jueves, 30 de junio de 2016

Asante Bwana (Gracias, Señor)

Dentro de unas horas vuelo de regreso a Roma después de haber pasado tres semanas en Kenia. Lo que me sale del corazón es: Gracias, Señor (Asante Bwana, en suajili, la lengua más hablada en el país). He vivido junto al Océano Índico (en las bellísimas playas de Mombasa) y en la sabana árida de Isiolo, al nordeste del país. He experimentado el calor de la misión de Ngaramara, la humedad del sur y el frío del noviciado de Kibiko, el silencio del parque de Buffalo Springs y el tráfico ruidoso de Nairobi. He tenido que viajar en avión, coche, jeep, protegerme de los mosquitos y comer el chapati que tanto gusta a nuestros misioneros de la India. He conversado con el arzobispo de Mombasa, con el obispo de Isiolo y con los líderes de algunas comunidades. He hablado mucho, pero he escuchado más: no solo a mis hermanos claretianos sino también a la naturaleza impresionante. Kenia es la “cuna de la humanidad”. Viajando por el país se tiene la impresión de regresar en el tiempo al origen de todo. Es como si el paisaje se convirtiera en testigo mudo de la evolución del universo.

Un viaje, por corto que sea, está expuesto a muchos peligros e incidencias: desde una indigestión hasta un brote de malaria, un accidente de tráfico o un ataque de piratas somalíes. Mientras escribo, recuerdo y oro por las víctimas del atentado de ayer en el aeropuerto de Estambul. Estamos siempre en las manos de Señor; por eso, me siento muy agradecido por su constante protección. Hasta las cosas más pequeñas son expresión de su providencia. Los hombres y mujeres modernos no somos muy sensibles a esto porque creemos que casi todo depende de nuestras previsiones y controles. Pero yo, que soy una persona organizada, sé hasta qué punto las mejores cosas suceden de manera imprevista. Como suelen decir los ecólogos, no se trata de hechos sino de eventos; es decir, de sucesos que no estaban programados y que son portadores de novedad y a menudo de incertidumbre. 

Durante mi estancia en Kenia he hecho acopio de algunos eventos maravillosos como las conversaciones con algunos misioneros, el encuentro con un grupo de niños y mujeres de la tribu turkana en la remota aldea de Daaba, el silencio impresionante de la noche en la sabana, el viento casi constante en las playas de Mombasa… A medida que pase el tiempo olvidaré muchos detalles, pero lo vivido no se pierde porque contribuye a ensanchar mi experiencia de la vida. Desaparecen algunos recuerdos, pero queda lo aprendido. Una vez más, Asante Bwana.

Imagen de la Virgen negra con el niño en la misión de Ngaramara

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