lunes, 3 de abril de 2017

Un pensador mestizo

En su artículo dominical en El País,  Rosa Montero recordaba ayer un proverbio beduino que explica cómo funciona la perniciosa dinámica de ataque a lo diferente y a los diferentes. El proverbio no tiene desperdicio: “Yo contra mi hermano. Yo y mi hermano contra nuestro primo. Yo, mi hermano y nuestro primo contra los vecinos. Todos nosotros contra el forastero”. A muchas personas siempre les produce temor o ansiedad “lo que viene de fuera”. Los líderes totalitarios conocen bien esta dinámica. Se sirven de ella para azuzar sentimientos xenófobos, nacionalistas y racistas. En varias partes del mundo –también en Europa– estamos viviendo episodios de este tipo. Espero que no se transformen en corrientes y mucho menos en dictaduras.

En el fondo, detrás de esta manera de pensar se esconde una visión dualista, típica de Occidente: yo-los otros, sujeto-objeto, inmanencia-trascendencia, los buenos-los malos, los míos-los extranjeros, izquierda-derecha, ortodoxia-heterodoxia, creyente-no creyente, fe-ciencia, tradición-progreso, religión-cultura… Hoy este dualismo adquiere nuevas formas: la casta-la gente, conectado-desconectado, centralistas-periféricos… Siempre hay una brecha que impide aprovechar en nuevas síntesis lo mejor de cada postura. Podríamos buscarla y llegar a consensos que hicieran posible una visión de la realidad más rica y una convivencia más serena y justa, pero da la impresión de que esto no interesa. Los conflictos abiertos siempre generan ganancias a corto y medio plazo. Por eso se alimentan una y otra vez.

El pasado sábado murió a los 90 años un hombre que pasó toda su vida buscando la síntesis y el mestizaje porque él mismo era mestizo: hijo de padre indio (hindú) y de madre catalana (católica). Luchó por unir lo mejor de Occidente (la racionalidad y la ciencia) con lo mejor de Oriente (la espiritualidad y la mística). Este hombre singular era una síntesis de muchas cosas: ingeniero, filósofo, literato, músico… Se llamaba Salvador Pániker. Era hermano de otro pensador más conocido: Raimon Pániker, fallecido a una edad parecida que su hermano en 2010. Ambos personajes, exquisitos en las formas, suscitaron siempre mucha polémica. Su espíritu mestizo no encajaba en las sociedades fuertemente dualistas: o eres indio o eres español, o eres católico o eres hindú…  Salvador Pániker acuñó el resbaladizo concepto de retroprogresión. Con él quería significar la necesidad de combinar la secularidad racionalista (más propia de Occidente) y el misticismo (más propio de Oriente). Creía que el hombre maduro tiene que ser a la vez adulto y niño. Defendía con pasión la era del hibridismo, una especie de religión a la carta. Estaba convencido de que solo en una sociedad laica, liberada de la tutela religiosa, se puede acceder a la genuina trascendencia.

Probablemente uno de los aspectos más polémicos de su pensamiento era la convicción de que se puede, y se debe, vivir sin valores absolutos. En cuanto aparecen las palabras con mayúsculas (Patria, Clase, Nación, Dios, etc.), comienzan los crímenes para defenderlas y la exclusión de quienes no las comparten. La libertad y el bien no se imponen, se contagian. Nos pasamos la mitad de la vida construyendo un ego fuerte para luego, en la segunda mitad, tener que desmontarlo si queremos lograr la madurez. Pániker fue un admirador confeso del primer Ken Wilber. Es difícil hacer una síntesis de un pensamiento tan poco cartesiano y sistemático como el de Pániker. Las contradicciones no son para él una debilidad argumental sino algo lógico en un ser que vive el momento, que cambia, que ensancha su nivel de conciencia, que busca siempre la síntesis de contrarios.

Yo no pienso siempre como Pániker ni hago una interpretación tan negativa como él hace de nuestra tradición judeocristiana, ni idealizo las doctrinas orientales, cosa que, en el fondo, tampoco él hace. Basta vivir unos cuantos años con personas de la India para relativizar todo lo que algunos dicen con tanto entusiasmo sobre el Oriente solo por haber leído algunos libros, haberse entrevistado con algún monje hindú o budista y haber viajado un par de veces al subcontinente índico. Y –lo más importante– para mí Jesús de Nazaret no es uno más en la constelación de personajes ilustres que nos ayudan a explorar el mundo trascendente, una mera cifra del Absoluto, como sostenía Jaspers.  Pero esto nos llevaría muy lejos. Estamos ante uno de los temas más debatidos hoy en el campo del diálogo interreligioso, de la filosofía de las religiones y de la teología fundamental.

¿Por qué, entonces, hablo hoy de Salvador Pániker? ¿Por qué lo que lo traigo a colación en este blog si sospecho que a muchos lectores no les va a interesar el tema o se van incluso a mostrar contrariados y hasta escandalizados? Por una razón muy simple: para hacer pensar, para hacer la prueba de salir de nuestras cómodas posturas y de nuestros supuestos. Para plantearnos las cosas desde nuevos puntos de vista. Para caer en la cuenta de que la verdad, la bondad y la belleza no están siempre y solo en el mismo bando. Para intentar superar el dualismo feroz en el que hemos sido educados y en el que nos movemos socialmente. Los riesgos son grandes, pero no hay mayor peligro que una experiencia religiosa fosilizada. Una fe que nunca se somete a la prueba, que no acepta el desafío del cuestionamiento y del diálogo, permanece siempre inmadura y acaba por no significar nada.

Si algún lector tiene curiosidad, tiempo y paciencia, puede ver y escuchar una larga entrevista que Sánchez Dragó le hizo a Salvador Pániker hace unos cuantos años. Supone un repaso completo de los principales temas abordados por este poliédrico pensador. 




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