domingo, 24 de septiembre de 2017

Samaritanos, no talibanes

Imaginemos que somos un buen grupo de judíos, temerosos de Dios, cumplidores de la ley de Moisés. Imaginemos que, por la predicación de los apóstoles de Jesús, nos hemos convertido y hemos aceptado el Evangelio. Imaginemos que procuramos, con sincero corazón vivir fielmente, el nuevo “camino”. Imaginemos ahora que un pagano griego, que hasta ayer ha adorado a los dioses y que ha vivido una vida licenciosa, acepta también el Evangelio y pide el Bautismo. Imaginemos que tanto nosotros como el neoconverso nos sentamos juntos en la misma mesa eucarística. ¿No habría alguien de los nuestros que se levantaría para decir que no es justo que un pagano recién convertido tenga los mismos privilegios que nosotros, que llevamos toda la vida sirviendo al Señor? Bueno, pues este problema se dio con frecuencia en las comunidades judeocristianas a las que Mateo dirige su Evangelio. En este contexto, en el que algunos cristianos de origen judío querían hacer valer sus méritos en relación con los provenientes del paganismo, Mateo cuenta la parábola de los jornaleros que van a la viña, que es la que nos propone el Evangelio de este XXV Domingo del Tiempo Ordinario. Tanto los que van a primera hora como los de la hora undécima (las cinco de la tarde), reciben el salario convenido. La indignación es manifiesta. Los primeros consideran que el propietario de la viña ha cometido una injusticia flagrante.

Por si somos urbanistas y no estamos muy familiarizados con el mundo agrícola, es mejor que imaginemos otras situaciones más cercanas a nuestro tiempo. Imaginemos que nosotros somos cristianos de toda la vida. Imaginemos que vamos todos los domingos a la iglesia. Imaginemos que colaboramos económicamente con la comunidad. Imaginemos que procuramos llevar una vida honrada según el Evangelio. Imaginemos que hemos contraído matrimonio canónico y educamos cristianamente a nuestros hijos. Imaginemos también -por imaginar que no quede- que ha llegado a nuestra parroquia un cura africano que se bautizó a los 18 años y que procede de una familia polígama. Imaginemos que ha sido elegido miembro del consejo parroquial un ex-yonqui que se pasó toda su juventud enganchado a la droga y sin pisar la iglesia y luego, vete a saber por qué, decidió regresar. Ahora parece un fervoroso catequista. Imaginemos… Cada uno de nosotros puede pensar en algunas situaciones anómalas que encuentra en su entorno y que chocan con su visión normal de las cosas. ¿Es posible que Dios nos trate a todos igual? ¿Es justo que no tenga en cuenta los méritos acumulados de quienes, desde niños, hemos sido “de los suyos”? ¿Qué pasa con los cristianos de toda la vida, con los cristianos “pata negra”, los de primera hora? ¿Tendremos que conformarnos con la misma paga que quienes han vivido a su aire y, a última hora, parece que han tenido un calentón fervoroso?

Con su parábola provocativa, Jesús pretende decirnos algo que la primera lectura de Isaías dice con palabras que hemos incorporado al acervo popular: “Vuestros caminos no son mis caminos” (Is 55,7). La manera como nosotros nos conducimos en la vida (con nuestros sistemas de méritos, recompensas, privilegios, etc.) no coincide con la manera como Dios ejerce su misericordia sobre los seres humanos. Cuando nos consideramos jornaleros de la primera hora, esta idea de Dios nos irrita. Nos parece injusta y discriminatoria. Cuando, por los vaivenes de la vida, hemos extraviado el camino y nos incorporamos a la viña a última hora, agradecemos que el Señor nos trate con misericordia, no según nuestros escasos méritos. La gran novedad del cristianismo con respecto al judaísmo es que la gracia ha vencido a la ley. Lo que importa no es tanto ser un cumplidor escrupuloso sino abrirse humildemente a la gracia que nos es dada. Algunos temen que esta visión de la fe produzca una especie de relativismo moral. Si Dios nos perdona y acoge, todo da igual. Nada más lejos de la realidad. Quienes han vivido el poder transformador de la gracia, solo saben responder con amor. Amor con amor se paga. Es probable que los cristianos de primera hora tengamos que revisar muchas falsas seguridades. A mayor tradición cristiana, mayor flexibilidad y apertura hacia quienes, por las circunstancias de la vida, llegan a última hora. Creo que esto es lo que Jesús nos propone. La Iglesia no es un grupo de talibanes preparados para echar a quienes se salen de sus esquemas, sino un grupo de pecadores de quienes Dios ha tenido misericordia, dispuestos a compartir esta misericordia con todos los que encuentran en su camino. Feliz domingo.

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