Desde hace días se ha puesto de moda la expresión inglesa “social distancing”, que los medios de comunicación españoles suelen traducir por “distancia social”, pero que sería mejor traducir –como se hace en Latinoamérica– por “distanciamiento social”. Se trata de “un conjunto
de medidas no farmacéuticas de control de la infección que pretenden parar o
enlentecer la propagación de una enfermedad contagiosa. El objetivo del
distanciamiento social es reducir la probabilidad de contacto entre las
personas infectadas, y no infectados, con objeto de minimizar la transmisión de
enfermedades y en última instancia, la mortalidad”. Así lo describe Wikipedia.
En relación con la pandemia de coronavirus, se habla de que hay que asegurar una distancia de entre personas de al menos un metro. Las redes se han llenado de artefactos ingeniosos para garantizar esa protección. Es curioso que este fenómeno del “distanciamiento social” va unido al de “acercamiento doméstico”. Por una parte, nos alejamos lo más posible de cualquier aglomeración extramuros, pero, por otra, nos reagrupamos en unidades de convivencia intramuros. Estamos más distantes que nunca de nuestros compañeros de trabajo, amigos y conocidos y, al mismo tiempo, debemos compartir mucho más tiempo con las personas con quienes vivimos bajo el mismo techo. Es probable que la combinación de ambos fenómenos esté produciendo reacciones novedosas.
En relación con la pandemia de coronavirus, se habla de que hay que asegurar una distancia de entre personas de al menos un metro. Las redes se han llenado de artefactos ingeniosos para garantizar esa protección. Es curioso que este fenómeno del “distanciamiento social” va unido al de “acercamiento doméstico”. Por una parte, nos alejamos lo más posible de cualquier aglomeración extramuros, pero, por otra, nos reagrupamos en unidades de convivencia intramuros. Estamos más distantes que nunca de nuestros compañeros de trabajo, amigos y conocidos y, al mismo tiempo, debemos compartir mucho más tiempo con las personas con quienes vivimos bajo el mismo techo. Es probable que la combinación de ambos fenómenos esté produciendo reacciones novedosas.
El “distanciamiento social” no es sino la exacerbación de un individualismo
que nos lleva caracterizando hace varias décadas. Cada vez nos relacionamos menos
con la gente de nuestro entorno. Seleccionamos mucho nuestros círculos de
amistades y reducimos a la mínima expresión los signos de urbanidad. Basta ver
lo que sucede en un avión. Hace años, era normal que los pasajeros se saludasen
y hablase entre sí; hoy resulta extraño. La mayoría se cala sus auriculares, se
aísla del entorno y transcurre el tiempo entretenido con sus cosas. Así que la
cuarentena obligada que estamos viviendo ahora no es sino más de lo mismo.
Más
extraño resulta el fenómeno opuesto del “acercamiento doméstico”. ¿Qué sucede
cuando familias enteras se ven obligadas a convivir las 24 horas del día en el
pequeño reducto de sus domicilios? Lo que, de entrada, se puede vivir como una
hermosa oportunidad de estar juntos, puede convertirse en algunos casos en una
fuente de tensiones y aun de conflictos si no se sabe manejar. Se corre el
riesgo de que cada persona busque su rincón exclusivo para no verse sometida a
una convivencia que puede resultar agobiante. Pero también cabe la posibilidad
de que se exploren nuevos modos de relación y de apoyo. En ese caso, el
confinamiento de estos días puede ayudar a las familias a redescubrir su
identidad.
Los dos fenómenos –el “distanciamiento social” y el “acercamiento
doméstico”– constituyen una especie de laboratorio para testar la calidad de
nuestras relaciones y nuestra capacidad para afrontar fenómenos nuevos. En las situaciones extraordinarias –y esta lo
es en grado sumo– todos sacamos lo peor y lo mejor de nosotros mismos. Por eso,
es necesario estar en guardia, advertir nuestros sentimientos y emociones y
aprender a canalizarlos con serenidad. Quizá entonces descubriremos que somos más
egoístas, huraños y agresivos que lo que aparece en la vida cotidiana, pero también
más sensibles, altruistas y arriesgados. Dejemos que nuestros rasgos
positivos crezcan para contribuir a crear un entorno saludable. Controlemos
nuestros rasgos negativos para que no hagan más insufrible el confinamiento que
estamos padeciendo. También este es un asunto espiritual. Si nos dejamos llevar
por el “mal espíritu”, podemos hacer de estos días una cárcel o un pequeño infierno.
Si tomamos conciencia de nuestras pulsiones y aprendemos a dominarlas, si nos
dejamos guiar por el “buen espíritu”, podemos crecer mucho en humanidad, en
apertura a los demás y en confianza en Dios. Nada es automático ni obligatorio.
Casi todo depende de nuestra actitud.
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