Hace más de 30 años Joaquín Sabina se quejaba de que no sabía quién le había robado el mes de abril. Atónito, se preguntaba: “¿Cómo
pudo sucederme a mí?”. Ahora, en este extraño 2020, soy yo el que se queja
ante el panorama de una primavera que intuyo “robada”. De hecho, he cancelado
todos mis viajes y compromisos para los próximos tres meses. Me pregunto qué
derecho tiene un diminuto virus a robarnos toda una hermosa primavera. Quizás algún
día encuentre la respuesta. Por el momento, la pregunta se queda flotando en el
aire. ¿Cómo no hablar de “robo” cuando veo una hilera de camiones militares
llevando féretros de Bérgamo a otros lugares porque el crematorio local ya no
da abasto para incinerar los cadáveres de personas derrotadas por el dichoso
coronavirus? Me llega al alma enterarme del solitario
adiós a los curas que van cayendo en el campo de batalla por estar
cerca de sus comunidades. Ellos, que a lo largo de su vida ministerial han
acompañado a tantos en sus últimos momentos, que han celebrado cientos o miles
de funerales, se ven obligados a morir en solitario y a ser enterrados como a
hurtadillas, sin que otro colega pueda celebrar un funeral digno. ¿Qué
primavera es esta en la que nadie se atreve a hacer planes para el futuro y en
el que los brotes de los árboles parecen como fuera de lugar porque no van
sincronizados con nuestro sufrimiento?
Ya sé que hay personas
que por temperamento, convicción o fe ven siempre el lado positivo de todo. Yo también
pertenezco a este grupo. Creo en la fuerza del misterio pascual. Sé que donde
hay pasión y muerte acaba triunfando la vida, pero esto no significa que cierre
los ojos ante lo que está sucediendo, o que pase como gato sobre ascuas por
encima del dolor, la rabia y la confusión de tantas personas. La vida es una
muerte derrotada; la alegría es una tristeza vencida; la esperanza es una
angustia perforada. Cuando cada tarde, pasadas las 6, visito la edición digital
del Corriere della sera para ver el
parte del día se me rompe el alma. Sigue creciendo el número de contagiados y
de muertos, aunque ayer disminuyó un poco. Más parece un parte bélico que un informe sanitario. ¿Qué estamos haciendo mal? Byung-Chul Han,
un filósofo surcoreano afincado en Berlín, piensa que el
individualismo europeo no ayuda a combatir la pandemia. Él cree que los
éxitos de Taiwán, Singapur, Corea del Sur, Japón o la misma China se deben a su
cultura colectivista, con raíces en el confucianismo. El
grupo está controlado y las normas se cumplen a rajatabla. Se pregunta de qué
sirve cerrar bares, restaurantes, teatros y cines en Europa, por ejemplo, si luego la gente
va apiñada en el metro o en los trenes sin la protección de la mascarilla. Lo
que se requiere, según él, es un completo control digital. De otro modo, el
virus no hará más que difundirse. Es probable que Byung-Chul Han tenga razón,
pero es ya un poco tarde para hacerle caso. Mientras, nos parece que cerrando fronteras vamos a detenerlo. ¡Ilusiones de viejos soberanismos trasnochados!
Aunque meteorológicamente
estamos ya en primavera, en el ánimo de muchas personas seguimos prisioneros de
un crudo invierno. A medida que se alarga el confinamiento, resulta más difícil
gestionarlo. Algunas personas confiesan que están viviendo “una
montaña rusa emocional”. Creo que yo soy una de ellas, no por lo que
experimento en mi numerosa comunidad (que hasta ahora está viviendo con mucha paz, armonía
y organización este tiempo), sino por la impotencia de no poder actuar en
situaciones en las que sería necesaria mi colaboración. No pienso en mi salud –ya
probada durante las pasadas semanas a causa de un pequeño accidente–, sino en
la salud de mis seres queridos y, en general, de todas las personas que no están
siendo atendidas por falta de personal o medios adecuados. Esto me sume a veces
en un sentimiento de tristeza y rebeldía. Enseguida reacciono para dejar que la
esperanza vaya ganando terreno y me proporcione nuevas energías. No se gana
nada con el derrotismo. Hay que buscar siempre soluciones posibles, por más que
uno tenga la sensación de que un ser microscópico le esté robando la primavera.
Muchísimas gracias Gonzalo, con tu testimonio me ayudas a superar mis altibajos, mis "montañas rusas" como tu bien dices...
ResponderEliminarGracias porque nos das elementos para ir hacia adelante en este camino difícil... Esperemos que estemos a tiempo a vivir la primavera...
En la distancia, unidos por la oración.
Gonzalo, agradezco de corazón tu apertura y sinceridad...Un abrazo
Gracias Gonzalo. La verdad es que se me ha encogido el corazón al leer esa decisión de cancelar todos los viajes por tres meses. Rezo por todo pero ahora en especial para que ese plazo lo puedas romper para venir a tu tierra que está como de invierno pero mirando el futuro con esperanza como haces tú.
ResponderEliminarGran abrazo.
p/s ¡¡Hace tan poco en La Fragua!! Nos alimenta para seguir.
Yo estaba pensando lo mismo que tu: ¡Qué suerte que hace poco más de un mes que estuvimos "cargando pilas"!!! Un abrazo
EliminarGracias por estar ahí y animarnos. Nos unimos en oración en esta etapa tan difícil que nos ha tocado vivir, con la certeza de que algo aprenderemos, pero con un alto coste. Todos tenemos a nuestro alrededor, familiares, amigos, conocidos que sufren la enfermedad. Lo que sí está en nuestro mano hacer es orar y ofrecer lo que supone estar recluidos en casa, poca cosa en comparación!!! Mucho ánimo a todos.
ResponderEliminarEstimado padre, gracias por compsrtir su reflexión.
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