martes, 25 de julio de 2023

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres


La frase no tiene que ver nada con las recientes elecciones. La tomo del discurso del apóstol Pedro ante el sanedrín cuando él y los demás apóstoles fueron interrogados. Se nos cuenta en el fragmento de los Hechos de los Apóstoles que leemos como primera lectura en la solemnidad de Santiago Apóstol. Podría haberme fijado en otras palabras que me han sacudido, tanto de la segunda lectura (“Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”) como del evangelio (“¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”), pero, por alguna razón, me quedo con las palabras de Pedro. 

¿Qué significa obedecer a los hombres? ¿Qué significa obedecer a Dios? ¿Se trata de dos obediencias enfrentadas? En el fondo, aunque lo formulemos con otras palabras, este es un drama muy actual ante el que adoptamos posturas diferentes. Para algunos cristianos, “obedecer a los hombres” (las leyes de un país, las corrientes actuales de pensamiento, las modas culturales) equivale a “obedecer a Dios” porque Él se nos manifiesta en los llamados “signos de los tiempos”. No hacerlo equivaldría a no saber leer la historia como escenario de la revelación de Dios.


Para otros, por el contrario, la “obediencia a Dios” está casi siempre en contraste, cuando no en oposición, con la “obediencia a los hombres”. Son los cristianos que consideran que el Evangelio es siempre contracultural, que no debemos plegarnos a los dictados del mundo, sino, más bien -como fue el caso de Santiago- debemos correr el riesgo de ser excluidos e incluso asesinados. Historias como la de Santiago se están viviendo en Afganistán, Corea del Norte, China, Nicaragua, Nigeria, Yemen, Pakistán y otros muchos países donde los cristianos se atreven a desafiar a los poderosos de turno. Es verdad que el cristiano se adapta los tiempos y madura con la historia, pero tengo la impresión de que hoy, si somos sinceros, muchos de nosotros obedecemos más a los hombres que a Dios. 

Si ponemos en una balanza el peso de la propuesta de Jesús y los valores que hoy nos propone el mundo, pesaría más el platillo del mundo. Esto no significa que no amemos a Jesús o que no tomemos en serio su Evangelio. Somos, por lo general, personas piadosas, buenas y entregadas. Me parece que el problema reside en que no queremos pagar el precio que exige este amor. Procuramos poner una vela a Dios y otra el diablo. Hablamos de solidaridad con los pobres a la vez que mantenemos un estilo de vida confortable. Cultivamos la oración sin renunciar a las modas imperantes, aunque estas reflejen una visión de la vida de espaldas a Dios.


Cada vez que celebramos la fiesta de un apóstol -y Santiago es un claro ejemplo- tendríamos que recordar que todos los seguidores auténticos de Jesús han sido perseguidos. Y no por comportarse como aguafiestas, sino porque su testimonio de vida denuncia la inconsistencia de este mundo. Todo auténtico profeta es siempre una piedra en el zapato. Incomoda, rompe los esquemas, denuncia. Obedecer a Dios antes que a los hombres no significa, por supuesto, una actitud hostil ante los seres humanos o ante el progreso científico y técnico, sino una actitud lúcida para no aceptar gato por liebre. Creo que hoy estamos viviendo ejemplos sonoros, aunque no todo el mundo piensa lo mismo. 

Pienso, por ejemplo, que en los famosos 17 objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas hay muchas cosas aceptables, pero reconozco también una “agenda oculta” que, tras un lenguaje impecable, aspira a una gobernanza mundial en la que no hay sitio para Dios, sino para una élite económico-política que quiere controlar todo. Echo de menos en nuestra manera de vivir la fe más audacia, más capacidad de denuncia y, sobre todo, más valentía para asumir los riesgos que esto supone. Por eso, admiro tanto a los cristianos que hoy se están jugando la vida por creer en Dios y por no temer miedo a confesar su fe en Jesucristo y el Evangelio, aunque parezcan personas a contracorriente o un poco fuera de este mundo. Sigue habiendo dignos seguidores del intrépido Santiago.
[Por cierto, la provincia claretiana a la que pertenezco de llama Provincia de Santiago].

3 comentarios:

  1. Ante esta reflexión me lleva a las preguntas: ¿sabemos escuchar a Dios? El nos habla y nos habla a diario pero vivimos tan aprisa que no tenemos tiempo para interpretarle.
    ¿Somos lo suficiente maduros para distinguir si obedecemos a Dios o a los hombres?
    Creo que nos falta reconocer que necesitamos ayuda para saber interpretar, a lo largo del día, todas las veces que Dios se hace presente en nuestra vida y no vivir confundidos.
    Gracias Gonzalo… nos ayudas a ir descubriendo a Dios en los quehaceres de cada día.

    ResponderEliminar
  2. El Señor nos busca porque nos ama, no hagamos oídos sordos y
    sigámosle

    ResponderEliminar
  3. Ignoraba la existencia de esa agenda. Por tu mención me he interesado. Gracias.Padre. Pediré a Dios ser más audaz.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.