viernes, 24 de junio de 2016

San Juan y los vendedores de la playa

¡Cómo me gusta el día de san Juan! Me recuerda los tiempos en que siendo estudiante quemaba junto con mis compañeros todos los apuntes del curso recién terminado en una gran hoguera que emulaba a las que se suelen encender en muchos lugares para celebrar la noche de san Juan. Por otra parte, este santo es un puente entre lo viejo y lo nuevo. Siento que hoy necesitamos personas así, capaces de unir lo que parece irreconciliable. Aprovecho para felicitar a todos mis amigos que llevan el nombre de Juan (fiel a Dios). 

Hoy quiero recordar también en este rincón al obispo claretiano Luis Gutiérrez que ayer fue enterrado en la catedral de Segovia, de cuya diócesis fue titular de 1995 a 2007. Siendo provincial de Castilla, recibió mi primera profesión como claretiano hace ya 40 años. Descanse en paz.

Apenas levantado, me entero de que en el Reino Unido el Brexit ha ganado. Resulta chocante que con tanta unión en sus respectivos nombres (Reino UnidoUnión Europea) los británicos prefieran la des-unión. Veremos qué consecuencias trae todo esto a medio y largo plazo. Leo también que, por fin, el gobierno de Colombia y las FARC, tras tres años de negociaciones, llegan a un acuerdo definitivo de paz que pone fin –¡esperemos!– a más de 50 años de conflicto. Y me impresiona que en España el número de muertes supere ya al de nacimientos. Muchos temas de calado en un día tan popular como la fiesta de san Juan. Pero tampoco el post de hoy va de lo que parece. No quiero hablar de ninguno de los temas anteriores sino de algo más ligado al lugar en el que estoy, de una pequeña historia que hace pensar en una muy grande y muy triste.

Ayer por la tarde, después de bañarme en las cálidas aguas del Océano Índico, me quedé un largo rato sentado frente a él, sin más objetivo que perder la vista en el horizonte de ese mar inmenso y dejarme llevar. Take it easy! Esta es una de las meditaciones que recomiendo a cualquiera, sobre todo a los interioranos, como se dice en América. Es como si los sentidos se dilataran y uno se adentrase en el más allá. Pero debo reconocer que en esta playa de arena finísima no es fácil disfrutar de mucho tiempo tranquilo. No porque haya muchos bañistas o curiosos (de hecho, no hay ninguno) sino porque enseguida acude una cuadrilla de jóvenes que se dedican a vender las conchas que recogen cuando baja la marea y diversas artesanías. Se pasan el día patrullando la costa en busca de turistas o extranjeros a los que ofrecer sus productos. El regateo forma parte de la transacción. Yo me he detenido a hablar con varios de ellos. Son amables y educados. Se manejan bien en inglés. Hemos llegado a un acuerdo sobre la fabricación de llaveros de caoba con los nombres de algunos miembros de mi familia. 10 llaveros, 10 dólares. Trato hecho.

Cuando, por fin, me dejaron otra vez solo pensé en el pasado, presente y futuro de estos jóvenes. ¿Por qué yo estoy disfrutando de un recinto confortable y ellos tienen que ganarse la vida vendiendo lo que recogen en el mar o lo que fabrican en sus pequeños talleres artesanales sin saber cómo les irá? ¿Qué hemos hecho unos y otros para merecer destinos tan diferentes? ¿Por qué yo dentro de unos días cogeré el avión de regreso a Roma y ellos permanecerán aquí, pateando descalzos la playa una y mil veces para ganarse unos pocos dólares cada día? Confieso que se me hizo difícil volver a mi cottage y encontrar que todo estaba a punto (excepto el agua, dicho sea de paso). Me sentí como el beneficiado de una injusticia que recorre el mundo y que nos divide entre privilegiados y excluidos. Sin la menor duda, me reconocí en el grupo de los privilegiados sin necesidad de ser Bill Gates o un descendiente del barón de Rothschild. Volví a entender por qué Jesús se pone siempre de parte de los últimos, por qué se esforzó en hacerles ver que para Dios eran los preferidos. Volví a entender un poco mejor el Magnificat de María: Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Y volví a entender que no hay fe auténtica que no tome en serio este hecho y se esfuerce por darle la vuelta.

Esta tarde volveré a encontrarme con ellos, recogeré los llaveros encargados y hablaremos más. Por encima de todo –regateo incluido– somos seres humanos.

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