Amanece con una
temperatura suave en la sierra de Madrid. Se anuncia un delicioso día de otoño.
Es verdad que, a casi 700 kilómetros de distancia, están sucediendo acontecimientos
históricos, pero ya habrá tiempo de volver sobre ellos con más serenidad.
Hoy me acerco al mensaje que nos presenta la Palabra
de Dios en este XXVI Domingo del Tiempo Ordinario. Tiene mucha relación con el del domingo
pasado. Jesús sigue hablando de viñas y de jornaleros. Era una imagen muy
familiar para su gente. La viña no era solo un lugar de producción, sino de
relación; por eso, simboliza también a todo el pueblo de Israel. La historia
que nos propone el Evangelio de hoy es muy conocida. Un padre pide a sus dos
hijos que vayan a trabajar la viña: el primero dice no, pero luego va (no-sí): el
segundo dice sí, pero luego no va (sí-no). Parece que, en el contexto de la iglesia
primitiva, el primer hijo representa a los paganos que, tras vivir alejados de
la fe, se adhieren al Evangelio. El segundo hijo representaría al pueblo de Israel
que, aunque inicialmente parece escuchar la voz de Dios, luego da la espalda a
su enviado Jesús.
Creo que en cada
uno de nosotros conviven estos dos personajes. Hay veces que, en relación con
Dios y el amor, nos mostramos inicialmente perezosos y renuentes, pero luego
damos un paso adelante. Hay personas que con la cabeza y los labios dicen no
creer en Dios pero, a la hora de la verdad, puedes contar con ellas para cualquier
cosa. Con el lenguaje del amor están diciendo un sí que parecen negar con sus
palabras. En otras ocasiones, parecemos muy dispuestos, nos comemos los santos –como
se dice vulgarmente– pero luego eso no se traduce en una entrega generosa. Es una fe “de
boquilla”. Está claro que Jesús prefiere el primer tipo al segundo. Al fin y al
cabo, la medida última del juicio es el amor. Si amamos, hemos conocido a Dios,
porque “Dios es amor” (1 Jn 1,4). Si no
amamos, aunque seamos más papistas que el Papa, estamos lejos del corazón del
Evangelio. Por eso, cuando miramos a nuestro alrededor, tenemos que reconocer
con humildad que “ni son todos los que están, ni están todos los que son”.
Pero, aunque
estos dos personajes describen muy bien la dinámica de nuestra vida, en
realidad estamos llamados a representar un tercer personaje que no aparece
explícitamente en la parábola de Jesús: el del viñador que dice sí y luego va a
la viña (sí-sí). Es el personaje de María, la mujer que, tras algunas vacilaciones,
dijo sí y cumplió de verdad la Palabra de Dios. Estamos rodeados de personas
que han hecho de su vida un sí permanente al amor. Ayer por la tarde presidí el
matrimonio de unos jóvenes amigos. Fue una ceremonia hermosa. Luego, durante la
cena, tuve oportunidad de hablar con muchos viejos conocidos. Me emocioné al
comprobar cómo un anciano de 91 años está dedicado en cuerpo y alma a cuidar a
su esposa de 87, que padece Alzheimer. Él dice que Dios le está dando salud para
poder practicar lo que prometió el día de su matrimonio, hace más de 60 años: “en
la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad”. Me quedé
sin palabras. No lloré porque no era el momento, pero, en la persona de este
anciano, al que conocí por primera vez hace muchos años, vi el rostro de los
millones de personas que, en las circunstancias más adversas, están entregando
sus vidas para que otros puedan vivir mejor. Ellos y ellas representan de
verdad al “tercer hijo”, a ese personaje al que todos estamos llamados.
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