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miércoles, 25 de marzo de 2020

Nada es imposible para Dios

La Navidad está a un tiempo de embarazo; es decir, a nueves meses a partir de la fiesta de hoy, la Anunciación del Señor. La Iglesia ha querido situar en el comienzo de la primavera del hemisferio norte la fiesta de la vocación de María, de su llamada a ser la madre del Salvador. El relato de Lucas (cf. Lc 1,26-38) es de tal belleza y profundidad teológica que bien merece una meditación serena en estos tiempos de forzada quietud. También nosotros –como la joven de Nazaret– necesitamos escuchar las palabras del arcángel Gabriel –“El Señor está contigo”– en momentos en los que podemos sentir la tentación de que Él está muy lejos de nuestros miedos y zozobras. La convicción de que Dios nunca nos abandona es lo que nos mantiene en pie cuando se derrumban otras muchas certezas sobre las que habíamos puesto nuestra confianza. Naturalmente, esto no se ve a las primeras de cambio. Por fuera, parece que todo sigue igual. Lo mismo debió de pensar la jovencita de Nazaret. Tampoco ella entendió esa presencia de Dios irrumpiendo en su vida. Lucas lo dice con claridad: “Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo”. El desconcierto y las preguntas forman parte del itinerario de la fe. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado durante estos días de pandemia por qué Dios permite una calamidad como esta? ¿Cuántas veces hemos querido descubrir algún significado oculto en hechos que nos parecen redondamente absurdos y hasta crueles? No se entiende la fuerza y la novedad de la revelación de Dios cuando aceptamos todo con pasiva resignación. Es necesario que no tengamos miedo de nuestros miedos, que nos atrevamos a formular preguntas e incluso a expresar nuestra rabia y desolación.

Cuando el ángel le anuncia a María que va a tener un hijo “que será llamado hijo del Altísimo”, ella no responde enseguida con un sí superficial y atolondrado. Sigue preguntando: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. Preguntar no significa desconfiar. Es un modo responsable de hacerse cargo de lo que está en juego. Solo pregunta quien intuye la profundidad de la respuesta. Si por algo se caracteriza la fe de muchos creyentes de hoy es por la sinceridad a la hora de formular preguntas: ¿Cómo se compagina la fe en un Dios creador y las leyes que rigen la formación del universo? ¿Qué significa que el Misterio que sustenta la realidad se haya hecho un ser humano en un momento de la historia? ¿Por qué somos libres si Dios conoce nuestra vida? ¿No es Jesucristo un profeta más de los muchos que a lo largo de la historia nos han ayudado a entender el misterio de la existencia? ¿Qué credibilidad merece la Iglesia cuando hoy conocemos mejor que nunca sus limitaciones y miserias? ¿Por qué creer en Dios si hay personas que se consideran ateas y se comportan con más humanidad que muchas de las que presumen de creyentes? ¿De verdad que tiene algún sentido hablar de vida después de la muerte? Somos hijos de una Madre que dijo “sí” con toda la generosidad de su corazón adolescente, pero antes no tuvo reparo en formular una pregunta radical que resume todas las demás: “¿Cómo puede ser eso?”.

El relato de Lucas termina con una promesa –“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”–, una revelación –“No hay nada imposible para Dios”– y una respuesta: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. Los tres elementos (la promesa, la revelación y la respuesta) nos señalan un camino luminoso para vivir este tiempo presente con mucha serenidad y confianza. Solos no podemos vencer los miedos que nos atenazan. La Palabra de Dios nos asegura que Jesús no nos ha dejado huérfanos y desvalidos en el campo de batalla de la historia. Contamos siempre con la ayuda del Espíritu Santo. Estamos seguros de que con su gracia superaremos la prueba, porque “no hay nada imposible para Dios”. Merece la pena repetir esta frase a lo largo del día de hoy. Iluminados por esta fe, podemos responder como María, abiertos a que se cumpla la voluntad de Dios en nuestra vida y en la del mundo. También hoy es un día adecuado para repetir muchas veces: “Yo soy la servidora (o el servidor) del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”.

Os recuerdo que el papa Francisco nos ha invitado hoy, a las 12 del mediodía, a rezar el Padrenuestro en comunión con millones de creyentes y de hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo pidiendo a Dios el don de vencer cuanto antes esta pandemia de coronavirus que nos aflige.



1 comentario:

  1. Muchas gracias Gonzalo por tu reflexión profunda, llena de mensajes, en estos momentos en que realmente nos hacemos muchas preguntas...
    Ojalá que nuestra confianza en el Espíritu no desfallezca y nos ayude a manteneros en nuestros caminos, positivamente.
    Gracias por comentarnos los tres elementos: La promesa, la revelación y la respuesta.
    Muchísimas gracias por continuar ahí, dando ánimos para seguir adelante... Un abrazo.

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