Es imposible no acordarse estos días de La peste, la novela que Albert Camus publicó en 1947. Ayer se hacía eco de ella John Carlin en su columna semanal de La Vanguardia titulada Asunto
de todos. No he vuelto a
leer el libro de Camus desde mis años de bachillerato, pero tal vez me anime a hacerlo de
nuevo aprovechando la relativa tranquilidad de estos días. Hace cinco años que
Bill Gates pronosticó que la mayor amenaza para la humanidad no era una improbable guerra nuclear,
sino una epidemia vírica. Ha acertado de pleno. Se puede seguir su charla en
inglés, con subtítulos en español, pinchando aquí.
Muchos se están haciendo eco de esa predicción del magnate informático. No faltan también quienes se remontan
a la “gripe española”
de 1918, a la peste negra del siglo
XIV e incluso a las famosas diez plagas
bíblicas en Egipto. Es como si necesitáramos urgentemente algunas referencias históricas
para situarnos ante un fenómeno al que no estamos acostumbrados.
Aproveché la tarde de ayer para hablar por teléfono con algunos familiares y amigos con los que hacía tiempo que no hablaba. Fue inevitable no mencionar la situación de ansiedad en la que nos encontramos. En situaciones de reclusión como la que estamos viviendo resulta confortador escuchar el timbre de una voz amiga. Es como un exorcismo afectivo contra el poder separatista del virus.
Aproveché la tarde de ayer para hablar por teléfono con algunos familiares y amigos con los que hacía tiempo que no hablaba. Fue inevitable no mencionar la situación de ansiedad en la que nos encontramos. En situaciones de reclusión como la que estamos viviendo resulta confortador escuchar el timbre de una voz amiga. Es como un exorcismo afectivo contra el poder separatista del virus.
Me pregunto cómo
reaccionaría Jesús en una situación como esta. Me viene a la mente un enigmático
texto que Lucas nos cuenta en su evangelio: “En
aquella ocasión se presentaron algunos a informarle acerca de unos galileos
cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Él contestó:
—¿Pensáis que aquellos galileos, dado que sufrieron aquello, eran más pecadores
que los demás galileos? Os digo que no; pero si no os arrepentís, acabaréis
como ellos. O aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó la torre de Siloé
y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que el resto de los habitantes de
Jerusalén? Os digo que no; pero si no os arrepentís acabaréis como ellos”
(Lc 13,1-6).
A partir de dos hechos de crónica, Jesús tiene una doble reacción: por una parte, no culpa a las personas de lo que ha sucedido y, por otra, invita a todos a la conversión. Creo que hoy podría reaccionar del mismo modo ante la pandemia del Covid-19. Lo que estamos viviendo no es –como dicen algunos– un castigo de Dios por nuestros pecados, o una consecuencia de nuestra indiferencia religiosa o de nuestra maldad moral. Pero, por otra parte, constituye una fuerte llamada a preguntarnos desde dónde y cómo estamos viviendo. Las palabras de Jesús nos liberan del peso excesivo de una responsabilidad con la que no podemos cargar; por otra, nos animan a leer lo que está pasando como una oportunidad para plantearnos la vida en serio.
A partir de dos hechos de crónica, Jesús tiene una doble reacción: por una parte, no culpa a las personas de lo que ha sucedido y, por otra, invita a todos a la conversión. Creo que hoy podría reaccionar del mismo modo ante la pandemia del Covid-19. Lo que estamos viviendo no es –como dicen algunos– un castigo de Dios por nuestros pecados, o una consecuencia de nuestra indiferencia religiosa o de nuestra maldad moral. Pero, por otra parte, constituye una fuerte llamada a preguntarnos desde dónde y cómo estamos viviendo. Las palabras de Jesús nos liberan del peso excesivo de una responsabilidad con la que no podemos cargar; por otra, nos animan a leer lo que está pasando como una oportunidad para plantearnos la vida en serio.
No sé si algún día
sabremos si el Covid-19 ha surgido de
manera espontánea o ha sido un producto de laboratorio con siniestras intenciones. No sé, por tanto, si detrás
de su expansión hay responsabilidades criminales o no. Por Internet circulan
varias teorías al respecto. Algunos hablan de que ha sido un virus fabricado para contrarrestar las protestas sociales que recorrían el mundo (Hong Kong, Francia, Chile, etc.) y que amenazaban el sistema establecido. O para frenar a la superpotencia china. Lo que sí tengo claro es que no puede entenderse
como un “castigo de Dios”. Es verdad que esta categoría aparece en la Biblia
(sobre todo, en el Antiguo Testamento), pero no es la clave desde la que Jesús
aborda lo que sucede en la historia. Dios no nos castiga como si fuéramos hijos
díscolos. Él es un Padre que –por seguir la simbología de la conocida parábola
del hijo pródigo– todos los días sale a la puerta del hogar y otea el horizonte esperando
nuestro regreso
a casa.
Nos corresponde a nosotros interpretar el significado de lo que está sucediendo como una fuerte llamada a un cambio de vida personal y social. En este sentido, esta pandemia puede ser una oportunidad para crecer como seres humanos. Hay ya muchas personas que están haciendo esta lectura positiva de lo que estamos padeciendo. Siempre, después de una guerra –y esta lo es– se ha producido un mayor desarrollo humano. La experiencia del mal en cualquiera de sus formas nos hace añorar con fuerza el bien para el que estamos hechos. Os dejo con un precioso e italianísimo vídeo hecho desde esta perspectiva.
Nos corresponde a nosotros interpretar el significado de lo que está sucediendo como una fuerte llamada a un cambio de vida personal y social. En este sentido, esta pandemia puede ser una oportunidad para crecer como seres humanos. Hay ya muchas personas que están haciendo esta lectura positiva de lo que estamos padeciendo. Siempre, después de una guerra –y esta lo es– se ha producido un mayor desarrollo humano. La experiencia del mal en cualquiera de sus formas nos hace añorar con fuerza el bien para el que estamos hechos. Os dejo con un precioso e italianísimo vídeo hecho desde esta perspectiva.
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