domingo, 17 de septiembre de 2017

La energía atómica del perdón

Ayer, a eso de las dos de la tarde, este Rincón registró la cifra redonda de 150.000 visitas. Adjunto testimonio gráfico para que quede constancia. Coincidió con la entrada 529. Está claro que se trata de un rincón digital para “una inmensa minoría”. No es como para tirar cohetes. Aquí nada es viral. Acostumbrados a un meme simpático de los muchos que corren por el universo WhatsApp, o a un impactante videoclip de You Tube, ¿quién se toma la molestia de leer un texto de unas mil palabras y cinco minutos de duración, sobre cuestiones que casi siempre tienen que ver con la fe y que, sin embargo, no son de cotilleo eclesial? Está claro que no es un buen momento para la lectura y menos para la reflexión. Lo que cuentan son las emociones en estado puro, los subidones de adrenalina, las arengas mitineras, los dogmas sin matices. Es la hora de la tribu. Pero no hay que tirar la toalla. Quizás por eso es preciso seguir con el trabajoso oficio del pensar. Es menos gratificante que un exabrupto acompañado de un millar de likes, pero quizás también menos efímero. Aquí estamos en la estación de la siembra, no en la de la cosecha. La carta de Santiago nos da una pista: “Ved cómo el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia las lluvias tempranas y tardías. Pues vosotros, lo mismo: tened paciencia y buen ánimo, porque la venida del Señor está próxima” (Sant 5,7-8). No os vais a librar tan fácilmente de este escribidor. Queda mucho para lograr el millón de visitas. Y temas no faltan. Así que, paciencia y buen humor. Y quizás alguna chispa de creatividad para que no cunda la rutina.

Lo que nos ofrece la liturgia de este XXIV Domingo del Tiempo Ordinario no se puede expresar con palabras. Solo quien ha vivido por dentro el veneno de la venganza o quien ha experimentado alguna vez en su vida un perdón inmerecido puede entender de qué va el mensaje de Jesús. Ante una ofensa, los antiguos reaccionaban aplicando una violencia desmesurada. La ley del talión introdujo un poco de mesura: “ojo por ojo, diente por diente, herida por herida” (Ex 21,24). Eso del “ojo por ojo” le parecía a Gandhi el mejor camino para que todos acabáramos ciegos, pero no deja de ser un pequeño avance en la historia de la humanidad. El pueblo de Israel fue incluso más lejos: intuyó el poder de la misericordia. En la primera lectura de hoy se dice algo que me ha tocado el corazón: “Si un ser humano alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor?” (Eclo 28,3). En tiempos de Jesús, los escribas sostenían que un buen israelita debía perdonar hasta un máximo de tres veces. En ese contexto, se comprende mejor la pregunta con la que Pedro empieza el fragmento del evangelio de Mateo que leemos hoy: “¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces?” (Mt 18,21). La respuesta de Jesús es hiperbólica, desproporcionada, increíble: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Es decir, sin límites. Por si no quedara claro, les cuenta a todos -a nosotros- la orientalísima (por exagerada) parábola del rey (a quien le debían diez mil talentos) y del empleado (a quien le debían solo cien denarios). Me ahorro el esfuerzo de traducir a euros la astronómica cifra primera y la pequeña, pero no irrisoria (porque equivalía a cien jornales) cifra segunda.

Jesús habla de la energía atómica del perdón. Nos invita a ser misericordiosos como el Padre Dios (cf. Lc 6,36). Y todo esto suena -reconozcámoslo- a música celestial. ¿Quién tiene el coraje de perdonar cuando ha sido víctima de una flagrante injusticia, de una calumnia, de una violación o de un asesinato? ¿Quién perdona al cónyuge infiel, al pariente que ha extorsionado con la herencia familiar, al amigo que traiciona la amistad, al terrorista que ha asesinado a inocentes, al pederasta que abusa de niños, al corrupto que se aprovecha de los bienes públicos, al traficante de droga que esclaviza a muchos? Hay situaciones humanas que nos desbordan, que claman justicia… cuando no venganza. Es verdad que a menudo el mayor perjudicado es quien se deja llevar por estos sentimientos negativos. El odio corroe el propio corazón, hace inhumana la vida. Pero es un licor embriagador que seduce a muchos y que parece anestesiar el dolor. El odio, incluso en pequeñas dosis, es una droga de la que no es fácil liberarse. La única medicina conocida es el perdón. ¿Es posible perdonar a otro cuando uno mismo nunca ha tenido la experiencia de ser perdonado? Esta es la pregunta que Jesús nos fórmula con su parábola exagerada.

Ante Dios, nadie puede presumir de ser perfecto. Si lo hace, significa que no ha percibido la enormidad del amor de Dios y la pequeñez de su respuesta. Cuando uno se ha hundido en el propio pecado, cuando ha visto que el horizonte de la vida se cierra, cuando ha perdido la esperanza de encontrar una salida airosa, cuando los asideros ordinarios (la familia, el trabajo, la diversión) pierden valor, cuando desciende a la sima de la depresión… y siente que Dios no le pasa factura, sino que lo acoge como el padre de la parábola, entonces, solo entonces, comienza a intuir qué significa ser perdonado. Y solo entonces tiene coraje y fuerza para perdonar a otros. La experiencia es demasiado honda como para creer que uno la comprende a las primeras de cambio. Estas lecciones no se aprenden nunca leyendo un texto. La vida misma nos va colocando en situaciones límite en las que o nos hundimos o descubrimos la fuerza revolucionaria del perdón: primero, el que Dios nos regala; después, el que nosotros podemos compartir. Más a menudo de lo que creemos, la vida nos ofrece ejemplos maravillosos. Conviene contar estas historias reales de perdón, para que Caín no se convierta en nuestro único modelo.


1 comentario:

  1. Gonzalo: 150.000 visitas son muchísimas visitas y las que no puedes contabilizar porque son por correo, whatsapp.... ¡A por las siguientes 150.000¡¡¡¡¡. Gracias por seguir ahí. Un abrazo. María

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