La Navidad está a un tiempo de embarazo; es decir, a nueves meses a partir de la fiesta de hoy, la Anunciación del Señor. La Iglesia ha querido situar en el comienzo de la primavera
del hemisferio norte la fiesta de la vocación de María, de su llamada a ser la
madre del Salvador. El relato de Lucas (cf. Lc 1,26-38) es de tal belleza y
profundidad teológica que bien merece una meditación serena en estos tiempos de
forzada quietud. También nosotros –como la joven de Nazaret– necesitamos
escuchar las palabras del arcángel Gabriel –“El
Señor está contigo”– en momentos en los que podemos sentir la
tentación de que Él está muy lejos de nuestros miedos y zozobras. La convicción
de que Dios nunca nos abandona es lo que nos mantiene en pie cuando se
derrumban otras muchas certezas sobre las que habíamos puesto nuestra
confianza. Naturalmente, esto no se ve a las primeras de cambio. Por fuera, parece
que todo sigue igual. Lo mismo debió de pensar la jovencita de Nazaret. Tampoco
ella entendió esa presencia de Dios irrumpiendo en su vida. Lucas lo dice con
claridad: “Al oír estas palabras, ella
quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo”. El
desconcierto y las preguntas forman parte del itinerario de la fe. ¿Cuántas veces
nos hemos preguntado durante estos días de pandemia por qué Dios permite una
calamidad como esta? ¿Cuántas veces hemos querido descubrir algún significado
oculto en hechos que nos parecen redondamente absurdos y hasta crueles? No se
entiende la fuerza y la novedad de la revelación de Dios cuando aceptamos todo con pasiva
resignación. Es necesario que no tengamos miedo de nuestros miedos, que nos
atrevamos a formular preguntas e incluso a expresar nuestra rabia y desolación.
Cuando el ángel
le anuncia a María que va a tener un hijo “que
será llamado hijo del Altísimo”, ella no responde enseguida con un sí superficial y atolondrado. Sigue preguntando: “¿Cómo
puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. Preguntar no
significa desconfiar. Es un modo responsable de hacerse cargo de lo que está en
juego. Solo pregunta quien intuye la profundidad de la respuesta. Si por algo
se caracteriza la fe de muchos creyentes de hoy es por la sinceridad a la hora de
formular preguntas: ¿Cómo se compagina la fe en un Dios creador y las leyes que
rigen la formación del universo? ¿Qué significa que el Misterio que sustenta la
realidad se haya hecho un ser humano en un momento de la historia? ¿Por qué somos
libres si Dios conoce nuestra vida? ¿No es Jesucristo un profeta más de los
muchos que a lo largo de la historia nos han ayudado a entender el misterio de
la existencia? ¿Qué credibilidad merece la Iglesia cuando hoy conocemos mejor
que nunca sus limitaciones y miserias? ¿Por qué creer en Dios si hay personas
que se consideran ateas y se comportan con más humanidad que muchas de las que presumen
de creyentes? ¿De verdad que tiene algún sentido hablar de vida después de la
muerte? Somos hijos de una Madre que dijo “sí” con toda la generosidad de su corazón
adolescente, pero antes no tuvo reparo en formular una pregunta radical que
resume todas las demás: “¿Cómo puede ser
eso?”.
El relato de
Lucas termina con una promesa –“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”–, una revelación –“No hay nada
imposible para Dios”– y una respuesta:
“Yo soy la servidora del Señor, que se
cumpla en mí lo que has dicho”. Los tres elementos (la promesa, la revelación
y la respuesta) nos señalan un camino luminoso para vivir este tiempo presente
con mucha serenidad y confianza. Solos no podemos vencer los miedos que nos atenazan.
La Palabra de Dios nos asegura que Jesús no nos ha dejado huérfanos y
desvalidos en el campo de batalla de la historia. Contamos siempre con la ayuda
del Espíritu Santo. Estamos seguros de que con su gracia superaremos la prueba, porque
“no hay nada imposible para Dios”. Merece
la pena repetir esta frase a lo largo del día de hoy. Iluminados por esta fe,
podemos responder como María, abiertos a que se cumpla la voluntad de Dios en
nuestra vida y en la del mundo. También hoy es un día adecuado para repetir
muchas veces: “Yo soy la servidora (o el
servidor) del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”.
Os recuerdo que
el papa Francisco nos ha invitado hoy, a las 12 del mediodía, a rezar el
Padrenuestro en comunión con millones de creyentes y de hombres y mujeres de buena
voluntad de todo el mundo pidiendo a Dios el don de vencer cuanto antes esta
pandemia de coronavirus que nos aflige.
Muchas gracias Gonzalo por tu reflexión profunda, llena de mensajes, en estos momentos en que realmente nos hacemos muchas preguntas...
ResponderEliminarOjalá que nuestra confianza en el Espíritu no desfallezca y nos ayude a manteneros en nuestros caminos, positivamente.
Gracias por comentarnos los tres elementos: La promesa, la revelación y la respuesta.
Muchísimas gracias por continuar ahí, dando ánimos para seguir adelante... Un abrazo.