sábado, 17 de noviembre de 2018

Me alegro de verte

La vida social está llena de saludos que, a menudo, no pasan de fórmulas de cortesía: Buenos días, Buenas tardes, ¿Cómo estás? En cada lugar se modulan de formas diferentes. Entre la selva de estos saludos que prodigamos sin mayor esfuerzo, hay uno que me llama la atención porque expresa bien el milagro del encuentro: “Me alegro de verte”. Hay personas que, cuando se encuentran con alguien a quien no han visto desde hace mucho tiempo, lo primero que se les ocurre es saludarlo con perlas como estas: “¡Uy, qué gordo estás!”, “Te encuentro muy envejecida”, “¡Cómo se nota que nos va faltando pelo!”, “¡Cómo has cambiado, si casi no te reconocía!”. No creo que a nadie le guste entrar en un diálogo a través de esta desagradable puerta de entrada. Las personas que la usan ni siquiera se dan cuenta del impacto emocional que estas frases absurdas y burlonas pueden tener en la otra persona. Las lanzan como dardos y se quedan tan frescas, con lo cual demuestran una insensibilidad que las incapacita para moverse con soltura en el complejo campo de las relaciones humanas.

Hay otras personas, por el contrario, que, cuando saludan, están reconociendo la dignidad de sus interlocutores. Este reconocimiento se hace mediante la mirada, los gestos y, sobre todo, las palabras. Decir “Me alegro de verte” abre las puertas a una comunicación serena, agradable, empática. Cuando alguien me dice “Me alegro de verte” me está diciendo, con solo cuatro palabras, que significo algo para él o para ella, que mi presencia es portadora de alegría, que merece la pena haberme conocido, que se encuentra a gusto conmigo y que podemos continuar conversando de tú a tú. Cuando yo le digo a alguien “Me alegro de verte” no sucumbo a las normas de urbanidad (nadie me obliga a hacerlo), sino que expreso un sentimiento de dicha que me esponja el alma. A través de esas cuatro palabras (también en inglés son cuatro: Nice to see you), quiero decirle que significa mucho para mí, que en ese momento no hay nada más importante que prestarle atención y dedicarle mi tiempo, que mi vida no sería la misma sin los lazos que nos unen, que podemos seguir tejiendo una relación que nos construye a los dos. ¡Cómo cambia la vida cuando vivimos los encuentros como una explosión de alegría! Siento compasión de las personas a las que nadie les dice “Me alegro de verte”. Me duele también saber que hay otras que no pueden pronunciar estas palabras porque nunca se encuentran con nadie a quien dirigírselas.

Nuestros familiares y amigos se alegran de vernos, pero quien más se alegra es Dios mismo. Frente a la imagen de Dios, innecesariamente fría y distante, que muchos tienen, Jesús nos ha revelado a un Padre que cada mañana, apenas abrimos los ojos, nos dice: “Me alegro de verte”, “Me alegro de que seas mi hijo o mi hija”, “Quiero vivir este día a tu lado”, “No eres un ser sobrante, te quiero como eres”. Que Dios se alegre de nuestra existencia quiere decir que, por muy cuesta arriba que se nos ponga la vida, no tenemos ningún motivo serio para despreciarla. Si Dios se alegra de vernos cada día, también nosotros podemos alegrarnos de ver a quienes se cruzan en nuestro camino. Es verdad que a veces rehuimos ciertas presencias antipáticas, es verdad que no todo el mundo nos cae bien, pero la única forma de romper estas barreras emocionales es alegrarnos con las otras personas porque también Dios se alegra con ellas. Nadie queda excluido de la fiesta de la vida. Dios no mira a nadie con saña o rencor, ni siquiera a quienes lo desprecian o ignoran.

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