emma Stone. Pero
confieso que la sencilla interpretación
de Alfred y Amaia me ha emocionado más. Ambos son músicos, pero todavía no han
sido devorados por la publicidad y el star-system. Se los ve auténticos, principiantes, emocionados. Consiguen transmitir una frescura que espero no pierdan con el paso del tiempo.
Cantaron en un inglés que suena distinto al de Ryan Gosling y Emma Stone. El de estos jóvenes españoles parecía una cinta de terciopelo suspendida en el aire.
Yo soy un enamorado de la música. No sabría vivir sin ella. En este Rincón he dejado constancia de ello. De vez en cuando, he
rescatado algunos de mis temas favoritos. He hablado de un grande como Bach
y de solistas
y grupos actuales de música religiosa. Me he detenido en mi admirada Carole
King, en la canción Yesterday
de Los Beatles y en la inconfundible voz de Edith
Piaf. Si tuviera tiempo, seguiría indagando. Tanto para los momentos litúrgicos más solemnes como para las
ocasiones lúdicas necesito echar mano de este lenguaje universal. Me sorprendo
a mí mismo cantando por los pasillos, casi nunca en la ducha, porque no es plan
ponerse a cantar a las 5:15 de la mañana. No encuentro otra forma mejor de superar
la barrera material y adentrarme en el mundo del espíritu. Porque la música es
eso: un fenómeno muy material (muy hecho de madera, nylon, metal, viento…) que,
sin embargo, nos abre a otra dimensión. Con
la música podemos entendernos todos los seres humanos. Es como si Dios nos
hubiera dotado de una lingua franca
para superar la dispersión a que puede conducir la diversidad de lenguas que
los seres humanos hemos ido creando a lo largo de la historia. Se suele decir que “hablando se entiende
la gente”. Yo corregiría el dicho haciéndolo más universal: “cantando se entiende la gente”.
Me gusta descubrir y agradecer los talentos de la
gente joven. En medio de la
normalidad de sus estudios y relaciones, Alfred y Amaia hacen saltar chispas de
belleza que redimen la vida cotidiana de su opacidad, que la hacen
transparente, hermosa, digna de ser disfrutada y compartida. Estas “chispas de
belleza” son también momentos de honda espiritualidad, boquetes a través de los
cuales se cuela la Belleza infinita de Dios. Son como un “rumor
de ángeles” que nos llega al oído del corazón y nos hace entrever
la cara oculta de la vida. No sé lo que el futuro deparará a estos dos jóvenes
músicos. No sé si ganarán el concurso televisivo o se perderán en el anonimato.
Solo sé que su interpretación del pasado lunes me ha llegado al corazón. Merece
la pena disfrutar con ella.
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