jueves, 28 de septiembre de 2017

¿Qué tal estás?

Hay preguntas marcadas por la cortesía que es mejor que no tengan una respuesta precisa. Si alguien pregunta en inglés: How are you?, casi todo el mundo se limita a salir del paso respondiendo: “Fine, thank you”. Algo parecido sucede en casi todas las lenguas. En español disponemos de varias preguntas, que varían según los países o personas. Una bastante frecuente es: “¿Qué tal estás?”. O, de manera abreviada: “¿Qué tal?”. La respuesta más típica y tópica es: “Bien, gracias”. A veces, se completa con la coletilla: “¿Y tú?”. Por lo general, sobre todo cuando se trata de saludos rápidos, nadie espera una respuesta larga. Se conforma con el lacónico: “Bien, gracias”. Pero, ¿qué pasaría si una persona se tomara en serio la pregunta y comenzara a contarnos cómo está en realidad? ¿Estamos preparados para escucharnos a ese nivel, o preferimos quedarnos en el nivel rápido y poco exigente de la cortesía? En el lenguaje juvenil, hace años que la tópica respuesta fue transformada en una pregunta con retranca: “Bien, ¿o te lo cuento?”. Es una forma de decir que es preferible que uno se quede con la impresión de que todo va bien, porque, si hubiera que responder de verdad, las cosas serían más complejas y probablemente no tan buenas.

El viejo análisis transaccional hablaba de cuatro posiciones existenciales básicas: Yo bien-tú bien; yo bien-tú mal; yo mal-tú bien y yo mal-tú mal. El método decía que cada uno de nosotros solemos seguir un guion tipo desde la infancia. No voy a revelar el mío, pero me sorprendo de que en las últimas semanas son varias las personas que, a la pregunta, ¿Cómo estás?, no se han limitado a responder con el típico “Bien, gracias”, sino que me han confesado abiertamente: “Estoy mal”. Y no a causa de una enfermedad o de un fracaso, sino como expresión de un tono vital bajo, rayano en la depresión. Es como si, ante la avalancha de malas noticias, uno ya no tuviera capacidad de digestión, y menos de reacción. Entonces, se enciende una luz roja que parece indicar: vivir así no tiene sentido, no encuentro placer en lo que hago, me siento solo, me aburre la comunicación con los demás, el mundo va de mal en peor, la fe (en el caso de los creyentes) no me sirve para nada cuando más la necesito… Es como si la sociedad en su conjunto fuera una especie de manicomio.  

Cuando alguien dice “Estoy mal” no busca una solución milagrosa. En realidad, la frase “Estoy mal” podría ser cambiada por otra más precisa: “Necesito que me escuches”. En situaciones así, todos necesitamos “el bálsamo de la escucha”. Lo que ocurre es que vivimos tan acelerados, tenemos tantas (hipotéticas) cosas que hacer, que muy pocas personas se ponen en disposición de que alguien responda de verdad a la pregunta: “¿Qué tal estás?”. La mejor forma de mostrar que estamos dispuestos a que la otra persona responda a sus anchas, explayándose todo lo que necesite, es formular la pregunta de tal manera que, por el tono y la inflexión de la voz, la otra persona perciba que no estamos formulando la típica pregunta de cortesía sino que, de verdad, estamos interesados en saber cómo está. No solo eso: que estamos dispuestos a tomarnos todo el tiempo necesario para que ella responda con tranquilidad. Un ejercicio tan sencillo como éste puede cambiar el tono vital de muchas personas. Cuando alguien me pregunta qué puede hacer para poner un poco de serenidad en la tensa situación social que estamos viviendo, mi respuesta es directa: escuchar. ¿Solo eso? ¡Solo! Haz la prueba.

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