martes, 13 de junio de 2017

Un santo popular

Escribo en Colmenar Viejo, a las 6 de la mañana de un caluroso día de junio. A esta temprana hora, la temperatura es de 22 grados. A mediodía alcanzaremos los 36. El verano está cerca. Con la ventana abierta, oigo el canto matutino de los jilgueros y otros pajarillos que anidan en los árboles del jardín. La ciudad comienza a despertarse. Se oye también el ruido de algunos coches, pero no llega a ser molesto. Es el momento más sereno del día. Yo lo disfruto como si fuera un epígono del Génesis. Enseguida caigo en la cuenta de que hoy es la fiesta del que probablemente sea el santo más popular de la Iglesia católica: San Antonio de Padua. Se lo invoca en su Portugal natal, en Italia, en la India y en cualquier rincón del mundo. Hay alrededor de una veintena de santos que se llaman Antonio. Para mí, como es lógico, el más familiar es san Antonio María Claret, pero no me olvido de san Antonio de Kiev, san Antonio Maria Zaccaria, san Antonio Maria Gianelli o san Antonio Kim Song-u, por citar solo algunos.  De todos, el más famoso es el que celebramos hoy. Sus restos, ante los cuales he orado en alguna ocasión, se encuentran en la  basílica de san Antonio de Padua. Mis amigos portugueses se molestan un poco porque para ellos es san Antonio de Lisboa. El santo nació en esta preciosa ciudad atlántica hacia finales del siglo XII. Hace años, el rector de la basílica de Padua, me ofreció una explicación a la italiana. “Para nosotros –me dijo– es sant’Antonio da Lisbona y sant’Antonio di Padova”. La preposición da indica procedencia; la preposición di indica pertenencia, así que el famoso san Antonio procede de Lisboa, pero ahora pertenece a Padua. En realidad, pertenece ya al mundo entero. Asunto zanjado.

Debido a su fama de santo milagrero, fue también un santo express. Fue canonizado 352 días después de su fallecimiento, el 30 de mayo de 1232. Es patrono de numerosos pueblos y ciudades de todo el mundo, incluyendo Lisboa y Padua, las dos ciudades unidas a su nacimiento y muerte. Quizá la ciudad más famosa que lleva su nombre sea San Antonio, Texas, la séptima ciudad más poblada de los Estados Unidos. En muchos lugares de la península Ibérica y de Latinoamérica, san Antonio de Padua es también un santo casamentero, al que invocan las muchachas para encontrar un buen novio, aunque no siempre les salen las cosas como desean. Recuerdo que hace años una novicia de una Congregación religiosa española me confesó que en su pueblo era tradición que las chicas que buscaban novio tirasen suavemente del cordón que llevaba en torno a la cintura la estatua de san Antonio que había en la iglesia. “Yo tiré más de la cuenta –me confesaba– y aquí me tienes: a punto de ser monja”.  San Antonio le buscó un novio que nunca falla, “el más bello de los hombres, en cuyos labios se derrama la gracia”. En fin, que con los santos milagreros hay que tener mucho cuidado porque puede salir el tiro por la culata. Pides una cosa que consideras importante y te conceden otra que ellos juzgan necesaria.

Más allá de las anécdotas, siempre me he preguntado por qué unos cuantos santos llegan a ser tan populares. De algunos sabemos muchas cosas, pero de otros apenas nada. Historia y leyenda se confunden. Aun así, siguen conservando su atractivo, incluso en las sociedades secularizadas. Es como si los seres humanos necesitáramos a alguien como nosotros, de carne y hueso, que nos sirva de intermediario o embajador ante el Dios invisible. Alguien con el que podamos hablar nuestra lengua, pedirle, interrogarlo… e incluso chantajearlo. La religiosidad popular está a veces muy alejada de la liturgia oficial. Inventa sus propios caminos y ritos. La frontera con la superstición no es siempre nítida, pero pone de relieve algo sin lo cual la fe tampoco es genuina: la importancia del corazón. La religiosidad popular nos recuerda que quien no se emociona, quien no tiene gestos de amor (encender una vela, depositar unas flores, besar un icono o una imagen, pedir una bendición) acaba por reducir la fe a un asunto puramente racional, sin fuerza para mover la vida y llenarla de sentido y alegría. ¡Ojalá la fiesta de san Antonio de Padua nos ayude a poner corazón en todo lo que somos y hacemos! 

Aprovecho para felicitar a todos mis amigos y lectores de este blog que llevan el nombre de Antonio (o Antonia) y cualquiera de sus muchas variantes. Os dejo con la canción popular “El milagro de san Antonio”, interpretada en vivo por el grupo segoviano Nuevo Mester de Juglaría.


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