miércoles, 4 de mayo de 2022

La vida desde la ventana


Llevo un par de días recluido sin salir de mi habitación, aunque conectado a través de Zoom con las personas a las que estoy acompañando en un taller sobre liderazgo. Veo el mundo a través de cuatro ventanas: las tres de mi amplia habitación bávara y la ventana digital de Internet. No sé cuánto tiempo podría resistir así, pero caigo en la cuenta de que estoy cómodo. No se me caen las paredes encima. Consigo organizar bien las distintas horas del día, hasta el punto de que siempre estoy ocupado. 

Cuando tengo algo de tiempo libre, hago un recorrido por los periódicos digitales para mantenerme informado. O manipulado, que uno no sabe bien con qué carta quedarse. Siempre albergo la secreta esperanza de que algunas cabeceras famosas digan lo contrario de lo que intuyo que van a decir, pero casi nunca acierto. Con frecuencia, los periódicos son más fieles a su ideología y a sus intereses corporativos que a la desnuda realidad y a la inteligencia de sus lectores.


De entre las muchas noticias, espigo una “secundaria” (aunque para mí mucho más interesante que las referidas a los amoríos, casorios y divorcios de los famosos) que me ha llamado la atención. Se está celebrando estos días en Madrid un congreso para conmemorar el centenario de la publicación de una de las obras más conocidas del filósofo José Ortega y Gasset (1983-1955). Me refiero a La España invertebrada, publicada por primera vez con gran éxito en mayo de 1922, cuando España todavía arrastraba el pesimismo de la generación de 1898

“Un pueblo –escribió Ortega y Gasset en esa obra memorable– vive de lo mismo que le dio la vida: la aspiración. Para mantenerlo unido es preciso tener siempre ante sus ojos un proyecto sugestivo de vida en común. Solo grandes, audaces empresas despiertan los profundos instintos vitales de las grandes masas humanas. No el pasado, sino el futuro; no la tradición, sino el afán”. Estas palabras de Ortega, a quien en mis tiempos de estudiante leí con fruición y de quien tal vez he heredado la afición a la escritura, siguen inspirándonos hoy. Cuando contemplo la realidad española (y la europea), veo la ingente cantidad de energía intelectual y emocional que gastamos en reinterpretar una y otra vez el pasado (a veces como arma arrojadiza) cuando lo que nos daría alas sería imaginar el futuro. Solo los ancianos se fijan más en el pasado que en el porvenir. Los jóvenes tienen su patria en el futuro. Lo pienso cuando veo desde mi ventana a los niños y adolescentes que acuden a este centro de Weissenhorn con sus mochilas de colores a las 7 de la mañana.


Si soy sincero, a mí ni se me pasa por la cabeza añorar las grandezas del reino de Castilla por más que haya nacido en una tierra que perteneció a ese antiguo reino medieval. Tampoco me entusiasma revivir la Corona de Castilla o la España imperial de los siglos posteriores. Aprecio la historia, me gusta saber de dónde venimos, recojo algunas claves y tradiciones, pero enseguida miro al presente y al futuro. No tiene mucho sentido que idealice el Toledo de las tres culturas (cristiana, judía y musulmana), por ejemplo, cuando lo que importa es cómo vamos a construir ahora una España y una Europa verdaderamente interculturales. Concentro mis fuerzas en imaginar “un proyecto sugestivo de vida en común” dentro de la pluralidad antes de que los nostálgicos de turno pretendan regresar a un imposible pasado o los nacionalistas de todo pelaje aspiren a proyectos sectoriales, excluyentes y, en el fondo, anacrónicos.

A Europa le pesa demasiado su historia. En vez de vivirla como un trampolín, la vive como un lastre. Mientras los Estados Unidos (hace décadas) y China, India y algunos países islámicos (hoy) imaginan un mundo diferente y se preparan para él, Europa se dedica a dar vueltas a la noria de su esplendoroso (y conflictivo) pasado y a disfrutar de su relativo bienestar. Se enreda en el ovillo de las mil interpretaciones y desempolva sus viejos reinos de taifas. 


Quien sueña un proyecto nuevo alienta la esperanza, estimula y favorece el nacimiento de nuevos hijos, se propone metas. Quien ya no sueña se limita a gestionar el presente con más o menos eficacia mientras se va hundiendo poco a poco en un fango viscoso de pesimismo nihilista. ¡Y, para colmo, considera que el aborto y la eutanasia son un derecho!

¿Puede todavía la fe cristiana alimentar “un proyecto sugestivo de vida en común” en Europa? Yo lo creo, aunque no como lo hizo en la etapa de la cristiandad, sino en diálogo con otras visiones de la vida que están presentes en nuestro continente. Pero para eso se necesita retirar las cenizas de la rutina y soplar sobre las brasas de una experiencia personal de encuentro con el Resucitado. Desde mi ventana abuhardillada veo que aún es posible, pero para ello tenemos que despertarnos de la modorra y languidez con las que vivimos, pensar un poco más y divagar menos, arremangarnos con ganas y abandonar el derrotismo. ¡Hoy es siempre todavía!


1 comentario:

  1. Hoy, para quedarme con la idea que creo intentas dibujar, es que desde el presente, sepamos recoger experiencias del pasado para que no repitamos errores, nos ayuden a vivir el presente, y nos ayuden también a proyectar un futuro mejor.
    No sé si será posible un proyecto de vida en común, a nivel de Europa… Más bien presiento que será de pequeñas comunidades que lo vayan viviendo y poco a poco se logre un cambio positivo,
    A nivel personal y grupal, viene muy bien lo que nos dices: “retirar las cenizas de la rutina y soplar sobre las brasas de una experiencia personal de encuentro con el Resucitado.”
    Gracias por el optimismo que transmites… “¡Hoy es siempre todavía!”
    De vez en cuando sal a que te dé un poco el aire.

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