Sí, ya sé que todos los días estoy escribiendo sobre la pandemia del Covid-19. Yo mismo empiezo
a hartarme, pero es casi imposible sustraerse a su presión. Hoy lunes quiero
hacerlo desde una perspectiva nueva. Ayer por la tarde un amigo mío de Málaga
me envió por WhatsApp un vídeo de
poco más de cinco minutos. Para que no corriera el riesgo de pasarlo por alto –como,
de hecho, hago con algunos de los muchos que estoy recibiendo estos días– él
mismo se encargó de advertirme: “Merece
la pena verlo, en mi opinión; si no, no te lo enviaría suponiendo lo saturado
que estás”. Me picó la curiosidad. Y sí, confieso que merece la pena verlo.
El viejo rabino Manis Friedman nos invita a vivir esta pandemia como una oportunidad que la
vida (Dios) nos ofrece para realizar los cambios que llevamos años anhelando y
que nunca acabamos de rematar.
Siempre encontramos excusas para ser prisioneros
de nuestros hábitos, rutinas y mezquindades. Por abrumadora que sea a veces,
nos resulta difícil salir de nuestra zona de comodidad. Hemos hecho del “Más vale lo malo conocido que lo bueno por
conocer” nuestro lema vital. No han servido de mucho las insinuaciones de la
Palabra de Dios, las continuas llamadas de la Iglesia, las voces de algunos profetas religiosos y seculares, las advertencias
de muchos filósofos y científicos humanistas. Pues bien, lo que nada de esto ha conseguido pararnos y hacernos repensar a fondo nuestro estilo de vida lo está consiguiendo un virus
de rápida difusión, pero de no muy alta letalidad. En este mes de marzo de 2020 el mundo se ha detenido. Es como si todos hubiéramos sido convocados de urgencia a una especie de ejercicios espirituales colectivos para preguntarnos quiénes somos, de dónde venimos, cómo estamos viviendo y cómo queremos vivir, qué nos cabe esperar.
El viejo rabino enumera los posibles beneficios de esta pandemia, tanto para el planeta, como
para las personas, familias, comunidades y países. Se ve que es un hombre de
esperanza. No estoy seguro de que quienes están perdiendo a sus seres queridos
estos días vean las cosas del mismo modo. De todas formas, es un ejercicio que,
tarde o temprano, tendremos que hacer. Una especie de balance de pérdidas y
ganancias. ¿Qué estoy perdiendo yo durante estas semanas? ¿Qué estoy ganando?
Es obvio que quienes han sido despedidos de su empleo o son trabajadores
autónomos han perdido la fuente de sus ingresos y, por lo tanto, se enfrentan a
una situación muy incierta. No digamos quienes han perdido a algún familiar o
amigo. Uno ha podido perder también el ánimo, el deseo de vivir, la serenidad y
hasta las ganas de comunicarse con los demás.
La pandemia, a medida que se alarga, está produciendo una depresión colectiva, por más que haya de vez en
cuando momentos de exaltación (como cuando muchos salen a las ventanas por la tarde para
aplaudir al personal sanitario o para cantar juntos algún himno como Resistiré). Las pérdidas de vidas y las pérdidas emocionales, sociales y económicas son cuantiosas. Yo diría que, por el
momento, son sencillamente incalculables. El balance, de entrada, no puede ser
más pesimista.
¿Qué estamos
ganando entonces? Sin retorcer sádicamente las palabras, ¿se puede hablar de
ganancia? El viejo rabino cree que sí. En el vídeo nos invita a descubrir el
lado positivo de la pandemia. A algunos les puede parecer un planteamiento
idealista y hasta cínico, pero creo que expresa una gran verdad. Lo que sucede
es que estas posibles “ganancias” no nos vienen dadas de manera automática.
Tenemos que ser nosotros quienes aprovechemos el momento para hacer opciones y
tomar decisiones. La pandemia puede ayudarnos a madurar como personas y comunidades…
si queremos. Nos ofrece un nuevo marco, nos abre horizontes, nos desvela dimensiones
escondidas, pero no nos sustituye. Muchos dicen que, tras la crisis, no seremos
los mismos. Creen que el mundo va a cambiar de manera significativa para mejor. Me gustaría mucho que así fuera, pero tengo mis
serias dudas al respecto. Lo más probable es que, tras un período inicial de temor y desconcierto,
volvamos a las andadas. Así somos los seres humanos. Lo he visto, por ejemplo,
cuando me ha tocado presidir funerales de jóvenes muertos en accidente por
exceso de velocidad. Sus amigos y compañeros lloran desconsolados el día del
entierro, pero enseguida vuelven a sus hábitos normales, incluyendo el de
conducir temerariamente, como si nada hubiera pasado.
Tal vez en esta ocasión
las cosas pueden suceder de otro modo. Así lo espero. Estamos pagando un precio
demasiado alto como para olvidarnos pronto de lo que estamos viviendo y que todo siga igual que antes. Los supervivientes de los
campos de concentración nazis no fueron los mismos después de haber bajado al infierno de la condición humana. Hay experiencias
tan intensas que nos cambian por dentro y reajustan nuestra escala de valores.
¿Será la pandemia del coronavirus una de ellas? Os dejo con el vídeo del
rabino. Ya me diréis lo que os parece.
Me ha gustado mucho. Yo también pienso que cuando psae no va a durar mucho el sentimiento de la necesidad de cambiar y de reconocer que no somos omnipotentes. Me arrepiento de tener ese sentimiento porque me parece que traiciono la ESPERANZA.
ResponderEliminarun abrazo
Gran entrada. Al igual que el rabino, me permito ser moderadamente positivo respecto al "nuevo humano" que saldrá de esta gran crisis. Creo que estos momentos están sacando tanto lo mejor como lo peor de cada persona, de nuestros fallos podremos sacar nuestras fortalezas.
ResponderEliminarPablo Melero Vallejo