martes, 6 de febrero de 2024

Sí llueve al sur de California


Ya estoy en la casa de retiros Mater Dolorosa, perteneciente a los Pasionistas. Se encuentra recostada en la montaña de una ciudad del condado de Los Ángeles llamada Sierra Madre. La lluvia no nos ha abandonado desde el sábado por la tarde. De hecho, hay varias zonas del condado que están inundadas. También aquí se notan las secuelas del agua. Día y noche nos acompaña la melodía saltarina de las gotas que chocan contra las tejas que cubren esta construcción de estilo colonial. 

Hacía mucho tiempo que no veía llover tanto y tan seguido. ¡Y eso que Albert Hammond cantaba aquello de Nunca llueve al sur de California! Tendrá que hacer cuanto antes una nueva versión más ajustada a la realidad actual. Aunque me encanta la lluvia, empiezo a echar de menos el sol californiano. Espero verlo antes de regresar a España al final de esta semana.


La asamblea en la que estoy participando como facilitador parece una maqueta de las Naciones Unidas. En los Estados Unidos y Canadá hay claretianos procedentes de 21 países distintos, desde España, Polonia e Italia hasta la India, Nigeria, Filipinas, Congo, Colombia, Perú y México. ¡Y, por supuesto, nativos de los dos países norteamericanos! La lengua común es el inglés, pero se oye también mucho español porque buena parte del trabajo pastoral se realiza con comunidades hispanas. 

Percibo un gran ambiente de fraternidad intercultural, aunque no es fácil empastar edades y mentalidades tan distintas. Una de las características de los Estados Unidos es su capacidad para convertirse en un melting pot que garantiza una unidad mínima sin sacrificar la diversidad. Se trata de atraer a un proyecto común, no de imponerlo a toda costa.


Me sorprende el número de jóvenes profesionales que, tras años de experiencia laboral, pasada la frontera de los 30, se han sentido llamados a la vida misionera. Es probable que en Europa comience a pasar algo semejante en los próximos años. Es obvio que no se les puede proponer itinerarios y estilos formativos como si tuvieran 18 o 20 años. Me doy cuenta también de que, a diferencia de lo que observaba hace unos años, ha crecido el aprecio de la adoración, como si el Cristo Eucaristía tuviera un magnetismo irresistible, sin cosificarlo, sin reducirlo a reliquia de exposición. 

La sala en la que trabajamos se parece, salvadas las inevitables diferencias, a la sala en la que se tuvo la última sesión del Sínodo de los Obispos. Todos estamos reunidos en torno a mesas redondas. No es cuestión de que unos hablen desde el atril y otros escuchen como si estuviéramos en una sala de conferencias. Aquí todos cuentan y todos participan. Ninguna voz queda excluida. El reto metodológico es hacer llegar al río grande el caudal de tantos pequeños afluentes. Creo que lo conseguiremos. El camino está ya empezado.

1 comentario:

  1. Me gusta la idea que das hablando del reto metodológico: “hacer llegar al río grande el caudal de tantos pequeños afluentes”. Lo descubro aplicable en diferentes momentos de la vida.
    Gracias Gonzalo por todo lo que nos transmites… Unidos en oración.

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