miércoles, 29 de junio de 2016

Los elefantes no viven tan mal

El post de hoy llega con varias horas de retraso. Acabo de llegar a Nairobi procedente de nuestra misión de Ngaramara. He tenido que hacer casi 800 kilómetros en poco más de un día, pero ha merecido la pena. Cuando regrese a Roma escribiré con más calma sobre este viaje relámpago que me ha permitido conocer la misión más difícil de las que los claretianos tenemos en África oriental.  Esta mañana he pasado un par de horas en la Buffalo Springs National Reserve. No tiene la extensión y la variedad del Serengeti National Park de Tanzania, pero transmite la misma sensación de vivir en un mundo primigenio que poco tiene que ver con el que vivimos en las ciudades. He visto antílopes, avestruces, jirafas, cocodrilos, mandriles, puercoespines, infinidad de aves… Pero, desde luego, los elefantes me han cautivado. Hace seis años, en Serengeti, tuve una experiencia peligrosa. Una manada persiguió nuestro jeep. Tuvimos que poner pies en polvorosa. Y nunca mejor dicho porque los caminos eran tan polvorientos que apenas veíamos su curso. Hoy, por el contrario, los diversos grupos de elefantes que hemos visto se han comportado con tal corrección que parecían casi viejos colegas. De buena gana hubiera iniciado con ellos un diálogo más amistoso que el que mantuve hace unos días con el mosquito de Mombasa, pero no teníamos tiempo para exquisiteces. Viéndolos devorar ingentes cantidades de hierbas y de arbustos con absoluta tranquilidad, he tenido la impresión de que en la vida no hay ningún problema que merezca quitarnos la paz. Hakuna matata, como se dice en swahili: No hay problema. Mañana será otro día.

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