martes, 11 de septiembre de 2018

La aventura de trabajar en equipo

Desde ayer y hasta el próximo domingo estoy reunido con un equipo de ocho personas en un rincón de la sierra madrileña. Es un grupo internacional formado por tres españoles, un peruano, un indio, un nigeriano, un congoleño y un filipino. El objetivo es concluir un proyecto de formación permanente y renovación espiritual llamado El Año Claretiano en el que llevamos trabajando casi nueve meses. Estamos ya cerca del parto. En el equipo hay teólogos, moralistas, psicólogos, pedagogos, historiadores, diseñadores e informáticos. Nos manejamos en español, pero a veces hay que recurrir al inglés. Divididos en tres mesas de trabajo, estamos completando y revisando la tarea realizada por varios colaboradores en los últimos meses. No perdonamos ni una coma mal puesta. Buscamos un producto de calidad. Escuchamos todas las voces. Al final, decidimos lo que nos parece mejor. No es una obra de autor, sino un proyecto colectivo. Es esencial trabajar en equipo y no dejarnos vencer por la improvisación, la rutina o el cansancio. 

Hoy se habla mucho de trabajar en equipo, tanto en las universidades, escuelas y empresas como en las parroquias y otras instituciones eclesiásticas. Hasta en las familias se utiliza esta expresión para subrayar la importancia del nosotros como sujeto. Quizá sea esta la principal clave del éxito. No se trata de poner juntas a varias personas con un ego muy fuerte, sino, ante todo, de tomar conciencia de que en los equipos el sujeto no es el yo sino el nosotros. Desde el principio hasta el final los miembros del equipo tienen que ser conscientes de esta realidad. Nosotros exploramos, nosotros soñamos, nosotros proyectamos y nosotros nos comprometemos. Son los cuatro pasos de la Indagación Apreciativa, el método que nos está sirviendo de guía en nuestro trabajo. Esto requiere crear entre todos un clima de mutua confianza y de reconocimiento de las cualidades y aportaciones de cada uno. A veces, la idea del informático –que, a primera vista, parece solamente técnica o estética– hace que el historiador o el teólogo reformulen una afirmación de manera más clara. Las sugerencias del psicólogo estimulan la creatividad del diseñador y aterrizan los planteamientos del teólogo. Lo importante es no dejarnos dominar por los prejuicios, examinarlo todo y quedarnos con lo mejor. 

Un buen equipo es un taller permanente de creatividad, una caja de sorpresas. Exige un suave liderazgo: claro en los objetivos, abierto en los métodos y flexible en los plazos. A veces, lo que de entrada parece irrelevante o incluso ridículo puede revelarse como un hallazgo interesante. El trabajo en equipo exige una mística del nosotros –ya está dicho–, pero también una ascética que combine apertura mental y afectiva, humildad, paciencia, esfuerzo y buen humor. Con estos mimbres se puede construir algo valioso. La obra individual puede ser excelsa y atractiva. La obra en equipo suele tener más fundamento, llega a un público más amplio y, por lo general, dura más. Algo de estos rasgos estoy experimentando desde ayer en una aventura que me apasiona y en la que no dejo de aprender. Soy un decidido defensor del trabajo en equipo, aunque no por eso renuncio a algunas obras individuales; por ejemplo, el mantenimiento diario de este humilde blog.

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