Si soy sincero, me
gustaría ser conocido como Misionero Hijo del Inmaculado Corazón de María, pero
comprendo que éste es un nombre demasiado largo para el estilo moderno. En la
mayoría de los sitios nos conocen como Misioneros Claretianos o, simplemente,
como Claretianos. Siempre me ha parecido que a san Antonio
María Claret no le hubiera gustado mucho este cambio de nombre. A pesar de
que el orgullo fue una de sus tentaciones recurrentes -no en vano estuvo examinándose
sobre la humildad durante catorce años- nunca llamó a las instituciones
fundadas por él con su propio apellido. Él se sintió inspirado para fundar una
congregación de misioneros que fuesen y se llamasen hijos (o hijas) del Inmaculado Corazón
de María. En su Autobiografía,
después de narrar la fundación, exclama: “¡Oh
Dios mío, bendito seáis por haberos dignado escoger a vuestros humildes siervos
para hijos del inmaculado Corazón de vuestra Santísima Madre!” (n. 492).
¿Por qué? Porque en el nombre se expresa claramente nuestra identidad en la Iglesia.
Pero la historia tiene sus carambolas, desarrollos y paradojas. Desde hace mucho tiempo, los herederos de
este santo, pequeño
de cuerpo, grande de espíritu, somos conocidos por un nombre derivado de su
apellido y traducido a numerosas lenguas. De las cuatro ramas originarias -a lo largo del tiempo han ido surgiendo más- de la Familia Claretiana (Misioneros Claretianos, Misioneras Claretianas, Filiación Cordimariana y Seglares Claretianos), solo el
instituto secular Filiación Cordimariana expresa en su nombre habitual la
vinculación al Corazón de María, tan esencial para Claret.
En cualquier caso, más
allá de los nombres, es claro que el espíritu de san Antonio María Claret se ha
derramado sobre multitud de hombres y mujeres de todo el mundo. Algunos
pertenecen a las diversas instituciones fundadas o inspiradas por él. Otros -la
mayoría- se reconocen en su carisma evangelizador sin ningún vínculo institucional.
¿Por qué es un carisma tan atractivo más allá de los tiempos y
lugares? Porque la evangelización en clave cordimariana es siempre una urgencia
actual. En otras palabras, porque el mundo y la Iglesia necesitan que el
Evangelio de Jesús siga resonando como buena noticia y que ésta tenga un sabor cordimariano; es decir, esté marcada por la profundidad, la alegría, la cordialidad
y la entrega. Hoy, fiesta de san Antonio
María Claret, un par de horas antes de celebrar la Eucaristía en la basílica
del Inmaculado Corazón de María de Roma, doy gracias a Dios por este hermoso carisma
compartido con tantos hombres y mujeres alrededor del mundo que nos sentimos herederos de Claret. Como él, quisiéramos dejarnos conducir por el Espíritu de Jesús para anunciar buenas noticias a los más pobres. No nos resignamos a que las cosas sigan como siempre, a ser meros espectadores en este teatro del mundo. Queremos tomar en serio nuestro compromiso de vivir y anunciar lo que para nosotros constituye una fuente de sentido y de alegría: el encuentro con Jesucristo.
Este año es imposible
celebrar la fiesta de Claret sin evocar la beatificación de los 109 mártires, seguidores de Jesús “al
estilo de Claret” que fueron beatificados en Barcelona el sábado pasado. La
prueba de que el carisma de Claret es auténtico es que transforma la vida de muchas personas hasta el punto de hacerlas capaces de entregar su vida por Jesús en condiciones
extremas. Cuando hace un par de días escribí sobre “el
día después”, subrayé que los mártires “con
su entrega denuncian nuestros fáciles conformismos, nuestra tentación de querer
vivir a un tiempo el Evangelio y los contravalores de una sociedad que nos
ofrece también las monedas del poder, la corrupción y la injusticia”.
Claret se hubiera sentido muy orgulloso de ellos porque, en medio de su
fragilidad, hicieron vida la “definición del hijo del
Inmaculado Corazón de María”, especialmente las palabras que dicen: “Nada le arredra; se goza en las
privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias;
se alegra en los tormentos y dolores que sufre y se gloría en la cruz de
Jesucristo”. No hay evangelización auténtica que no pase por la prueba del
sufrimiento. Por eso, en un día como hoy, recuerdo de manera especial a los
muchos hijos e hijas de Claret que están siendo probados en medio de la
enfermedad, la persecución, las dificultades misioneras, la soledad, la
aparente ineficacia apostólica, etc. Cuando asumimos estas situaciones unidos a
la cruz de Jesús se revelan mucho más fecundas que las muchas actividades que
desarrollamos en tiempos de bonanza.
Para que el carisma de san
Antonio María Claret siga vivo, se requieren hombres y mujeres valientes que
acepten formar parte de esta gran familia de hijos e hijas de Claret. Ser claretiano es un hermoso modo de
ser hombre, cristiano, consagrado y apóstol. Estoy convencido de que muchos
jóvenes que parecen atraídos por otros intereses, que se sienten muy alejados
de este mundo, cambiarían de opinión si tuvieran la experiencia de vivir la
belleza de la vocación misionera. No es una vida fácil, pero sí auténtica. No
tiene mucho prestigio, pero es significativa. No promete comodidades, pero sí
una alegría indestructible. No es una vida de relumbrón, pero está llamada a
encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nunca es demasiado tarde
para preguntarse si acaso no es éste el camino que Dios quiere.
Feliz fiesta a todos los
hijos e hijas de Claret
y a todos nuestros amigos.
Feliz fiesta también para ti, Gonzalo...
ResponderEliminarFelicidades!!!!!!!
ResponderEliminarPiluca visontina
Feliz día Gonzalo!
ResponderEliminarFelicidades por vosotros y por la historia pasada y futura de vuestra comunidad. Gracias por vuestra entrega y también por la tuya. Un abrazo.
ResponderEliminarJuan