Desde la terraza
de mi cuarto veo el santuario de Fátima. Puedo llegar a pie en diez minutos.
Llegué a este lugar el lunes por la tarde. Soy uno más de los millones
de peregrinos que lo visitan cada año. Éste, 2017, ha sido un año especial porque se ha celebrado el centenario de las apariciones. A primera hora de la mañana, mientras escribo, hace frío, pero durante el
día la temperatura parece casi veraniega. A mis amigos ingleses, que han venido
para participar en este encuentro, les sorprendió anteayer la luz de Lisboa (“A cidade da luz”) y les siguió
sorprendiendo el cielo azulísimo de Fátima y su luz transparente, alejada del
ambiente neblinoso de la campiña inglesa. Hace año y medio, en otra visita a
este lugar, escribí que el futuro es de los místicos. Vuelvo a pensarlo ahora, estimulado por
el silencio de este singular recinto. El místico ha superado el dualismo que caracteriza la
vida humana y vive anticipadamente la experiencia de la unidad en Dios. Por
eso, si queremos superar las antonomias que tanto nos atenazan, esa pasión por
la disyuntiva “o-o”, necesitamos la experiencia mística. Solo en ella
comprendemos que las diferencias enriquecen y que la unidad no las mortifica
sino que las integra.
La advocación de
Fátima está íntimamente relacionada con el Inmaculado Corazón de María. Este
título dedicado a María de Nazaret, la madre de Jesús, tiene hondas raíces
bíblicas. Yo le tengo un cariño especial porque da nombre a mi congregación
misionera. Cada vez me convenzo más de que necesitamos un mundo con corazón. Solo cuando hay profundidad (para ver las cosas
desde su raíz), cordialidad (para amar con todo el corazón) y entrega (para
entender la vida como servicio) podemos vivir como seres humanos en medio de
nuestras innumerables diferencias. Sin corazón, el cuerpo social se desintegra,
cada parte funciona por su cuenta y pretende erigirse en el todo. Imagino a María,
tal como la presenta el evangelio de Lucas, guardando todo en el corazón. Este “guardar” no significa una actitud
acaparadora o intimista, sino la capacidad de ponderar las cosas desde el
centro donde habita el Misterio, de discernir el significado de los acontecimientos
dentro del plan de Dios, de encontrar respuestas que no
sean una reacción nerviosa a lo que sucede sino una expresión nítida de la
voluntad del Padre.
Me dicen en la
comunidad claretiana de Fátima que este año 2017 ha venido mucha gente al
santuario. El centenario se clausuró oficialmente el pasado 13 de octubre, pero
siguen afluyendo los peregrinos. Anoche participé en el rosario nocturno
y en la procesión de velas. Me uní a muchas personas de todo el mundo que, a través
de este gesto de caminar junto a María, querían dar un nuevo sentido
a la peregrinación de su vida acompañados por la madre de Jesús. Las velas, encendidas a partir de la luz del cirio pascual, nos recordaban que todos podemos iluminar este mundo si nos dejamos encender en Aquel que es la luz del mundo. Le pedí a la
Virgen de Fátima de una manera especial por todos los amigos del Rincón de Gundisalvus, especialmente por
aquellos que estáis atravesando alguna crisis o seguís buscando una orientación más clara para vuestra vida. Soy de los que creen en el poder misterioso de la
oración. Lo mejor de la vida no es fruto de nuestro esfuerzo o de nuestras
cavilaciones: lo recibimos como don.
Gracias por la oración, por el recuerdo y por tus preciosa reflexión. Hay que ir a Fátima para acercarse a ese sentimiento que tan bien has sabido expresar. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias por llevarnos en tu oración ante la Virgen y por tus reflexiones diarias que tanto nos ayudan.
ResponderEliminarGracias por guardarnos en tu corazón y ponernos en oración ante Mamita María en ese lugar místico y sagrado...Hoy participé "virtualmente" de la Misa en la capilla de la Aparición... Dios te bendiga querido amigo que nos evangelizas tanto con tus reflexiones!
ResponderEliminarQuerido Gonzalo,
ResponderEliminarGracias por tu oración por los amigos, por tu generosidad y por tener siempre tu mente implicada en hacer de éste un mundo mejor, para todos. Me enseñas a ser generoso. Un abrazo y sigue disfrutando del espíritu de tan bello lugar.
Juan