sábado, 8 de octubre de 2016

Antes de que sea tarde

Catedral de Spoleto
He vuelto a Roma después de tres días en la abadía de san Felice. Ayer tuve la oportunidad de visitar Spoleto, Norcia y Cascia. Recorrer estas tierras en otoño es sumergirse en un mar de colores y sensaciones. La región umbra como la Toscana es una sucesión de colinas, pequeños valles y algunas montañas en las que el paisaje está salpicado de olivares, viñedos, plantaciones de diverso tipo, bosquecillos de encinas, robles, enebros, pinos… El paisaje es fruto de una naturaleza ubérrima y del trabajo del ser humano, que ha habitado estas tierras desde hace milenios. Impresiona pensar que por aquí han desfilado patricios romanos, soldados de múltiples ejércitos, artistas como el Perugino o Filippo Lippi (cuyos murales admiré en la catedral de Spoleto) y, sobre todo, santos. 

Productos típicos de Norcia
La Umbría es una región de santos. Quizás los más conocidos son Francisco y Clara de Asís. Pero en estos días he tenido oportunidad de acercarme a las figuras de san Benito de Nursia, de santa Rita de Casia y de San Gaspar del Búfalo. El primero, patrono de Europa, nació en Norcia (Nursia en español). Norcia es un pueblo que vive de la figura de san Benito y de una gastronomía espléndida con algunos productos que llevan nombres muy alejados de la noble tradición benedictina. Uno puede encontrar comercios donde se venden productos cárnicos como coglioni di mulo o palle del nonno. Me ahorro las traducciones. Norcia es un pueblo afectado por el terremoto que sacudió el centro de Italia el pasado mes de agosto. Se ven edificios agrietados. Los monjes benedictinos han tenido que abandonar el monasterio. Casi todas las iglesias permanecen cerradas. Es la triste huella de una naturaleza hermosa que, de vez en cuando, se encabrita.

Tumba de santa Rita de Casia
Cascia es un pueblo de montaña sacado de un libro de cuentos. El paisaje habla por sí solo. En la cima de la colina se alza el monasterio de las monjas agustinas que conserva los restos de santa Rita, junto al santuario que lleva su nombre. Humanamente cuesta entender por qué una mujer (esposa, madre, viuda, religiosa) de hace seis siglos, nacida en un pequeño pueblo de la montaña umbra, sigue atrayendo a tantas personas de todo el mundo. El agustino que nos explicó el monasterio, nos hablaba de que continuamente llegan a este rincón peregrinos de todo el mundo. Yo pude observar a un numeroso grupo de polacos y a otras personas orando ante la urna que contiene los restos de la santa agustina.

Camino a la abadía de San Felice
San Felice es un monasterio del que ya hablé hace un par de días. En la hermosa cripta de la iglesia se venera el cuerpo del obispo mártir san Felice di Massa Martana. El lugar se asocia también a san Gaspar del Búfalo, fundador de los Misioneros del Preciosísimo Sangre que son quienes regentan ahora un lugar cargado de resonancias históricas. Podría detenerme en describir muchos detalles, pero mi reflexión no es cultural o artística. Recorriendo estas tierras impregnadas de cultura cristiana (por todas partes se ven iglesias, ermitas, monasterios, abadías…), me imaginaba a un niño de dentro de 50 años, cuando tal vez estos lugares estén poblados por personas indiferentes en materia religiosa o por musulmanes. El diálogo podría parecerse a éste:

- Papá, ¿quién construyó esa torre con campanas?
- Es una iglesia románica del siglo XII. La construyeron unos monjes.
- ¿Qué es una iglesia, papá? ¿Para qué sirve?
- Hace tiempo la gente se reunía en esos lugares para rezar.
- ¿Qué es rezar, papá?
- ¡Deja ya de preguntar y sigue caminando!
Cascia desde el santuario de santa Rita
Creo que, tras décadas de progresiva indiferencia, llegará una generación que se hará preguntas, que querrá saber por qué Europa está poblada de vestigios cristianos, que no se contentará con explicaciones superficiales, que no se creerá el cuento de que la fe es pura alienación, que sentirá interés por conocer las raíces de este continente, que redescubrirá y apreciará el inmenso legado de religiosidad, arte y cultura acumulado durante siglos. Espero que no sea demasiado tarde. Mientras ese momento llega, nos toca a nosotros custodiar el patrimonio, preguntarnos por qué esas gentes derrocharon ingenio, arte y medios económicos para hacer construcciones que no tenían un mero carácter funcional como la mayoría de las nuestras sino que buscaban dar gloria a Dios y servir a las necesidades de la Iglesia y de los pobres. Tomás de Aquino, Francisco de Asís, Michelangelo Buonarrotti, Leonardo da Vinci y tantos otros no eran estúpidos, ignorantes o ingenuos. Eran creyentes que no concebían el mundo sin referencia a Dios. 

En definitiva, tendremos que preguntarnos qué significa creer en Dios y entender la vida como una entrega a él. Recorrer con calma la Umbría ayuda a ello. 

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