sábado, 8 de septiembre de 2018

Volver a nacer

La liturgia católica celebra solo tres nacimientos: el de Jesús (25 de diciembre), el de Juan el Bautista (24 de junio) y el de la Virgen María (8 de septiembre). Hoy es precisamente la fiesta de la Natividad de la Virgen María. Al igual que sucedió el mes pasado con la Virgen de agosto (la Asunción), también con motivo de la Virgen de septiembre (la Natividad), muchos pueblos celebran su fiesta patronal. Se multiplican por todas partes las celebraciones, incluyendo las profesiones religiosas. Muchas órdenes y congregaciones escogen esta fiesta para que los novicios emitan su primera profesión o los profesos temporales hagan la profesión perpetua. Hace un par de años escribí sobre mis dos mamás porque el nacimiento de la Virgen María (8 de septiembre) y el de mi madre (9 de septiembre) van seguidos. Hoy prefiero fijar mi mirada en una experiencia que muchas personas viven en torno a la mitad de la vida: el renacimiento espiritual. Cuando alguien ha tenido un grave accidente de tráfico del que ha salido ileso o cuando ha superado una enfermedad que parecía incurable, suele decir: “Hoy he vuelto a nacer”. Volver a nacer es como disfrutar de una segunda vida y, con ella, de una nueva oportunidad para plantear las cosas de otra manera. Pero no hace falta salirse de la carretera o pasar por el quirófano para experimentar la necesidad de volver a nacer.

Muchas personas de entre 40 y 50 años experimentan la llamada crisis de la mediana edad. No es fácil describir en qué consiste. Las causas y manifestaciones difieren de una persona a otra, pero me parece que suele haber un elemento común: la impresión de que se ha cubierto la mitad de la vida y la necesidad de aprender de ella para reforzar los aspectos positivos y aprender de los negativos en la segunda mitad. Con frecuencia esa segunda mitad acentúa lo que en la primera fue débil o escaso. Muchas mujeres, por ejemplo, desarrollan aspectos masculinos de su personalidad. Muchos hombres, por el contrario, redescubren sus aspectos femeninos, si es que todavía se pueden usar estas categorías (masculino-femenino) sin caer en simplificaciones o estereotipos. Con respecto a la experiencia religiosa se produce un fenómeno curioso. Quienes en la primera mitad de la vida se mostraron indiferentes o fríos comienzan a hacerse nuevas preguntas acerca de la existencia de Dios, del verdadero sentido de la vida, del significado de la oración, de la pertenencia a la Iglesia, etc. Paradójicamente, quienes fueron muy religiosos en la primera mitad suelen atravesar un período más o menos largo de dudas, sequedad, cansancio y ganas de dejarlo todo y emprender un nuevo camino. Es como si la fe les cansara y sintieran la tentación de aliviar su vida desembarazándose de ella.

Es interesante caer en la cuenta del papel de María en esta encrucijada vital. Para quienes experimentan el cansancio de la fe y las ganas de tirar la toalla, ella aparece como la mujer que supo “permanecer” hasta el final junto a su Hijo, que no se dejó amedrentar por la prueba del dolor. El “stabat mater iuxta crucem” (la madre permanecía de pie junto a la cruz) resume en solo cuatro palabras esta actitud de resiliencia y confianza. Por eso es aconsejable mirar e implorar a María en los momentos de cansancio. Junto a ella aprendemos a superar el desánimo que nos visita en la mitad de la vida: “Esperaste cuando todos vacilaban, / el triunfo de Jesús sobre la muerte; / y nosotros esperamos que su vida / anime nuestro mundo para siempre”. Permanecer “junto a la cruz de Jesús” cuando todo a nuestro alrededor nos invita a huir es el único modo de perforar la muerte y experimentar la alegría de la resurrección. Solo quienes “permanecen” entran en una nueva fase de su vida de fe en la que lo importante ya no es hacer sino dejarse hacer; no es proyectar sino esperar; no es conseguir resultados sino producir frutos; no es ser admirados sino ser queridos; no es lograr que todo vaya bien sino aprender a vivir las contradicciones con serenidad y fortaleza.

Para quienes, tras años de indiferencia religiosa o de alejamiento de la comunidad eclesial, vislumbran la posibilidad de una vida diferente, Dios se insinúa en el horizonte de sus vidas, María es la mujer del “vino nuevo”. Ella es la partera que ayuda a nacer a la experiencia de fe. La que nació “llena de gracia” (Lc 1,26) acompaña el nuevo nacimiento a la vida de la gracia. Conozco algunas historias de personas que, de la mano de María, han redescubierto la alegría de la fe, han enfilado la segunda mitad de la vida como una búsqueda de Dios en los acontecimientos que van viviendo. No se trata solo de una cuestión devocional, sino de una verdadera experiencia mística. María sigue “dando a luz a Jesús” en el corazón de los creyentes, de los hombres y mujeres que no se oponen a la gracia y se dejan atraer por Dios.

¡Felicidades a todas las mujeres (y hombres) 
que llevan el precioso nombre de María 
y a quienes hoy emiten 
su primera profesión religiosa, 
la renuevan temporalmente
o se comprometen con Dios para siempre!

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