martes, 19 de septiembre de 2017

Lo importante es ser feliz

Es uno de los dogmas de moda. Un primo mío ha aprendido a despedirse con una fórmula que tal vez ha copiado de algún locutor de radio o presentador de televisión. Cuando se va de casa o sale de un bar no dice: “Hasta la próxima”, “Nos vemos mañana” o “Adiós”, sino: “Que seáis felices”. La cosa no tendría mayor importancia si no fuera por las connotaciones que la frasecita tiene. La gente suele responder: “Y tú también”, que es como un remedo secular de la respuesta litúrgica: “Y con tu espíritu”. Así que todos nos quedamos tan contentos, con la obligación de ser felices el resto de la jornada, pase lo que pase. Luego, resulta que la vida nos pone muchas veces contra las cuerdas y no es tan fácil cumplir el imperativo de ser felices. Viene esto a propósito de varias situaciones conocidas en los últimos meses. Se trata, en concreto, de un matrimonio que se ha separado tras diez años de convivencia, de un religioso joven que ha dejado su comunidad al poco tiempo de la primera profesión y de un sacerdote de mediana edad que ha decidido solicitar la “pérdida del estado clerical”, que es como se denomina ahora al popular “colgar la sotana”. Desconozco el proceso que les ha llevado a decisiones tan drásticas. Es posible que sean fruto de un largo discernimiento y quizás también la consecuencia de crisis insuperables. ¿Quién puede juzgar lo que sucede en la conciencia de las personas? Solo queda una actitud de cercanía, comprensión y apoyo. Lo que más me ha llamado la atención no han sido tanto los hechos (a los que uno nunca acaba de acostumbrarse, por más que se repitan con cierta frecuencia), cuanto algunos comentarios que he escuchado de personas allegadas: “Lo importante es que sean felices”. La felicidad -tan inconmensurable, por otra parte- se ha convertido paradójicamente en el baremo moderno para medir la verdad de nuestras decisiones.

Cuando uno contrae matrimonio, le promete al otro cónyuge “ser [le] fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad… todos los días de la vida”. Y lo mismo sucede cuando uno hace la profesión como religioso o recibe la ordenación sacerdotal: promete ser fiel a los compromisos adquiridos ante Dios. La fidelidad es, en condiciones normales, el camino hacia la felicidad. De hecho, son numerosos los novios que, a la hora de pronunciar la fórmula que acompaña la entrega de los anillos, se hacen un lío entre dos palabras fonéticamente semejantes: fidelidad y felicidad. Ambas constan de cuatro sílabas y comparten siete letras de las nueve que las forman. La primera, con todo, resulta más difícil de pronunciar, quizás porque es menos usada. Hace años, era tal el acento puesto sobre la fidelidad que uno estaba dispuesto a ser infeliz con tal de ser fiel. La sociedad le presionaba para ello. Hoy sucede lo contrario: uno prefiere ser infiel con tal de ser feliz. ¿O las cosas no son tan simples como parecen? ¿Es lo mismo fidelidad que permanencia? ¿Tiene sentido una fidelidad sin alegría? Fidelidad, ¿a qué o a quién? ¿No es la máxima expresión de fidelidad el respeto a la propia conciencia? Las preguntas no sobran.

El concepto de felicidad es sumamente esquivo. El DRAE define la felicidad como “estado de grata satisfacción espiritual y física”. Si nos internamos en el campo filosófico o psicológico, aumentan las perspectivas. Más allá de los matices, es claro que la felicidad no equivale, sin más, a la gratificación de todos nuestros deseos. Más aún: a veces, para ser feliz uno debe preterir o frustrar algunos deseos en aras de ideales superiores. Todos vivimos esto a diario. Por ejemplo, para experimentar la felicidad de aprobar un examen, necesito, por lo general, renunciar a algunas satisfacciones legítimas y dedicar tiempo al estudio. El hecho de conseguir el objetivo hace que estas renuncias no se conviertan en frustraciones sino en momentos necesarios del proceso. Los ejemplos podrían multiplicarse. La vida se basa en esta dinámica. Pero, ¿qué sucede cuando introducimos el concepto de fidelidad a la palabra dada o, en el caso de los creyentes, de fidelidad a Dios? Las cosas se complican un tanto. Tal vez un sencillo silogismo pueda arrojar un poco de luz. En algún caso, en el que me tocó acompañar a sacerdotes que decidieron dejar su ministerio, se produjo un curioso -aunque no muy elaborado- razonamiento. Se partía de una premisa que todo el mundo acepta hoy como incuestionable: “Dios quiere que seamos felices”. Es una premisa universal, como la que afirma que “Todos los seres humanos somos iguales”. Se añadía luego una premisa menor, circunstancial: “Esta mujer, de la que me he enamorado, me hace muy feliz”. La conclusión no se hacía esperar: “Luego, Dios quiere que me una a esta mujer y, para ello, que abandone mi sacerdocio”. ¿Cabe alguna objeción? ¿No es un silogismo perfecto? Todo sea en aras de la sacrosanta felicidad. “Hijo, me has dado un gran disgusto, pero lo que yo quiero es que tú seas feliz”, suele ser la respuesta resignada de una madre comprensiva. Ya se encarga mi primo de recordarnos esta máxima cada vez que se despide: “Que seáis felices”.

¿Dónde está el busilis? No, ciertamente, en la conclusión, que parece desprenderse por su propio peso, sino en la primera premisa. ¿Qué significa, en realidad, que “Dios quiere que seamos felices”? ¿Significa que él desea que gratifiquemos todas nuestras apetencias o, más bien, que, siendo fieles a la vocación recibida, encontremos en ella un sentido a la vida, no exento de crisis y dificultades; en una palabra, no exento de cruz? La felicidad, por decirlo un poco más técnicamente, ¿es cuestión de gratificación o, más bien, de sentido? ¿No reside la felicidad precisamente en la convicción de que, con la gracia de Dios, podemos ser fieles al don recibido (sea éste el matrimonio, la vida religiosa o el ministerio sacerdotal), aunque esto nos suponga en ocasiones renuncia y sufrimiento? No puede haber felicidad donde no hay fidelidad.  Ambas realidades son casi intercambiables. Ambas expresan lo que Dios es: feliz y fiel a un tiempo. Esto no significa, naturalmente, que uno no haya podido equivocarse en el discernimiento inicial o que no esté expuesto a situaciones difíciles que exigen una atención particular. No me refiero a los casos individuales, que siempre son únicos y necesitan ser abordados con mucha delicadeza y comprensión, sino al principio general. No estamos llamados tanto a ser felices (y menos a triunfar) cuanto a ser fieles. La felicidad será siempre el fruto maduro, como por añadidura, de una vida que busca, ante todo, conocer y cumplir la voluntad de Dios. Él nunca deja de dar sentido a nuestra vida (y, por lo tanto, de hacerla feliz), aunque atravesemos por períodos de sombras, tentaciones y dificultades. Pero no parece que sea ésta la perspectiva que hoy más se acentúa. Quizás eso explique nuestras frustraciones y tristezas. 

5 comentarios:

  1. Gran reflexión y conclusión. La sociedad del bienestar y ahora del hedonismo va por otro registro.

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  2. Gracias padre. Valiosa reflexión para tomarla encuenta en todos los estamentos sociales y cualquier profesión, oficio o ministerio a desempeñar. Va para todos nosotros.
    Ojala que especialmente los gobernantes y miembros corruptos de la sociedad hicieran un balance de su egoista actitud y respondieran a su fidelidad a una nación.

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  3. Buenos días... Más de uno si te leyera diría que estás descosido del tiempo actual. No me gusta la sociedad actual pero mis recuerdos de niña también te digo que sentía hipocresía en la gente pues tenían dos caras. Sabemos donde estamos, hagamos el mundo más amable con nuestro ejemplo, ese es mi lema. Buen día Gonzalo

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    1. Es probable que tenga dificultades para interpretar algunos fenómenos del tiempo actual. Comparto lo que creo sinceramente.

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  4. ¿QUIERES VER A DIOS?
    ¡LEE ESTO!
    Las tres cosas que te alejan y
    Las tres que te acercan a Dios
    - El exceso de alcohol te aleja de Dios
    - El exceso de drogas te aleja de Dios
    - El exceso de sexo sin amor también te aleja de Dios
    Las tres que te acercan a Dios
    - Ama a tu prójimo como a tí mismo
    - Aprende a perdonar y
    - A ser humilde
    Eternamente
    Joaquín Gorreta Martínez 62 años

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