martes, 3 de septiembre de 2019

Todo depende de Ti

Cuando uno se encuentra a 8.341 kilómetros de su pueblo natal y a 6.991 de su lugar de residencia, es normal que sienta de otra manera las noticias sobre un compañero moribundo, una familiar operada, un amigo en tratamiento y otras muchas situaciones incontrolables a distancia. La tentación es abandonarse al pesimismo. El hecho de que uno no pueda hacer lo que le gustaría hacer (por ejemplo, estar muy cerca de las personas sufrientes) no significa que no pueda hacer nada. Aparte de sentir (que es una forma excelente de comunión), puede también rezar. De hecho, algunas de estas personas me han dicho expresamente: “Tú, reza”, como queriendo decir: “No te preocupes por las cuestiones materiales. Ya habrá quien se encargue de eso. Tú, dedícate a presentarle a Dios las necesidades”

Si uno no tiene un mínimo de fe, la primera reacción es cáustica. ¿De qué sirve rezar cuando lo que de verdad se precisa es una solución médica, una ayuda económica o un acompañamiento afectivo? Es muy fácil caer en esta tentación. Es tan realista, tan humana y tan “diabólica” a un tiempo, que no se necesita ningún esfuerzo para dejarse atrapar. Es verdad que Jesús venció la suya argumentando que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4), pero hace falta mucho cuajo espiritual para suscribir su desafiante respuesta a las insinuaciones del tentador.

Sin embargo, solo cuando la vida nos pone contra las cuerdas experimentamos la verdadera potencia de la fe. Solo cuando tenemos todos los argumentos del mundo para no creer descubrimos por qué la fe puede mover montañas. Solo cuando un sentido demasiado “realista” de la vida nos empuja a desconfiar entendemos que la fe es una confianza absoluta en el amor de Dios. La frase que me brota de los labios puede parecer una dejación de responsabilidades, pero es la que mejor expresa lo que siento (es decir, lo que creo): “Todo depende de Ti”. Ya sé que san Ignacio de Loyola nos dio un consejo certero –“Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios pero confieso que lo que ahora me conmueve más es la segunda parte. Debemos hacer lo que está en nuestra mano, poner en juego todos los recursos, creer en la energía que los seres humanos tenemos para transformar las cosas, pero, al final, “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 126,1). No creo en un Dios defectivo y mucho menos en un Dios tapagujeros. Creo en un Dios al que no se le escapa la historia de las manos, por más que a veces tengamos la impresión de que las cosas no salen como quisiéramos o que vamos de fracaso en fracaso.

Cuando digo “Todo depende de Ti” no estoy claudicando de mi responsabilidad, no me lavo las manos como si fuera un Pilatos redivivo, no hago de Dios una solución mágica a los problemas. Me limito a practicar la fe, a hacer de ella una fuente de sentido y confianza, a saber que, por muy responsable y creativo que sea, la realidad no depende de mí. Me sé contingente, limitado, incapaz de hacerme cargo de todo lo que me supera. A Dios no lo supera nada. Por eso, toda oración es siempre eficaz, aunque no produzca los frutos que uno considera imprescindibles. No hay ejercicio de fe que caiga en saco roto. No hay invocación a Dios que se quede sin respuesta, porque no nos dirigimos a un Dios sordo o arbitrario, sino a un Padre que quiere lo mejor para sus hijos: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas [o el Espíritu Santo, como dice la versión de Lucas] a los que le piden?” (Mt 7,11). Comprendo que no siempre captamos la profundidad de estas palabras, sobre todo cuando la vida concreta parece no regalarnos las “cosas buenas” que el Padre nos promete, pero es en el ejercicio paciente de la confianza donde se acrisola la verdadera fe. Al final, hagamos lo que hagamos, “todo depende de Ti” porque solo Tú eres la fuente del amor.

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