miércoles, 4 de septiembre de 2019

Un jubileo dorado

Ayer les dije a los 38 claretianos indios a los que estoy acompañando en un retiro de cinco días que eran –éramos– unos privilegiados. ¿Quién puede permitirse interrumpir sus ocupaciones para dedicarse cinco días al silencio y la meditación? Desde el punto de vista laboral, es un lujo; desde el punto de vista misionero, es una necesidad. Sin estos espacios y tiempos dedicados a la escucha atenta de la Palabra de Dios, acabaríamos por no saber qué –o quién– nos mueve a hacer lo que hacemos, a ser lo que somos. Sucumbiríamos a la rutina y al desgaste. El retiro de este año tiene un significado especial. Se inscribe dentro de los preparativos para celebrar el Golden Jubilee de la llegada de los claretianos a la India. En 2020 celebraremos el 50 aniversario. Es una oportunidad para agradecer lo vivido, evaluar el camino recorrido y, sobre todo, proyectarnos hacia el futuro. Gracias a Dios, en un periodo relativamente corto de tiempo, somos ya unos 600 claretianos agrupados en cinco provincias: Bangalore, Chennai, Santo Tomás, Noreste y Calcuta. La intuición del claretiano alemán –Franz X. Dirnberger– que acompañó a los primeros claretianos indios fue certera. Él, que había sido soldado en la Segunda Guerra Mundial, repetía a menudo que “para esta batalla [se refería a la evangelización] necesitamos ante todo formar soldados”. Por eso, durante la primera década (de 1970 a 1980) se dedicaron casi exclusivamente a suscitar vocaciones nativas y formarlas. Solo después, a medida que los jóvenes misioneros terminaban su formación inicial, se fueron abriendo misiones. La estrategia dio excelente resultado. Hoy son casi cien las misiones por todo el país.

Ayer les recordé lo que dice el capítulo 25 del libro del Levítico sobre la institución del jubileo. Al cabo de 50 años –cosa que nunca acabó de funcionar en Israel– las cosas debían volver a su estado original. Era un tiempo de libertad, reconciliación y alegría.  Los tres ingredientes son imprescindibles hoy. De libertad hablamos hasta en la sopa, pero quizá nunca hemos sido tan sutilmente manipulados como hoy. Las esclavitudes (no solo las de Libia) abundan. Compramos lo que quieren que compremos, opinamos como nos sugieren los medios de comunicación, entregamos alegremente nuestros datos personales a las grandes corporaciones informáticas para que hagan con ellos lo que quieran (entre otras cosas, vendérselos a las empresas interesadas a su vez en vendernos sus productos), etc. Pero como formamos parte de sociedades nominalmente “libres”, nos sentimos tan a gusto. ¡Que nos quiten lo bailado! 

Lo de la reconciliación tiene otros matices. Estamos bastante rotos. Hemos cortado vínculos con la naturaleza, con otras personas y con Dios. Reconciliarnos significa volver a juntar lo que se ha roto, convencidos de que “el todo es más importante que la parte”. No es nada fácil. Los políticos no nos dan muy buen ejemplo. Presumen de enfrentamientos diarios. Se encastillan en sus posiciones para demostrar que son fuertes y resistentes, cuando lo único que demuestran es una debilidad innata para ponerse de acuerdo. Tampoco la Iglesia tiene las manos limpias. No hemos hecho mucho caso de las palabras de Jesús: “Que todos sean uno”. Estamos bastante fragmentados. O sea, que también la reconciliación es un desafío pendiente.

Dejo el asunto de la alegría para el final porque merece un tratamiento aparte. Siguen impresionándome las palabras con las que el papa Francisco abre su exhortación Evangelii gaudium: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (n. 2). Sí, el individualismo contemporáneo conduce a la tristeza. No hay más que abrir los ojos. Es fácil ver a mucha gente divirtiéndose, pero encontrar una persona alegre de verdad es casi un milagro. ¿Qué podemos hacer? Frente a esta tristeza individualista, el papa Francisco reconoce que “tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor” (n. 265). Si el individualismo conduce a la tristeza, solo el amor lleva a la alegría. La experiencia manda. No hay mucho que discutir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.