viernes, 29 de septiembre de 2017

Rumor de ángeles

Hace unos 40 años que leí el libro de Peter Berger que lleva el sugestivo título de Rumor de ángeles. La sociedad moderna y el descubrimiento de lo sobrenatural. Se han hecho incluso tesis doctorales sobre el pensamiento de este autor, que habla del cambio de paradigma que estamos viviendo en relación con el hecho religioso: de la secularización (ideal moderno) a la desecularización (meta pos-moderna). Es verdad que en estos años ha habido muchos cambios, pero las intuiciones de Berger siguen siendo estimulantes. De todos modos, no creo que este Rincón sea el lugar más adecuado para un debate académico sobre un asunto de esta envergadura. si así fuera, me temo que muchos lectores se echarían para atrás, pero hay algunas cosas que quisiera compartir. Lo hago precisamente hoy que celebramos la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. No es fácil hoy hacer una teología de los ángeles, a pesar de que en ciertos ambientes seculares se habla mucho de ellos. La pregunta es muy sencilla: ¿Cuáles son los signos que, en medio de esta sociedad secularizada, nos remiten a una dimensión que va más allá del mundo material o que se transparenta en el más acá de nuestra vida?

Peter Berger habla de varias realidades humanas que, vividas en profundidad, nos remiten siempre más allá de ellas mismas, como si fueran ventanas que se abren a una dimensión trascendente. La más significativa de las señaladas por Berger es, sin duda, la experiencia del amor, en sus múltiples formas. No es extraño que así sea porque, en el Nuevo Testamento, se llega a afirmar que “Dios es amor” (1 Jn 1,4). Esto significa que, cada vez que un ser humano tiene una genuina experiencia de amor, aunque no lo sepa, aunque no quiera denominarlo así, está experimentando a Dios. Pero, junto a esta gran ventana, Berger señala otras que forman parte de nuestra vida: el arte y el éxtasis, las matemáticas y la música, el juego y el ritual, y, por supuesto, la fe y la esperanza. Berger acentúa mucho el humor, como una forma excelente de tomar conciencia de nuestros propios límites y, aunque sea de forma paradójica, aludir a la existencia de otro mundo. Todo humorista es, en el fondo, un místico porque ha penetrado en el fondo de la naturaleza humana, ha descubierto sus límites y, sin embargo, no pierde la sonrisa: está abierto a la esperanza.

Sería interesante preguntarnos cuáles son las ventanas a través de las cuáles vislumbramos el misterio de Dios desde nuestra propia casa humana. Hay personas de sensibilidad artística que se estremecen con cualquier manifestación de arte. La via pulchritudinis (el camino de la belleza) constituye para ellas una vía privilegiada de acceso al Misterio. Hay personas de mentalidad más racional que quedan prendadas de las matemáticas (y de esa matemática sonora que es la música) y que encuentran en la racionalidad de todo cuanto existe una especie de eco de la racionalidad absoluta que es Dios. Es la via veritatis, el camino de la verdad. La mayoría de las personas perciben la huella del Infinito en las experiencias humanas que tienen que ver con el dolor, la injusticia, la compasión, la misericordia, el trabajo por la justicia y la paz, la solidaridad con los más pobres. Se sienten atraídas por la vía de la bondad. Es la via amoris. A menudo, estas vías no son caminos visibles, anchos, despejados. Se trata, más bien, de intuiciones, destellos, anhelos. O, por decirlo con la metáfora acústica usada por Berger, de rumores de ángeles, de sonidos que nos despiertan de nuestro letargo y nos hablan de una dimensión de la realidad más profunda de la que nosotros percibimos con nuestros sentidos corporales. Ya decía El Principito que “lo esencial es invisible a los ojos”. Creo que siempre será así. Hay realidades que producen ruido y, por eso, tienden a imponerse a corto plazo. Son las realidades que tienen que ver con el poder, el dinero y el placer. Parecen las más contundentes y reales, pero, en el fondo, son efímeras. Hay otras, por el contrario, que apenas se perciben. Son solo suaves murmullos. Son realidades discretas que pueden pasar desapercibidas para aquellos que están aturdidos por los ruidos, pero son, en realidad, las más duraderas porque nos remiten al Misterio que nunca pasa, que es fundamento de todo cuanto existe: En él vivimos, nos movemos y existimos(Hch 17,28).

Es probable que todos nosotros necesitemos una revisión de los “oídos del corazón” para comprobar si hemos perdido la capacidad de escucha debido a los potentes ruidos ambientales o, por el contrario, todavía tenemos la agudeza necesaria para percibir el rumor de ángeles que se escucha en nuestro mundo. 

2 comentarios:

  1. Como tantas veces te digo, ¡gracias! Habrá que afinar los oídos del corazón para percibir tantos "rumores de ángeles" a nuestro alrededor.

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  2. Genial!!!
    Mi mayor deseo poder vivir constantemente y mantenerme entre esos rumores y murmullos;
    Gracias

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