Ayer lucía un sol
inmenso sobre Barcelona. El cielo estaba completamente despejado. Parecía que,
en pleno otoño, había regresado el verano tras las lluvias intensas de los días
anteriores. Las puertas de la basílica de la Sagrada Familia se abrieron a las
nueve de la mañana. 3.000 peregrinos fueron afluyendo hacia las del
Nacimiento y de la Pasión como si fueran riachuelos que desembocan sus aguas en
el cauce del río principal, las naves de la basílica. No es fácil describir la
impresión que produce ese inmenso espacio habitado por una luz multicolor que
va cambiando a medida que gira el sol. Los que visitaban la basílica por primera
vez no sabían dónde dirigir su mirada: si a las 52 columnas que, como árboles
sutiles, se encaramaban hacia las bóvedas; a los vitrales que filtraban la luz
de la calle; o al Cristo que pendía sobre el altar. Todos se fueron acomodando
en sus puestos. Allí encontraron la bolsa del peregrino con el folleto litúrgico
para participar en la ceremonia, un opúsculo que narra la historia de los mártires,
una bufanda conmemorativa, un calendario claretiano del año 2018 y una decena
del Rosario con motivos martiriales.
A las 10 de la
mañana se puso en marcha la procesión desde la amplia sacristía diseñada por
Gaudí en uno de los ángulos del cuadrado que forma la superficie de la
basílica. Yo me encontraba ya en el presbiterio, a la espera de que el coro
terminase su canto de ambientación. Pasados unos minutos, me dirigí al micrófono
y, en nombre de mis hermanos claretianos, saludé a la asamblea y a cuantos nos
seguían por televisión e internet. Queríamos invitar a todos a que, vinieran de
donde vinieran, se sintieran hermanos bajo es hermosa “tienda del encuentro”
que ayer por la mañana lucía con una luz esplendorosa. Acabado este saludo, se
puso de nuevo en marcha la procesión mientras el coro y la asamblea cantaban el
canto de entrada. El río de casullas y estolas rojas fue desembocando en el
presbiterio. Todo discurría con sencilla solemnidad. Mientras, mis compañeros del
servicio de comunicación se esforzaban por hacer llegar las imágenes y el sonido
a todos los rincones del mundo. Hicieron un trabajo espléndido.
El cardenal Amato
comenzó el saludo litúrgico en catalán, la lengua del lugar y también la lengua
materna de muchos de los mártires que iban a ser beatificados. Acabado el acto
penitencial, se procedió al rito de la beatificación. El arzobispo de Barcelona pidió al papa Francisco que declarara beatos a los 109 mártires claretianos. El
vicepostulador claretiano de Catalunya, en nombre del Postulador General,
presentó brevemente a los nuevos beatos. El cardenal Amato leyó en latín la “carta
apostólica” con la que el papa Francisco concedía “la facultad de que los
Venerables Siervos de Dios Mateu, Teófilo, Ferran y 106 compañeros… de ahora en
adelante serán llamados Beatos y se pueda celebrar su festividad… el día uno
de febrero”. Mientras la asamblea cantaba con energía el Christus vincit, se destapaba el tapiz que simboliza a los nuevos
beatos, obra de la artista catalana Laura Alberich. En un relicario esmaltado
que reproduce las tonalidades de los vitrales de la basílica se presentaron las
reliquias de los mártires mientras la asamblea cantaba el himno Mártires de la Iglesia, mártir. La Eucaristía procedió ya
con normalidad hasta pasado el mediodía.
Cuando salí a la
calle el sol caía de plano sobre la plaza de la Sagrada Familia. Los turistas
aguardaban impacientes la posibilidad de entrar en la basílica. Los peregrinos
se saludaban como si se hubieran conocido desde hacía tiempo. Muchos parientes
de los mártires se juntaban por grupos familiares para almorzar juntos. Yo
emprendí a pie el camino hacia el Colegio Claret en compañía de otros claretianos y amigos. En el corto trayecto que
separa la basílica del colegio, fui repasando las imágenes de la ceremonia mientras
dejaba que fluyesen los sentimientos. Uno recurrente era el deseo de que esta
beatificación se convierta en una especie de oasis de paz en medio de las tensiones que se viven estos días en Cataluña. El mayor milagro de los mártires sería el
don de la reconciliación, de un futuro sereno y prometedor. Aunque había
jóvenes en la ceremonia, eché de menos a muchos más hombres y mujeres de la edad
de la mayoría de los mártires. ¿No es posible acercar las vidas de estos
mártires al mundo de los jóvenes de hoy? ¿No significa nada que alguien con 22
o 24 años haya sido asesinado por vivir con autenticidad? ¿Es más atractivo un
espectáculo deportivo o musical que el encuentro con vidas entregadas? Estoy
convencido de que no hay comparación posible, pero tenemos que esforzarnos por
hacerlo ver, por abrir las puertas y dejar que la fuerza de la vida se abra
paso.
Hoy celebramos el
XXIX
Domingo del Tiempo Ordinario. Dentro de pocas horas tendremos en el
santuario del Corazón de María de Barcelona la Eucaristía de acción de gracias por la
beatificación, presidida por el Cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona.
Será el último acto de los previstos para ese fin de semana. Tendrá un carácter
más local. Me gusta que coincida con la Jornada Misionera del DOMUND, que este año, en España, tiene un
lema desafiante: “Sé valiente, la misión te
espera”. El papa Francisco nos anima
a vivir la
misión en el corazón de la fe cristiana. El Evangelio de este domingo nos presenta a un
Jesús que, ante la pregunta hipócrita de los fariseos, encuentra una salida valiente,
recurriendo a la dignidad humana que Dios ha puesto en el corazón de toda
persona. Las palabras de Jesús – “Dad al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” – son provocadoras. Debemos
dar a las autoridades aquellas realidades que llevan su emblema: el vil dinero.
Pero no podemos entregarles aquellas otras que llevan el emblema de Dios:
los seres humanos. El corazón solo se le
puede entregar a Dios mismo. No hay nada (ideología política, relación humana, afición o credo) que merezca una entrega completa. ¿Qué otra cosa hicieron los 109 mártires
beatificados sino dar a Dios lo que es de Dios; es decir, la propia vida hecha
a su imagen? Los mártires claretianos no cayeron en la trampa de liberarse de
la muerte renunciando a su fe, porque sabían muy bien que los asesinos pueden
matar el cuerpo, pero no pueden destruir la vida que solo pertenece al Señor
(cf. Mt 10,28). Con su entrega
denuncian nuestros fáciles conformismos, nuestra tentación de querer vivir a un
tiempo el Evangelio y los contravalores de una sociedad que nos ofrece también
las monedas del poder, la corrupción y la injusticia. ¡Ojalá sepamos recoger y
actualizar su testimonio!
Icono original y relicario de los nuevos Beatos Mártires |
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