miércoles, 7 de septiembre de 2016

Impenitente, con perdón

Estoy ya en Roma, pero mañana mismo salgo para Sri Lanka. Hoy me aguardan muchos asuntos. La noche es joven. Hace semanas que quería escribir sobre un libro que me ha hecho pensar, reír y emocionarme a un tiempo. Está escrito por un laico anglicano desconocido en el ámbito hispano. Se llama Francis Spufford. Tiene 52 años. Hace algo más de dos años escribió un artículo en El País titulado Queridos ateos. Merece la pena releerlo. Cuestiona, desenmascara, propone. Hoy sugiero su libro Impenitente. Una defensa emocional de la fe. Conviene saber que el título original en inglés es: Unapologetic. Why, despite everything, Christianity can still make surprising emotional sense. La edición española tiene 213 páginas. Es un escrito descarado. La traducción de Catalina Martínez Muñoz se arriesga a usar expresiones coloquiales y aun barriobajeras para ver que no se trata de un libro académico sino de un testimonio personal escrito con el lenguaje de la calle. A alguno le puede escandalizar, pero estamos saturados de obras demasiado piadosas y devocionales. Nos hace bien hablar de la fe de otra manera; con menos circunloquios y con más emoción. 

Nada más comenzar la introducción, Spufford se mete al lector en el bolsillo. Intenta hacerle ver a su hija de seis años que sus padres, por el hecho de ser creyentes, son tipos raros en esta sociedad europea que nos ha tocado vivir. Ahora bien, no se trata de cerrarnos en un ghetto, de asumir un complejo de inferioridad, sino de entrar en un diálogo abierto con quienes cuestionan o impugnan la fe cristianaSpufford parte del deseo de perfección que todos esperamos y de la propensión humana a estropear todo cuanto tocamos. A esta propensión, Spufford la denomina PHaC. El lector tarda en adivinar que esa sigla significa, ni más ni menos, “Propensión Humana a Cagar las cosas”, concepto que será fundamental en toda la obra. Nos invita a descender a nuestras experiencias de fragilidad y culpabilidad sin tener miedo a llamar a las cosas por su nombre.  ¿Quién no ha vivido este abismo alguna vez?

En los dos capítulos siguientes, de alto contenido emocional, se pregunta sin tapujos por la cuestión de Dios y del mal del mundo. Aquí toma el toro por los cuernos. Es muy consciente de que en este terreno se dirime la batalla entre la fe y la increencia. ¿Se puede creer en un Dios bueno cuando el mal nos rodea por todas partes? ¿Qué padre puede tolerar el sufrimiento de sus hijos como si nada pasase?


El capítulo quinto se centra en Jesús, a quien llama Yeshua, para que el nombre original nos ayude también a descubrir la originalidad de su vida y de su mensaje, demasiado rutinizados por el paso del tiempo.  Es un capítulo escrito con humor, plagado de referencias evangélicas que se cuentan de un modo nuevo, como si el lector las escuchara por primera vez. Quiere ayudarnos a redescubrir la imagen y sorprendente novedad de un Jesús que se ha infiltrado en la historia humana y la ha transformado por entero. Lo hace en continuo diálogo con las situaciones que hoy vivimos. Nos obliga a preguntarnos qué queda de todo. El capítulo titulado «Etcétera» ahonda en la interpretación que se ha hecho del hombre Jesús a lo largo de la historia. ¿Por qué confesamos que es Hijo de Dios, que es Dios encarnado, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre?

Como es natural, no olvida hablar de la Iglesia en un capítulo que lleva un título muy provocador: «La liga de los culpables». Afronta sin pelos en la lengua los escándalos en los que se ha visto involucrada a lo largo de la historia. La Iglesia se ve afectada, como toda la humanidad, por esa PHaC que contamina todo y, sin embargo, aporta lo que permite superarla: la aceptación de la culpa, la reconciliación, la gracia como oportunidad. Que nadie espere un tratado de eclesiología. Es algo más elemental: una defensa emocional de la comunidad de los seguidores de Jesús. En el capítulo dedicado a las «Conclusiones» comparte su propio itinerario de fe y de la emoción que experimentó al sentirse perdonado.

Lo que acabo de hacer no es un resumen sino una invitación a acercarse a un libro que pone el dedo en la llaga y que reflexiona en voz alta sobre muchas de las cuestiones que nos preocupan en relación con la fe y la vida y que no nos atrevemos a plantear con claridad. Se agradecen testimonios frescos que nos ayuden a desperezarnos. Soy consciente de que hablar de defensa emocional puede sonar a una especie de apología que acentúa los sentimientos y deja en segundo plano las convicciones y las acciones. Pero no va por ahí el planteamiento. El lector puede juzgar por sí mismo. 

martes, 6 de septiembre de 2016

Adiós y hasta luego

No me gustan las despedidas. Hay algunas que son rutinarias, obligadas. No dejan jirones en el alma. Forman parte del normal protocolo de llegadas y salidas. Pero hay otras que parecen un anticipo de la muerte, un corte siempre abrupto en el curso de las relaciones. Mi vida de misionero está llena de saludos y despedidas. Son incontables las veces que he tenido que despedirme de familiares, amigos, colaboradores o conocidos. Con un poco de humor se podría decir que me dedico, entre otras cosas, a despedirme. Lo suelo hacer de manera breve. Detesto esas despedidas interminables que prolongan el desgarro o los abrazos. Tengo un compañero que suele decirle a otro con un poco de sorna: “Te despides más veces que los borrachos”. Un borracho que se precie siempre se inventa una última copa para prolongar la situación. Yo ahorro palabras y gestos, quizá porque pienso que si no hay una verdadera relación, tampoco hay lugar para muchos ritos. Y si la hay, la distancia física no es capaz de interrumpir la presencia.



Me sorprende que hoy muchos jóvenes no usan ya la expresión adiós. Les parece demasiado formal y definitiva. Aunque no vayan a verse durante mucho tiempo, se despiden diciendo un hasta luego. Me gusta esta segunda expresión porque subraya que cuando dos personas se quieren la relación nunca se corta. Aunque pasen semanas, meses o años sin verse, enseguida se ponen a tono. En este sentido, toda separación es solo un hasta luego. Pero me gusta también la primera porque encomienda a Dios la vida de la persona amada. En realidad, la expresión Adiós es un apócope de frases más largas como: “Ve con Dios”, “A Dios te encomiendo”, etc. Decirle a alguien adiós significa abrir la relación a un nivel mucho más profundo que el de los sentimientos. Te dejo con Dios significa que no estás solo y que en Dios nos encontramos siempre más allá del espacio y del tiempo.

Escribo estas notas horas antes de tomar mi vuelo de regreso a Roma, después de más de un mes fuera de casa, en contacto con muchas personas que han iluminado mi vida. 

lunes, 5 de septiembre de 2016

40 años de aprendiz

Hoy, hace 40 años, hice mi primera profesión como misionero claretiano en Castro Urdiales, Cantabria. Estaba a punto de acabar el verano de 1976. Franco había muerto casi un año antes. Se respiraba aire de cambio, pero con amenazas de diverso signo. Un grupo de seis jóvenes, entre 18 y 20 años, emitimos nuestros votos de pobreza, castidad y obediencia. ¿Se trataba de un acto inconsciente? No, en absoluto. Era una entrega plenamente consciente, pero con la (in)madurez propia de la edad. Lo que he aprendido a lo largo de este tiempo es que Jesús no llama a gente perfecta para coronar una carrera de éxito. Llama a quien quiere para invitarlo “a estar con él y evangelizar”. Se trata de empezar un camino de aprendizaje que dura toda la vida. Así que 40 años no es más que una parte del camino. Por lo general, solemos celebrar los 25 (plata) y los 50 (oro), como si fueran aniversarios de relieve. A mí personalmente me gusta el número 40 por sus resonancias bíblicas. Israel peregrinó 40 años en el desierto. Jesús ayunó durante 40 días. En mi particular peregrinación he aprendido algunas lecciones:

Todo lo que somos lo hemos recibido. Frente a quienes defienden la teoría del “hombre hecho a sí mismo”, yo he experimentado lo contrario: lo mejor de mi vida (comenzando por mi familia, mi entorno y mis oportunidades) lo he recibido como un regalo inmerecido. En palabras de la Escritura, todo es gracia, incluso algunas experiencias que, a primera vista, parecían negativas y desagradables. Como es de bien nacidos ser agradecidos, hoy le digo a Dios con las palabras de María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”.

La vida es un tapiz multicolor. Contemplado por el reverso, uno solo ve hilos de diversos colores que se entrecruzan, una especie de laberinto inexplicable. En 40 años ha habido tiempo para casi todo: éxitos, fracasos, sueños, frustraciones, tentaciones, búsquedas… Solo cuando uno contempla el tapiz por el anverso observa que Alguien –una mano invisible llena de amor– ha ido tejiendo una figura hermosa con la multitud de hilos. Quien da sentido último a la vida no es uno mismo (siempre frágil e inconstante) sino el Dios que nos llama y nos sostiene. Vivimos de pura misericordia. Somos carne de perdón.

El amor y la alegría prevalecen sobre el odio y la tristeza. Si uno se dedica a hurgar en las heridas propias y ajenas siempre encuentra motivos para el rencor y la tristeza. Somos tan limitados que no necesitamos bucear mucho para percibir que nunca estamos a la altura de lo que prometemos. Pero esta visión nace del orgullo. Miradas las cosas con humildad, uno percibe que Dios ha ido escribiendo su historia con el barro frágil de nuestra vida.  Más allá de las experiencias placenteras o desagradables, lo único que permanece es la certeza de que somos amados por nosotros mismos y que, por tanto, podemos también amar a los demás. Esta convicción, probada en el banco de la adversidad, llena el corazón de una alegría profunda y duradera.

En fin, no quiero cansaros con demasiadas reflexiones. Si se me concediera la posibilidad de volver a empezar, ¿lo haría? Sí, sin duda. Con más consciencia que hace 40 años y también con mucha más humildad. He tenido tiempo suficiente para comprobar que “los dioses y señores de la tierra no me satisfacen” (por atractivos que sean) y que solo Él, el Señor, es “el lote de mi heredad” (Sal 15). Cuando uno es joven siente una atracción especial por cosas hermosas que, con el paso del tiempo, se demuestran efímeras. Hoy amo estas cosas más que ayer, pero me siento menos atrapado por ellas. Cuando Dios comienza a conquistar nuestro corazón, nada es comparable a esta seducción. Gracias, Padre, por esta aventura de amor. Seguimos caminando. Nunca en solitario. Siempre acompañado por la multitud de personas que has ido poniendo en el camino de mi vida.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Otra Teresa amiga de Dios y de los pobres

La noticia es de alcance mundial. Hoy, a partir de las 10.30, en la plaza de san Pedro de Roma será canonizada la Madre Teresa de Calcuta, albanesa de nacimiento, india de adopción, ciudadana del mundo por la fe y el amor. Han pasado 19 años desde su muerte acaecida el 5 de septiembre de 1997. Recuerdo perfectamente el impacto que me causó. La ceremonia de hoy será retransmitida por televisión a todo el mundo. Yo procuraré verla junto a los participantes en la Fragua 21. De haber estado en Roma, me hubiera acercado a la plaza de san Pedro. Imagino que hoy estará gremita (abarrotada), como dicen los italianos. Siempre hay expertos en medir qué santo tiene más tirón popular. Parece que el ranking de los últimos años lo ocupan el padre Pío, Josemaría Escrivá de Balaguer, Juan XXIII y Juan Pablo II, aunque no sé en qué orden.

Teresa de Calcuta se une a la serie de grandes Teresas que han vivido el Evangelio a fondo en diversas épocas: Teresa de Ávila (1515-1582), Teresa de Lisieux (1873-1897), Teresa de los Andes (1900-1920) y Teresa Benedicta de la Cruz (1891-1942). Se ve que el nombre de Teresa empuja a vivir con autenticidad el seguimiento de Jesús.

Guardo con emoción el recuerdo de mi visita a la tumba de Madre Teresa en Calcuta. Fue en diciembre de 2013. A unos pocos metros celebré la Eucaristía. Todo me resultó extremadamente sencillo. Es como si el mismo lugar quisiera transmitir un mensaje claro: el Evangelio pertenece a los pobres y sencillos. Cuando uno visita el Gesù de Roma contempla la imponente tumba de Ignacio de Loyola. Eran otros tiempos. La santidad debía ser ensalzada y adornada. Era una forma humana de dar gloria a Dios y de paso al poder de la propia institución. En la espiritualidad de Teresa de Calcuta todo tiene el sabor de la sencillez y la pobreza: su cuarto (que pude visitar), su atuendo, su manera de hablar, etc.

Tras años de elogios casi unánimes (en 1979 se le concedió el Premio Nobel de la Paz, que ella agradeció con un célebre discurso), pronto surgieron voces críticas que ponían el acento en "el lado oscuro" de la Madre Teresa.  ¿Qué santo no ha pasado por una noche oscura de incomprensión y hasta de persecuciones? Va en el cofre del Evangelio: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20). Se la ha acusado de asistencialismo, de connivencia con ricos y dictadores, de autoritarismo, de pauperismo, etc. No hay que excluir que tuviera algunos defectos humanos, pero eso no es óbice para que se haya dejado transformar por Dios. Un santo no es un ser humano perfecto sino -por emplear la expresión del teólogo protestante Paul Tillich- "un pecador del que Dios ha tenido misericordia". El tiempo va colocando cada cosa en su sitio. La Iglesia, tras un prudente período de discernimiento, ha reconocido la heroicidad de sus virtudes. Nosotros podemos contemplarla como modelo e intercesora. Necesitanmos más santos de los siglos XX y XXI para ver que la santidad no es algo del pasado remoto.

Hoy, en el día de su canonización, quisiera destacar y comentar tres conocidas frases de santa Teresa de Calcuta:

A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.

Esta frase siempre me ha animado a valorar cualquier pequeño gesto que vaya en línea del Evangelio. Es cierto que ante los enormes desafíos que presentan la injustica y la increencia, uno se ve tentado de tirar la toalla. Los expertos hablan de cambios estructurales y cosas por el estilo. Los santos, en general, se ponen manos a la obra. Cada vez creo más en la eficacia transformadora de las pequeñas cosas hechas con amor.


Nuestros sufrimientos son caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él.

Quizá es una de las frases más polémicas. Cuesta llamar “caricias bondadosas” de Dios a los sufrimientos que nos amargan la vida. Pero lo que la Madre Teresa dice no se aparta un ápice de lo que leímos el Domingo XXI del Tiempo Ordinario en la segunda lectura de la carta a los Hebreos: “Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su represión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?”. Todo el contexto nos habla de un Dios que ama a sus, no de un Dios que busca su fracaso.


El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.

Hace unos días Pablo d’Ors nos hablaba de la importancia del silencio en la vida espiritual. A mí me encanta cómo Teresa de Calcuta encadena el silencio, la oración, la fe, el amor y la paz. Es una cadena en la que no se puede prescindir de ningún eslabón. No habrá, pues, verdadera paz sin silencio. A primera vista, parecen realidades desconectadas, pero la experiencia de los santos nos ayuda a descubrir su vínculo profundo. La paz, en definitiva, es el fruto maduro de un proceso que se inicia con la escucha de nuestro propio corazón.





No me olvido del vídeo dominical de Fernando Armellini para comprender mejor el evangelio de este XXIII Domingo del Tiempo Ordinario:




sábado, 3 de septiembre de 2016

Ya van 200

Hoy ha amanecido un día luminoso en este rincón de Los Negrales. Junto al equipo animador, voy recibiendo a los claretianos de diversas partes del mundo que mañana empezarán oficialmente la Fragua 21. Son misioneros curtidos por el trabajo en diversos lugares del mundo. Vienen de España, Italia, Indonesia, Perú, Colombia, Brasil, Panamá, Guatemala y Guinea Ecuatorial. Durante cuatro meses (septiembre-diciembre) van a vivir una intensa experiencia espiritual que les ayude a recapitular su trayectoria personal y a prepararse para las próximas etapas de su vida. No todo el mundo dispone de una oportunidad como esta. A algunos les puede parecer un lujo. Pero os aseguro que se trata de una necesidad. Si uno quiere iluminar sin quemarse necesita tiempos de refresco. 

No se trata de un curso de actualización teológica o pastoral sino de un itinerario basado en cuatro experiencias que luego se trabajan a fondo. Al principio de cada mes se les proponen cuatro viajes espirituales: al centro de sí mismos (mediante una dinámica psicológica de introspección basada en el “diario intensivo” de Ira Progoff), al encuentro con Dios y la naturaleza (mediante dos semanas de silencio y oración en el monasterio de Buenafuente del Sistal en el alto Tajo), al encuentro con Jesús de Nazaret y la Iglesia (mediante una semana de peregrinación a Tierra Santa) y al encuentro de los necesitados (mediante diez días de servicio en comunidades de enfermos de SIDA y toxicómanos). Cada una de estas cuatro experiencias suscita preguntas, presenta desafíos y ofrece oportunidades. Antes de la Navidad se concluye el itinerario con un retiro de tres días que sirve para recapitular la experiencia vivida y preparar un sencillo proyecto de vida para el regreso al ritmo ordinario. A quienes leéis este blog os pido una oración por estos misioneros para que puedan aprovechar a fondo esta oportunidad.

Caigo en la cuenta de que hoy, 3 de septiembre, memoria de san Gregorio Magno, alcanzamos las 200 entradas de este blog que empezó siendo casi un pasatiempo y que se ha convertido en una cita diaria con cientos de personas de todo el mundo. Ya hemos recibido más de 36.800 visitas. Os confieso que a veces –sobre todo cuando estoy de viaje, que es casi siempre– me exige hacer malabarismos con el tiempo, las conexiones, etc. Pero es también una oportunidad para tomar el pulso a diversos asuntos de actualidad y compartirlos con todos vosotros. Os agradezco mucho las reacciones y comentarios, que espero vayan creciendo a medida que pase el tiempo. Hoy había pensado escribir sobre la indignación que me ha producido el hecho de que el parlamento de mi país no haya sido capaz de encontrar una salida al bloqueo político, pero he preferido escoger una noticia positiva como es el comienzo de la Fragua 21. Buen fin de semana para todos

viernes, 2 de septiembre de 2016

Dios no está prohibido

Ayer estuve en Barbastro, en el corazón del Somontano oscense. Fui a esa ciudad para visitar los lugares asociados a los 51 beatos mártires claretianos, ajusticiados en el verano de 1936, hace 80 años. Acompañé a algunos claretianos latinoamericanos que visitan por primera vez este lugar cargado de significación para todos nosotros. La comunidad claretiana que guarda la memoria de los mártires nos acogió con gran alegría y fraternidad. La jornada comenzó con la celebración de la eucaristía en la capilla construida sobre la cripta que alberga los restos de los 51 mártires. Después, siguió la visita al museo y a los diversos lugares donde se ejecutó el martirio en la carretera de Berbegal. No sé cuántas veces he visitado estos sitios, pero esta vez me ha llamado la atención que, desde el comienzo de la gira, hayamos hablado mucho sobre la historia martirial tal como se narra en la película Un Dios Prohibido. Tengo la impresión de que este filme ha logrado recrearla desde la única clave que la hace actual y universal: el perdón y la reconciliación. 


El claretiano encargado del museo me ha revelado que los actores que participaron en la película hablan de ella como de “un antes y un después” en su carrera profesional y, sobre todo, en su trayectoria vital. Dos de ellos, no bautizados, pidieron el bautismo como fruto de la fuerte experiencia religiosa vivida durante el rodaje. Otros desempolvaron su fe vivida en la infancia. Mientras algunos daban vida a los milicianos que querían “prohibir” a Dios, ellos “permitieron” que Dios entrara en sus vidas e iluminara sus zonas oscuras.

Creo que muchas personas se muestran indiferentes u hostiles a la fe porque no han tenido la oportunidad de tener una experiencia religiosa serena, más allá de los clichés o tópicos con que suele presentarse. Cuando se dan unas mínimas condiciones de búsqueda y humildad, el corazón humano sintoniza con el misterio de Dios porque está preparado para ello. La experiencia de la película Un Dios prohibido es solo un ejemplo más de la fuerza de la gracia. 

jueves, 1 de septiembre de 2016

A ras de suelo

Anteayer paseaba yo con un claretiano colombiano por las calles del casco viejo de Vic, en la provincia de Barcelona. Caía la tarde. La silueta de la vieja catedral de san Pedro se recortaba contra el sol poniente. Atravesamos el río Mèder y enfilamos el carrer de les Adoberies. Allí, en una esquina, estaban sentados sobre el pavimento siete muchachos. Una vieja pared desconchada y una puerta llena de pintadas hacían de telón de fondo. Sin ningún preámbulo, uno de ellos nos lanzó la pregunta: “¿Nos hacéis una foto?”. Mi compañero colombiano, ni corto ni perezoso, enfocó su cámara y sacó la instantánea que figura bajo estas líneas. Se la mostró en la pantallita de la cámara para ver si les gustaba. Les gustó, pero no era suficiente. La segunda pregunta fue igualmente directa: “¿Dónde la vais a poner?”. Mi compañero, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, respondió convencido: “En el blog de mi amigo”. Yo hice un gesto de extrañeza, pero no me opuse. Hasta tecleé en el móvil de uno de ellos la dirección del blog

Como las promesas están para ser cumplidas, aquí está la famosa foto. No sé si sus protagonistas entrarán en este Rincón de Gundisalvus para comprobar que hemos cumplido nuestra palabra. Si lo hacen, desde aquí les envío un saludo muy cordial. Probablemente se sorprenderán al ver que se trata de un blog en el que se comparten algunas reflexiones sobre la vida cotidiana “desde la fe en Jesús de Nazaret”. ¡Quién sabe si ese encuentro casual y esta foto son solo un punto de partida!




Contemplándolos sentados en el suelo y no en un banco del parque o en la terraza de un bar, comprendí que solo quien está abajo no tiene nada que perder. La tierra siempre nos da el realismo que necesitamos para saber de dónde venimos y qué nos aguarda. A ese nivel, todos somos iguales. Son chicos que han hecho de la calle su lugar de encuentro, su laboratorio, su torre de observación. No conozco ni sus nombres ni su edad ni su procedencia. Por su aspecto, se trata de un grupo multicultural y multiétnico, representativo de la gran variedad que existe hoy en Vic. Es muy probable que estén hablando de sus sueños y preocupaciones. Tal vez no esperan mucho de esta sociedad que promete paraísos inalcanzables. Quizá intentan buscarlos por otras vías no siempre saludables. 

Me quedo con su sonrisa porque es la puerta de entrada de las mejores cosas. Estoy seguro de que si Jesús se hubiera encontrado con ellos en el carrer de les Adoberies los habría saludado con cordialidad y tal vez les habría preguntado: “¿Qué buscáis? ¿A quién esperáis”. Nosotros no tuvimos tiempo para muchas historias. Pero un gesto –una fotografía apresurada– es a veces más elocuente que mil palabras. Sentados “a ras de suelo”, con sus atuendos multicolores y veraniegos, representan el rostro joven de una sociedad que no siempre sabe ofrecer a los jóvenes lo que ellos buscan y necesitan. Quizá están aparcados en los márgenes de la ciudad como población sobrante. O quizá son como centinelas que vigilan en busca de un signo, de algo o de alguien que llene sus vidas, que los saque de ese dulce aburrimiento de las tardes de verano en las que uno no sabe bien qué hacer o adónde ir. 

Amigos, desde este rincón os envío una palabra de ánimo. Espero que vuestra amistad os ayude a no hacer el camino solos, a encontrar respuestas a vuestras preguntas y a afrontar el futuro con esperanza. Gracias por vuestra espontaneidad e invitación.