viernes, 23 de julio de 2021

El viaje al centro

Ayer fue un día muy caluroso. Incluso en mi refugio de montaña la temperatura escaló hasta los 34 grados. Menos mal que durante la noche bajó a 15. Eso me ha permitido dormir bien. A algunos lectores la entrada de ayer sobre Cuba ─bastante leída, por cierto─ les resultó incompleta. Lo era. No pretendía hacer un análisis exhaustivo de la compleja situación del país caribeño, sino solo recordar lo que está pasando para no naufragar en el mar de las mil interpretaciones y adoptar una postura crítica. 

Después de escribir la entrada, me fui en bicicleta hasta un rincón del bosque desde el que se contempla el embalse de la Cuerda del Pozo y, a lo lejos, mi pueblo. Me senté en un banco y dejé que el paisaje me hablara. Necesito momentos como estos en medio de los muchos encuentros, mensajes y actividades de los últimos días. La contemplación tiene la virtud de devolvernos al centro de todo. Nos cura de la dispersión a la que estamos sometidos. Nos permite distinguir lo esencial de lo accidental, lo importante de lo urgente, lo estable de lo efímero. Sin experiencias de contemplación estamos expuestos a la tiranía del instante.

Pero ¿qué significa contemplar? Varias personas me han dicho que les está resultando muy difícil viajar a su interior y ver de otra manera. Su mente se pierde enseguida en recuerdos, preocupaciones por cosas minúsculas, deseos, emociones, proyectos, etc. Como todo arte, también la contemplación se aprende con la práctica. Se requiere, pues, el deseo de introducirse en ella y una mínima constancia para que los buenos deseos no se evaporen y nos dejen más frustrados que antes.

El tema de la contemplación y, más en general, el de la meditación ha sido recurrente en este blog. No es preciso ahora explicarlo con detalle. Si hoy vuelvo sobre él es porque varias personas me han dicho que la situación de pandemia que estamos viviendo, lejos de ayudarles a contemplar la realidad con calma y a encontrar serenidad, les está produciendo una gran dispersión mental y afectiva. Se sienten cada día más perdidas. Se dejan llevar por los impulsos de última hora. Experimentan un gran desasosiego interior, como si no encontrasen en ninguna experiencia el sosiego que necesitan. 

Sería muy fácil despachar esta zozobra con un par de consejos piadosos, pero eso no iría a la raíz del problema. Creo que en un contexto como el actual necesitamos más que nunca practicar el arte de la contemplación para dejarnos nutrir por la fuente del amor, que no es otra que Dios mismo.

Ayer celebramos la fiesta de santa María Magdalena. No hice ninguna referencia explícita porque creo que ya he escrito bastante sobre ella en los años anteriores, pero sigo creyendo que un perfecto icono que puede ayudarnos en nuestro camino espiritual. Hay cuatro palabras que resumen su experiencia de contemplación de Jesús: atracción, ausencia, encuentro y misión.  

  • María debió de sentir muy fuerte el magnetismo de Jesús (atracción) hasta el punto de que lo siguió como un apóstol más. Jesús fue el amor de su vida, su centro, su todo.
  • Probó también en sus carnes el dolor de la ausencia. Siempre me han impresionado las palabras que el evangelio de Juan pone en sus labios cuando visita la tumba de Jesús: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20,13). Parece haberse anticipado veinte siglos a quienes experimentan hoy la ausencia de Jesús después de haber creído en él. 
  • Solo cuando Jesús pronuncia el nombre de María, ella se da cuenta de que el Maestro vive, se encuentra con él de una manera más honda que cuando lo seguía por tierras de Galilea y Judea (encuentro). 
  • Su tentación es retenerlo para que no desaparezca más, pero Jesús le dice que la mejor forma de estar con él es anunciarlo. La misión se convierte en la cara visible del encuentro.

Personalmente encuentro mucha luz y mucha belleza en este itinerario, más que en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio o en los infinitos juegos que cada uno de nosotros practicamos en nuestra vida.

1 comentario:

  1. Las experiencias de contemplación nos ayudan a vivir con más profundidad… A medida que nos entrenamos en ello, espontáneamente nos sale de entrar en contemplación ante hechos extraordinarios y poder digerirlos con más paz.
    Escribes: “Sin experiencias de contemplación estamos expuestos a la tiranía del instante.” Gracias Gonzalo por habernos ido iniciando a ella… de una manera suave… casi sin darnos cuenta. Tu experiencia de contemplación, compartida, se contagia.
    Es una realidad demasiado extensa ésta de la que hablas, las muchas personas que viven con “una gran dispersión mental y afectiva y que se sienten cada día más perdidas”. En este aspecto, no sé a que “normalidad” volveremos. Gracias por “darnos pistas” para superarlo.
    Defines con mucha exactitud lo que está aconteciendo actualmente: “… Experimentan un gran desasosiego interior, como si no encontrasen en ninguna experiencia el sosiego que necesitan... “
    Pensando en María Magdalena, le pasó lo que nos pasa a la mayoría, Jesús se hace presente de alguna manera que no esperamos y por eso no le reconocemos…

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