jueves, 6 de octubre de 2016

No todos los lugares son iguales


Escribo desde la celda número 3 de la abadía de San Felice en Giano dell’Umbria, a unos 130 kilómetros al norte de Roma. El pequeño monasterio está rodeado de olivos, pinos, enebros, robles y encinas. Se yergue sobre una colina, a poco más de 500 metros sobre el nivel del mar. La temperatura es suave. El silencio envuelve todo el recinto como si fuera un manto protector. Viniendo de la ruidosa Roma, es quizá lo que más me llama la atención. Me corrijo. Lo que más me impresiona es que este lugar sea testigo de la evolución de la vida consagrada a lo largo de la historia. Aquí se conserva el cuerpo del mártir San Félix, martirizado en el siglo III. Por aquí han desfilado benedictinos, agustinos, pasionistas… Aquí se fundó la Congregación de Misioneros de la Preciosísima Sangre que, tras los años de la confiscación, volvió a este lugar en 1937. Y –lo que me resulta más sorprendente– aquí estuvimos los claretianos desde la primavera de 1897 hasta la primavera del año siguiente. No resistieron más porque –como reconocía el P. Xifré, el superior general de entonces– “no hay medios de subsistencia ni posibilidades de ganar almas para Dios”.


Desde el primer momento he sentido que el lugar tiene el peso de la historia. Como les gusta decir a algunos, transmite buenas “vibraciones”. No es que yo sea muy partidario de este tipo de cosas, pero reconozco que hay lugares que por su ubicación, su clima, su historia, su significado simbólico y su carga espiritual transmiten al visitante sensaciones que no se perciben en lugares más anodinos. La abadía de San Felice pertenece a este grupo. Ninguna obra moderna, por hermosa que sea, puede competir con lugares así. La historia no se improvisa en unos pocos años. Ya sé que son cosas incomparables, pero no puedo poner a la misma altura la última tienda de Zara y este monasterio multisecular. En fin, ayer me extendí mucho en una reflexión sobre la misericordia. Hoy os dejo con un post breve escrito al calor de este lugar entrañable que luce en todo su esplendor en estas primeras semanas del otoño umbro.

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