viernes, 30 de junio de 2017

El sacramento de la pizza

Hace ya bastantes años leí una obrita de Leonardo Boff titulada Los sacramentos de la vida. A partir de algunas realidades de la vida cotidiana que adquieren un especial significado para nosotros (un vaso, una colilla, un trozo de pan, una vela de Navidad, etc.), el autor presentaba los sacramentos cristianos como signos transparentes del Dios trascendente en la inmanencia de la vida humana. Me hago cargo de que la frase suena un poco alambicada, pero he querido reproducir los conceptos utilizados por Boff. En realidad, lo que afirma es muy claro: que el Dios que está siempre más allá de todo se transparenta, se hace visible, en algunas realidades del más acá. He recordado este viejo librito porque la vida está salpicada de realidades que nos hablan si sabemos contemplarlas con calma y escucharlas con atención.

Hoy termina el mes de junio. Se abre un largo período vacacional en el hemisferio norte. Hay más tiempo para encontrarse con amigos, celebrar el final del curso y comentar lo que cada uno piensa hacer en verano. Hay muchas maneras de hacerlo. Aquí, en Roma, es habitual juntarse en una pizzería y degustar alguna de las infinitas variedades de pizza que se ofrecen, regada por lo general con una buena jarra de cerveza y rematada con un buen helado. Yo suelo inclinarme por la pizza capricciosa, pero, según las circunstancias, pido también otras variedades. Lo importante es detener el reloj, disfrutar de la cálida noche romana (si es en alguna pizzería del Trastévere o de las inmediaciones de Piazza Navona se da un valor añadido), degustar los ingredientes y, sobre todo, escuchar. La pizza es casi una excusa para practicar el arte de la conversación, un arte antiguo que corre el riesgo de ser sustituido por los chats insustanciales, los cotilleos homicidas o por la incomunicación que crean los auriculares pegados a las orejas.

Compartiendo una pizza y bebiendo una jarra de cerveza, he tenido algunos de los encuentros más profundos y hermosos con personas amigas de varios lugares del mundo. Podría contar varios ejemplos, pero sería profanar su carácter íntimo y sacramental. Hay cosas que se viven, pero no se narran. ¿Qué sucede cuando se crea un clima de confianza y uno comienza a hablar? Se produce, en primer lugar, un momento liberador. Tensiones que uno lleva acumuladas se van relajando sin que uno se dé cuenta. El hecho de que alguien nos escuche tiene un alto poder terapéutico. Hoy en día, es un fenómeno tan raro que algunas personas pagan para ser escuchadas por un profesional cuando podrían conseguir el mismo efecto compartiendo una pizza con una persona amiga. La liberación acaba provocando sonrisas y, en ocasiones, carcajadas; quizá al principio, un poco nerviosas; después, espontáneas y saltarinas. Escuchar y hablar. He aquí los dos verbos esenciales de esta gramática. Si falta uno de ellos, el milagro no se produce. 

Tras el momento liberador, viene el momento de la revelación. En todo encuentro profundo hay un velo que se descorre para desvelar parte del misterio que cada uno somos. Subrayo lo de parte porque si hay algo hermoso en la amistad -en general, en toda relación- es que nunca profana el santuario de nuestra identidad. Siempre somos mucho más de lo que logramos expresar. No es una cuestión de hipocresía o de cerrazón: ¡es el misterio de cada uno! ¡Es una experiencia de sacralidad! Emmanuel Levinas decía algo que he experimentado muchas veces compartiendo una pizza: “La dimension du divin s'ouvre à partir du visage humain” (La dimensión de lo divino se abre a partir del rostro humano). Cuando yo miro a la persona amiga que me habla, cuando contemplo su rostro y escucho con atención sus palabras, cuando acojo su misterio, entonces se me revela el Dios del que cada ser humano es su sacramento. O, por decirlo con los términos de Leonardo Boff, en cada rostro humano se transparenta el rostro de Dios. Comer juntos una pizza se convierte así en una especie de acto sacramental. ¿Se comprende por qué Jesús daba tanta importancia a las comidas? ¿Hace falta dar muchas vueltas para descubrir el sentido profundo de esa comida especial llamada Eucaristía?

Mi presupuesto no me permite practicar a menudo esta “pastoral de la pizza”, pero creo mucho en su belleza y eficacia. Detesto las comidas de negocios, de asuntos, pero disfruto con estos momentos en los que no hay ningún guion escrito ni se persigue más objetivo que el encuentro. Entonces, en un clima de confianza y gratuidad, se producen esos milagros que hacen la vida más llevadera, que la ponen en contacto con sus raíces, que permiten intuir la presencia misteriosa del Dios que se hace el encontradizo con nosotros en los pliegues de la vida cotidiana. Si al final, mientras uno acaba de degustar el helado de pistacho y chocolate, se adentra en la nave central de la basílica de Santa Maria in Trastevere, se sienta en uno de los bancos, se abandona a la contemplación del mosaico del ábside, barrunta una presencia misteriosa y musita un gracias por lo bajini… entonces es difícil encontrar experiencias humanas más pacificadoras y sugestivas. Mañana será otro día. 

5 comentarios:

  1. Son las 6,30 de la mañana y es lo primero que leo del día que amanece. LLegué a este rincón el otro día de la mano de tu hermana MªÁngeles y hoy me iría corriendo a comerme una pizza contigo; pago yo. Me identifico con cada una de tus palabras. Buen fin de semana

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    1. No tengo el gusto de conocerte, pero me alegro de que disfrutes con este Rincón. Quizá alguna vez se dé la posibilidad de comer esa pizza. Buen fin de semana también para ti.

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  2. En tu próximo viaje a Vic estás invitado a pizza...
    Gracias por ayudarnos a sacar partido de todo.
    Un abrazo

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  3. Buen provecho amigo, siempre disfruto leerte, un abrazo

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  4. excelente... en nuestras vidas se hace necesario y urgente poder alimentar la cultura del encuentro y el dialogo... bendiciones

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