La actualidad ofrece muchos frentes, pero yo prefiero escribir sobre la gran merienda popular en la que participé ayer por la tarde. Hace ya tres años colgué una entrada
sobre esta “caldereta
ecológica” que se celebra en mi pueblo como colofón de las fiestas
patronales. Ahora quiero referirme a ella desde otra perspectiva. Que varios
cientos de personas se reúnan en un claro del bosque para comer juntas y que
esta tradición no se haya perdido a pesar del individualismo moderno es un gran logro. Más aún: es un precioso símbolo que conecta con algunos de los sueños bíblicos. Estoy
recordando ahora el texto del profeta Isaías: “El Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos, en este monte, un
festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares
deliciosos, vinos generosos. Arrancará en este monte el velo que cubre a todos
los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones; y aniquilará la muerte para
siempre. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la
tierra entera el oprobio de su pueblo –lo ha dicho el Señor–” (Is 25,6-8).
El sueño de Dios de una humanidad reconciliada se expresa a través de un gran
festín celebrado en el monte. Comer juntos reconcilia a las personas, libera la
alegría que llevamos agazapada en nuestro interior, anticipa el final de la
historia.
Ayer hizo una
tarde deliciosa. La temperatura era suave, la luz era discreta. Los grupos familiares, a modo de tribus bíblicas, se agrupaban
en torno a las mesas cubiertas de manteles. Solo unos pocos conservan la antigua tradición de merendar recostados en la hierba. El bosque se convertía en un enorme
restaurante popular. Si es posible que todo un pueblo se reúna para comer una
vez al año y abra sus mesas a cualquiera que desee unirse a la fiesta, ¿por qué
no van a ser posibles otros “milagros” en la vida social? La comunidad romana de
Sant’Egidio, por ejemplo, transforma todos los años el día de Navidad
la bellísima basílica de Santa Maria in
Trastevere en un
comedor para los pobres del barrio. Necesitamos multiplicar los signos
de comunión antes de que el individualismo nos encierre en la cárcel de
nuestra casa y de nuestro propio yo. Necesitamos estar juntos, mirarnos a la
cara, hablar, compartir la comida, recrearnos. En el lenguaje monástico se
llama “recreación” al tiempo libre que los monjes comparten. Es un término
hermoso porque alude al hecho de que, cuando están juntos, renuevan –recrean–
los vínculos que los unen. En el lenguaje moderno no se habla de recreación
sino de “entretenimiento”. Lo que se persigue con las muchas actividades lúdicas
que la sociedad de consumo nos ofrece no es fortalecer los vínculos entre
nosotros sino simplemente ayudarnos a matar el tiempo, a vencer el
aburrimiento.
Confieso que ayer
disfruté mucho. Respiré el aire del pinar, comí saltándome algunas reglas de
moderación, conversé con mis familiares y amigos y, sobre todo, vi a las personas
relajadas, serenas, sin las prisas con las que solemos hacer casi todo. Fueron
cuatro horas de verdadera “recreación”. Al final, como en el caso de la
multiplicación de los panes y los peces realizada por Jesús, cada grupo fue
recogiendo las sobras en sus bolsas y cestas. Los restos de la merienda servirán
para la comida de hoy. Como en toda fiesta que se precie, la abundancia no es
señal de despilfarro, sino expresión de un espíritu generoso que no calcula al milímetro,
sino que siempre piensa que pueden añadirse nuevas personas al grupo de
comensales. Por la serenidad y alegría con que se merienda, por la abundancia
de las viandas, por los diálogos sabrosos, por el espíritu fraterno y festivo,
esta merienda popular es un antídoto frente a la dispersión y la tristeza que
muchas veces amenazan la vida social. ¡Ojalá nunca se pierda este “sacramento” de
encuentro, esta especie de eucaristía secular que acomuna naturaleza, seres
humanos y Dios!
¡Qué experiencia más hermosa! Ciertamente ese es el sueño de Dios y como evidencias, no es imposible y nos hace tanto bien, porque nos da Vida!
ResponderEliminarMuy buena reflexión Gonzalo. Desgraciadamente, como bien dices en tu entrada, estamos perdiendo contacto los unos con los otros. Las tecnologías nos acercan mucho pero al mismo tiempo nos separan, y lo que es más grave aún, nos deseducan.
ResponderEliminarEstos pequeños actos de comunión nos acercan los unos a los otros y nos permiten suavizar y paliar problemas sociales y de convivencia que luego salen a la luz.
Pablo Melero.