lunes, 19 de agosto de 2019

Un festín popular

La actualidad ofrece muchos frentes, pero yo prefiero escribir sobre la gran merienda popular en la que participé ayer por la tarde. Hace ya tres años colgué una entrada sobre esta “caldereta ecológica” que se celebra en mi pueblo como colofón de las fiestas patronales. Ahora quiero referirme a ella desde otra perspectiva. Que varios cientos de personas se reúnan en un claro del bosque para comer juntas y que esta tradición no se haya perdido a pesar del individualismo moderno es un gran logro. Más aún: es un precioso símbolo que conecta con algunos de los sueños bíblicos. Estoy recordando ahora el texto del profeta Isaías: “El Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares deliciosos, vinos generosos. Arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones; y aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera el oprobio de su pueblo –lo ha dicho el Señor–” (Is 25,6-8). El sueño de Dios de una humanidad reconciliada se expresa a través de un gran festín celebrado en el monte. Comer juntos reconcilia a las personas, libera la alegría que llevamos agazapada en nuestro interior, anticipa el final de la historia.

Ayer hizo una tarde deliciosa. La temperatura era suave, la luz era discreta. Los grupos familiares, a modo de tribus bíblicas, se agrupaban en torno a las mesas cubiertas de manteles. Solo unos pocos conservan la antigua tradición de merendar recostados en la hierba. El bosque se convertía en un enorme restaurante popular. Si es posible que todo un pueblo se reúna para comer una vez al año y abra sus mesas a cualquiera que desee unirse a la fiesta, ¿por qué no van a ser posibles otros “milagros” en la vida social? La comunidad romana de Sant’Egidio, por ejemplo, transforma todos los años el día de Navidad la bellísima basílica de Santa Maria in Trastevere en un comedor para los pobres del barrio. Necesitamos multiplicar los signos de comunión antes de que el individualismo nos encierre en la cárcel de nuestra casa y de nuestro propio yo. Necesitamos estar juntos, mirarnos a la cara, hablar, compartir la comida, recrearnos. En el lenguaje monástico se llama “recreación” al tiempo libre que los monjes comparten. Es un término hermoso porque alude al hecho de que, cuando están juntos, renuevan –recrean– los vínculos que los unen. En el lenguaje moderno no se habla de recreación sino de “entretenimiento”. Lo que se persigue con las muchas actividades lúdicas que la sociedad de consumo nos ofrece no es fortalecer los vínculos entre nosotros sino simplemente ayudarnos a matar el tiempo, a vencer el aburrimiento.

Confieso que ayer disfruté mucho. Respiré el aire del pinar, comí saltándome algunas reglas de moderación, conversé con mis familiares y amigos y, sobre todo, vi a las personas relajadas, serenas, sin las prisas con las que solemos hacer casi todo. Fueron cuatro horas de verdadera “recreación”. Al final, como en el caso de la multiplicación de los panes y los peces realizada por Jesús, cada grupo fue recogiendo las sobras en sus bolsas y cestas. Los restos de la merienda servirán para la comida de hoy. Como en toda fiesta que se precie, la abundancia no es señal de despilfarro, sino expresión de un espíritu generoso que no calcula al milímetro, sino que siempre piensa que pueden añadirse nuevas personas al grupo de comensales. Por la serenidad y alegría con que se merienda, por la abundancia de las viandas, por los diálogos sabrosos, por el espíritu fraterno y festivo, esta merienda popular es un antídoto frente a la dispersión y la tristeza que muchas veces amenazan la vida social. ¡Ojalá nunca se pierda este “sacramento” de encuentro, esta especie de eucaristía secular que acomuna naturaleza, seres humanos y Dios!

2 comentarios:

  1. ¡Qué experiencia más hermosa! Ciertamente ese es el sueño de Dios y como evidencias, no es imposible y nos hace tanto bien, porque nos da Vida!

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  2. Muy buena reflexión Gonzalo. Desgraciadamente, como bien dices en tu entrada, estamos perdiendo contacto los unos con los otros. Las tecnologías nos acercan mucho pero al mismo tiempo nos separan, y lo que es más grave aún, nos deseducan.

    Estos pequeños actos de comunión nos acercan los unos a los otros y nos permiten suavizar y paliar problemas sociales y de convivencia que luego salen a la luz.

    Pablo Melero.

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