lunes, 20 de abril de 2020

Preparando el día después

No se ha terminado la pandemia (en realidad no sabemos cuándo lo hará ni en qué condiciones) y ya circulan muchas teorías sobre lo que sucederá “el día después”. Entre los que piensan que poco o nada va a cambiar y los que consideran que la hiperglobalización se acaba y comienza un mundo nuevo hay un amplio abanico de posturas y propuestas. Se recuerdan situaciones análogas como las producidas tras la caída del muro de Berlín (1989), los atentados del 11 de septiembre (2001) o la crisis económica de 2008. Pero lo que estamos viviendo ahora se parece muy poco a lo que vivimos en esos tres momentos más o menos cercanos. Para quienes están interesados en cuestiones de geo-estrategia, puede ser útil leer El año de la rata. Consecuencias estratégicas de la crisis del coronavirus (en francés) o un estudio titulado Orden internacional y el proyecto europeo en tiempo del Covid 19 (en inglés). Una de las conclusiones es que “entre todas las previsiones que circulan sobre el mundo que saldrá de esta crisis del coronavirus, hay una que puede avanzarse sin miedo al error: será un mundo obsesionado por las pandemias”. Esta nueva obsesión sustituirá a otras anteriores como la amenaza de guerra nuclear, el terrorismo, la crisis económica o el calentamiento global. Según algunos, el miedo anidará en nosotros como un virus más peligroso aún que los que puedan ir surgiendo.

¿Cómo prepararnos para no vivir en una sociedad del miedo? Si hay algún mensaje que se repite con frecuencia en la Biblia es precisamente este: “No temáis”. Siento que hoy Jesús nos dirige estas palabras con toda la fuerza salvífica que implican. Quizás no haya nada más paralizante que el miedo, porque a las amenazas objetivas añade un plus de incertidumbre y exageración. Se suele decir que lo que más miedo produce es el miedo al miedo. Es verdad que tendremos que sacar conclusiones de la experiencia que estamos viviendo y explorar nuevos hábitos de vida, pero de ninguna manera podemos dejarnos dominar por el miedo. Quienes interpretan esta pandemia como un “castigo de Dios” por nuestros pecados y, en consecuencia, nos atemorizan con penas severas tendrían que saber que el “temor de Dios” al que se refiere la Biblia en numerosas ocasiones no tiene nada que ver con el miedo y mucho menos con la desconfianza, como si el amor incondicional de Dios dependiera de nuestra respuesta. Jesús lo dijo de manera muy clara hablando de las relaciones humanas, pero sus palabras se pueden aplicar con más verdad aún a Dios: Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a sus amigos(Lc 6,32). Eso no significa que la pandemia no pueda tener un cierto carácter de advertencia pedagógica pensando en nuestro bien. Es iluminador a este respecto el texto de la carta a los Hebreos: “Hijo mío, no desdeñes el castigo del Señor ni te desanimes si te reprende; pues el Señor castiga a quien ama y azota a los hijos que reconoce. Aguantad por vuestra educación, que Dios os trata como a hijos. ¿Hay algún hijo a quien su padre no castigue?” (Hb 12,5-7). 

Aprender de las crisis es un signo de madurez. En este sentido, más que perder el tiempo en quejarnos de lo que podría haber sido o de cómo podríamos haber previsto la pandemia para gestionarla mejor, es más provechoso concentrarnos en lo que estamos aprendiendo durante este tiempo de cuarentena. Lo que seremos en el futuro inmediato dependerá, en buena medida, de lo que vayamos madurando durante estas semanas de reclusión. Además de reflexionar y orar en privado, es recomendable compartir nuestras ideas con otras personas, sean las que forman parte del núcleo familiar, sean otros amigos y conocidos con quienes podemos comunicarnos a través de las redes sociales u otros medios. Esta comunicación tiene el poder de ir creando una nueva conciencia colectiva. El autor de la carta a los Hebreos insiste en que Dios nos trata como a hijos. Si permite que experimentemos pruebas es porque respeta nuestra libertad de personas adultas y porque quiere siempre lo mejor para nosotros y para toda la creación. ¿Qué es lo mejor? ¿Qué prácticas individuales y sociales estaban siendo dañinas para todos? ¿Qué dimensiones esenciales de la existencia humana habíamos dejado a un lado? ¿Qué podemos hacer para vivir como seres humanos en un mundo más interconectado que nunca (para bien y para mal)? No podemos responder a estas preguntas desde el miedo (que no viene del Espíritu) sino desde una confianza radical en Dios porque “sabemos que todo concurre al bien de los que aman a Dios, de los llamados según su designio” (Rm 8,28). Si no extraemos de la fe la energía que necesitamos para afrontar el futuro con esperanza, ¿de dónde podemos sacarla?

















1 comentario:

  1. Muchas gracias. Sus reflexiones nos animan y ayudan a enfocarnos, a no perder la fe en el Resucitado y en la humanidad.

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