martes, 10 de mayo de 2022

Relicarios de Dios


Disfruto abriendo las ventanas de mi cuarto que dan al jardín del viejo convento. Me vienen enseguida las palabras de un himno litúrgico -Alfarero del hombre- que parece hecho para describir el génesis que se produce cada mañana. Antes de venir a este remoto lugar, no había imaginado que iba a sentirme tan bien después de la semana recluido en Weissenhorn. La asamblea de los Servidores del Evangelio discurre con bien ritmo y en un excelente clima de fraternidad y participación. No recuerdo haber acompañado a ningún grupo en los últimos años con un grado tan alto de intervenciones.

Donde hay vida, hay ebullición, ganas de caminar. Es llamativo el contraste entre el viejo caserón que perteneció a las monjas clarisas y la novedad que se respira en esta comunidad que apenas tiene 20 años de trayectoria. El esfuerzo por adecentar este edificio para convertirlo en lugar de encuentro de la comunidad es quizás una expresión simbólica de ese esfuerzo más profundo por rejuvenecer a la Iglesia desde un carisma caracterizado por el servicio misionero y la misericordia. De hecho, el nombre completo de la comunidad es Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios. 

Fachada del viejo convento donde nos encontramos
En este contexto sereno y hermoso, celebramos hoy la fiesta de san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, patrono de los sacerdotes seculares de España y modelo de san Antonio María Claret, que admiraba mucho su celo misionero. Mientras rezaba esta mañana el Oficio de lecturas en la vieja iglesia de convento, he leído unas palabras del maestro Ávila que estremecen: “¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad”. 

Estoy seguro de que, para a los sacerdotes de hace seis décadas, estas palabras, con sabor al castellano del siglo XVI, constituían un acicate para su crecimiento espiritual. No estoy tan seguro de que tengan la misma resonancia en los sacerdotes de mi generación y en otros más jóvenes. Podemos pensar que reflejan una imagen demasiado sacral del sacerdote y que, sin pretenderlo, pueden justificar una de las enfermedades que más desdibuja este servicio en la Iglesia, el clericalismo. Nosotros hemos crecido en una comprensión del ministerio en clave de servicio. Frente a la figura del sacerdote como “hombre de lo sagrado”, hemos sido formados en la “teología del delantal” (teologia del grembiule), por usar una expresión de don Tonino Bello (1935-1993), un admirado obispo italiano.


Personalmente creo que ni tanto ni tan poco. No creo que desde el Nuevo Testamento se pueda presentar la figura del presbítero utilizando la falsilla de los sacerdotes veterotestamentarios y mucho menos de los sacerdotes de otras religiones. El sacerdocio inaugurado por Jesús no es de tipo cultual o ritual, sino existencial. El presbítero es, ante todo, un servidor de la comunidad “en el nombre de Jesús”. O, utilizando una expresión que acuñó un compañero mío, un “camarero del Reino”. Si ha de ser “relicario de Dios” o “casa de Dios” -como dice san Juan de Ávila- no es porque posea poderes extraordinarios, sino porque representa una memoria viviente de Jesús que, dando su vida por los demás, refleja el amor de Dios por su pueblo. 

Quizás entre una concepción demasiado sacral de la figura del sacerdote (como la que se podía tener antes del Vaticano II) y otra demasiado banal (como la que tal vez se ha tenido en épocas posteriores), cabe un acercamiento más equilibrado. Los sacerdotes somos seres humanos como cualquiera. Estamos expuestos a las mismas tentaciones y debilidades. Hemos sido llamados por Jesús, a través de la mediación de la Iglesia, a representarlo en su condición de servidor. Llevamos este tesoro de la vocación ministerial en las vasijas de barro de nuestra condición humana. Aquí es donde reside nuestra fuerza; por eso podemos ser “relicario de Dios” y “casa de Dios”. Si no reconocemos esta gracia, corremos el riesgo de desplazar el acento hacia nuestras cualidades personales o nuestras realizaciones pastorales. Este neoclericalismo moderno, basado en la eficacia de nuestras obras, es todavía peor que el viejo clericalismo de cuño sacral.

Los santos de ayer nos ayudan a comprender mejor la misión de hoy. Donde hay semilla de Evangelio se desbordan todos los marcos culturales. La verdad de Jesús supera las barreras del espacio y del tiempo. Por eso, Juan de Ávila es un maestro para hoy.


1 comentario:

  1. Creo que disfrutas abriendo las ventanas de tu cuarto, porque también abres las ventanas de tu espíritu que te permiten contemplar la belleza y la presencia de Dios en todo.
    Nos comentas las palabras del Maestro de Ávila en relación a la vocación del sacerdocio y las calificas diciendo “que estremecen” y me lo creo, porque proyectan una gran responsabilidad… Me lleva a pensar que cuando profundizamos, en nuestra vocación, como cristianos, sea la que sea, sería bueno que todos fuéramos conscientes que estamos llamados a la santidad…
    El presbítero es, ante todo, un servidor de la comunidad “en el nombre de Jesús”… Las palabras “teología del delantal”, son fáciles de decir, pero ya no tan fáciles de llevar a cabo… Nos hablan de “servicio”.
    Gracias Gonzalo por tu entrega incondicional desde tu sacerdocio.

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