miércoles, 5 de abril de 2017

Libres para servir

Hay una frase en el evangelio de hoy que se ha convertido en un eslogan. La conocen incluso aquellos que nunca leen la Biblia. El evangelista Juan la pone en labios de Jesús: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32). La frase se presta a todo tipo de elucubraciones filosóficas porque los conceptos de verdad y libertad resultan atractivos. Yo prefiero atarme a experiencias de la vida cotidiana. Se suele decir que todos mentimos en mayor o menor grado. A veces, nuestras falsedades son distorsiones voluntarias de la realidad por defensa propia o para obtener beneficios. Otras, las más de las veces, se trata de mentiras piadosas para no provocar sufrimiento a los demás o no complicar las cosas más allá de lo razonable. Sin embargo, no creo que Jesús hable de la verdad en un sentido moral. No se refiere tanto a la adecuación entre nuestras palabras y la realidad sino a algo más profundo: el hecho de ser auténticos (sin doblez) y fieles (cumplidores de una promesa). Consiste, pues, en quitarnos la máscara, reconocer lo que somos (incluyendo nuestras limitaciones), ser humildes y no considerarnos por encima de los demás. Esta forma de entender la vida nos libra de las apariencias, los engaños, las presiones sociales, las modas, el miedo al ridículo; en definitiva, nos hace libres.

En la vida cotidiana las cosas no son siempre así. La mayoría de las personas aspiran a tener un yo fuerte, a cumplir sus objetivos en la vida, porque les parece que esta es la condición para ser felices. Basta leer algunas entrevistas a personajes famosos (científicos, deportistas, actores, etc.) para descubrir un denominador común: todos subrayan que hay que esforzarse por buscar el éxito en la vida, que quienes persisten lo consiguen, que todos tenemos que realizar nuestro sueño, etc. Es el ideal del self-made man or woman (del hombre o la mujer hechos a sí mismos). Nos pasamos la primera mitad de la vida equipándonos para ese sueño: estudios, idiomas, viajes, relaciones, trabajos, responsabilidades… Albergamos la idea –bastante ingenua– de que cuanto más preparados estemos más dinero vamos a ganar y, en consecuencia, más libres vamos a ser, menos vamos a depender de los demás. El dinero nos garantiza la imprescindible independencia a la que aspiramos. 

Este sueño suele entrar en crisis hacia la mitad de la vida (40-50 años). Uno va cayendo en la cuenta de que la libertad no es sinónimo de independencia: es un fruto de la verdad. Muchos han tenido que sacrificar la verdad para triunfar. Tarde o temprano pagan el precio de esa transacción bastarda. La libertad no se compra con fingimientos, mentiras y apariencias. La libertad nunca puede ser el fruto de un soborno de la verdad. Solo es libre quien es auténtico. Esta crisis les lleva a algunos a esconder la cabeza bajo tierra para no tener que desmontar todo su andamiaje falso. Se esfuerzan por seguir como si no hubiera pasado nada, prolongan su mentira existencial. Enfilan de por vida la senda del disimulo. A otros los sume en una profunda depresión que puede arruinar su proyecto vital (matrimonio, vida religiosa, etc.) y llevarlos a tomar opciones rompedoras: divorcio, etc. Solo unos pocos aprovechan la crisis para edificar la segunda parte de la vida sobre cimientos sólidos: aprenden a ser auténticos para ser de verdad libres.

Quienes afrontan esta reconstrucción se ven retados por una nueva llamada. La libertad se nos da no tanto para construir un nuevo yo fuerte, cerrado en sí mismo, al abrigo de cualquier intemperie, sino para donar la vida. Es libre quien sirve. En la primera mitad de la vida queremos ser libres para no depender de nadie, para sentirnos protagonistas de la existencia. En la segunda descubrimos que la libertad solo madura cuando nos permite entregarnos con generosidad. Como canta el himno litúrgico:
Solo desde el amor
la libertad germina,
solo desde la fe
van creciéndole alas.
A poco maduros que seamos, nos damos cuenta de que el dinero y el prestigio acumulados sirven para poco, no cruzan la frontera de la muerte. El amor, sin embargo, nos construye por dentro. Cuanto más se da, más crece. He encontrado a personas de 50, 60, 70, 80 años que son felices por haber descubierto esto. Emplean su tiempo en hacer felices a los demás. A estas alturas de la vida les interesa poco su propio bienestar porque éste es fruto del bienestar que procuran a los otros. Son libres para servir. Esto es precisamente lo que quiso revelarnos el joven Jesús (murió con poco más de 30 años), pero con frecuencia necesitamos toda una vida para caer en la cuenta. Tendrá que ser así. Nadie puede sustituirnos en el camino. Aunque dispongamos de un mapa preciso, solo aprendemos lo que experimentamos. ¡Ojalá que no se demore demasiado la experiencia de la verdad, la libertad y el amor! Es la triada que da sentido a la vida y nos hace felices. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.