sábado, 6 de septiembre de 2025

Santos de hoy


He terminado la semana de ejercicios espirituales con los Hermanos de San Juan de Dios. La casa, el entorno, el ambiente de silencio y, sobre todo, la actitud orante de los Hermanos me han ayudado a prepararme para afrontar los muchos compromisos que me aguardan en las próximas semanas. Hacía tiempo que no terminaba una tanda de ejercicios más reposado que cansado. También yo he recorrido el mismo itinerario que les he propuesto a ellos; por eso, no he querido dedicar tiempo a escribir las entradas del blog. Cada cosa tiene su momento. 

Antes de viajar a Roma el próximo lunes, pienso en los muchos laicos que nunca tienen la oportunidad de vivir una experiencia de este tipo. Ni su ritmo de vida ni su economía les permiten ausentarse una semana para descansar, orar y escuchar la Palabra en un ambiente de silencio y contemplación. Y, sin embargo, muchos llevan una vida cristiana admirable, hecha de trabajo, esfuerzo, atención a los detalles, cuidado de la familia… Dios sabe llegar a cada uno de nosotros por los caminos que nos resultan más transitables. No es necesario retirarse a una casa de espiritualidad perdida en la montaña para oír su voz y caldear el corazón.


Por un día no voy a poder participar mañana en la canonización de los jóvenes italianos Pier Giorgio Frassati (1901-1925) y Carlo Acutis (1991-2006). El primero tenía la edad de mi abuelo materno. Es un claro representante del siglo XX. El segundo podría ser sobrino mío. Es una primicia del siglo XXI. Ambos crecieron en el seno de familias acomodadas. Ambos tuvieron que aprender a reconocer a Jesús en el rostro de los pobres. El primero era un gran deportista; el segundo se apasionó más por la informática. 

Tras el debido discernimiento, ambos son propuestos como modelos de jóvenes que supieron vivir el Evangelio en circunstancias que a nosotros nos parecen demasiado difíciles para hacer vida el estilo de Jesús. Pier Giorgio tuvo un fuerte compromiso social. Era hijo de la Rerum novarum. Se opuso al incipiente fascismo. Carlo se sintió atraído por la Eucaristía y por las enormes posibilidades de Internet. Sus perfiles psicológicos y sus modos de encarnar el Evangelio son muy diferentes. 

Los cristianos no somos fotocopias de un modelo único. Cada uno seguimos a Jesús con la mochila de nuestra personalidad y con los dones que el Espíritu nos concede para vivir el Evangelio. Sueño con muchos más modelos de jóvenes de nuestro tiempo. Muchos chicos y chicas necesitan verse reflejados en el espejo de sus contemporáneos. No basta solo con identificarse con algunos personajes de Netflix o con colgar posters de futbolistas y cantantes en las paredes de la propia habitación. Se necesitan “santos” de carne y hueso que den alas a quienes buscan ir más allá de un mundo curvado sobre sí mismo.


Le he escuchado a un experto de IA que no somos conscientes de la que se avecina. Se tardaron unos 25 años en que los automóviles entraran en los hábitos sociales. (Por cierto, Pier Giorgio vivió la eclosión de este invento moderno entre 1900 y 1925; incluso su padre rico quiso regalarle uno). Se calcula que el uso generalizado de los teléfonos inteligentes tardó solo siete años. El experto considera que los tiempos se aceleran. La IA habrá tomado el control de nuestras actividades dentro de dos o tres años. 

No nos importa mucho cómo funciona (no somos expertos en inteligencia artificial), sino cómo podemos hacer buen uso de ella y qué impacto va a tener en nuestro estilo de vida personal y en la organización social. La mayoría de nosotros no pasamos de meros aprendices. Además de buenos pedagogos, necesitamos también santos que nos ayuden a seguir a Jesús en la era de la IA. Necesitamos más Pier Giorgios y Carlos que vivan la compatibilidad entre este salto tecnológico-antropológico y los valores perennes del Evangelio. Nos estamos adentrando en un mundo desconocido que, incluso para los expertos, inspira más temor que esperanza. No es bueno que el miedo sea el sentimiento dominante. El Evangelio puede poner alma.

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