Hace unos meses publiqué un
librito titulado La
crisis como oportunidad. A lo largo de casi 80 páginas me esforcé por
esbozar un sencillo itinerario “hacia una vida religiosa pequeña y parabólica”.
El librito era fruto de mi propia experiencia. Recupero el título -por otra
parte, bastante
tópico- para hablar sobre las oportunidades que la “crisis catalana” nos presenta.
Percibo algunos síntomas de que estamos entrando en una nueva etapa en la que, tras
la “tormenta perfecta”, se puede intuir un cielo algo más despejado. ¡Hasta
puede salir el arcoíris! Espero no sucumbir a la poesía ingenua. Creo que la
larga y desgastante crisis puede ser interpretada como la oportunidad que se
nos ofrece para replantear juntos y en serio, sin cartas escondidas en la
manga, sin deslealtades mutuas, el proyecto que España necesita en el siglo XXI
dentro de la Unión Europea. Algunos dirán que España ya está pensada y
proyectada, que basta ser fieles a la Constitución de 1978. Otros pensarán que
ya no hay nada que hacer, que todos los puentes se han roto, que lo mejor es
que cada uno vaya por su lado. Yo soy de los que creen que toda crisis, si se discierne
bien y se aprovecha con sabiduría, es una oportunidad para crecer como personas
y como sociedad. Esta no es una excepción, por traumática que parezca en estos
momentos. Xabier Pikaza habla de “sentarse
y ponerse a pensar”. Eso es lo que recomienda Jesús en sus conocidas parábolas
sobre el propietario que, antes de construir una torre, “se sienta” a calcular
los gastos; o sobre el rey que, antes de emprender la guerra, “se sienta” para
saber si puede vencerla con las tropas de que dispone (cf. Lc 14,28-33). Este “sentarse”
significa mucho más que una postura física: implica la actitud de discernir y
proyectar juntos. Después de tantas manifestaciones de diverso signo en la
calle, me parece que ha llegado la hora de sentarse y hablar.
Pero para que estas “sentadas”
sean eficaces, para que la crisis se convierta en oportunidad, hay que superar
la mentalidad controladora y
sustituirla por la estratégica. En otras
palabras, hay que aceptar que la vida no es solo complicada (y, por tanto, susceptible de programación y control)
sino, sobre todo, compleja (y, por tanto, imprevisible, sorprendente). He
explicado la diferencia de conceptos cuando escribí que un
smarthphone no es una rosa. La complicación
es el terreno de los mecanismos (un ordenador, un avión, un teléfono). La complejidad
es el terreno de los organismos; es decir, de la vida. En la complejidad, y
solo en la complejidad, acontecen eventos;
o sea, hechos inesperados que no son, sin más, el fruto de la programación,
sino el resultado de la combinación aleatoria de muchos agentes y factores. La
naturaleza no juega con un solo elemento, ni siquiera solo con elementos que se
relacionan de manera armónica. La naturaleza es una red de relaciones en las
que el caos y la armonía se entrelazan, pero solo en ese juego permanente se
produce el milagro de la vida, aparece lo nuevo. También la Palabra de Dios es
compleja; es decir, incontrolable. Por eso mismo, es portadora de eventos, de hechos que acontecen
imprevisiblemente y que contienen en sí una enorme carga de esperanza.
Jesucristo es el gran evento del
Padre. El Espíritu es el gran evento del
Resucitado. La Iglesia es el evento del
Espíritu.
Creo que nuestra
educación (incluida la educación política) nos prepara, sobre todo, para
afrontar las realidades complicadas, de modo que podamos dominarlas, pero no
nos adiestra mucho para la complejidad, para el evento. Por eso es tan frecuente que en el terreno de la política queramos
comportamos como meros controladores y nos sintamos perdidos cuando suceden cosas que no estaban previstas. Ponemos el acento en los sentimientos (independentistas) o en las normas
(constitucionalistas), olvidando que la vida es mucho más compleja e
irreductible. El hombre complicado
suele ser el hombre de una sola idea fija: independencia, orden constitucional,
etc. A partir de ella, pretende
controlar la realidad compleja sometiendo todo a su punto
de vista, introduciendo una violencia conceptual y verbal que mata la vida. El
resultado suele ser una gran tensión a corto plazo (lo estamos viendo en las
últimas semanas) y un fracaso rotundo a largo plazo (lo veremos dentro de unos
meses si no se cambia el chip). El
hombre complejo, por el contrario, es
un estratega que ha aprendido a sacar
partido de todo lo que sucede: lo programado y lo imprevisible, lo que refuerza
los propios puntos de vista y lo que los cuestiona. Por eso, porque está abierto
a la novedad, se mueve con más flexibilidad en el campo movedizo de la vida y puede progresar. Jesús
fue un experto en interpretar los “signos de los tiempos” (cf. Lc 12,54-59) y
en ofrecer respuestas nuevas que, partiendo de la tradición, no quedaran atrapadas en ella.
¿Qué significaría, en la práctica,
afrontar una crisis como la que estamos viviendo ahora desde la complejidad y
no desde la mera complicación? ¿Cómo se puede aplicar un planteamiento
estratégico y no meramente controlador a la mal llamada “crisis catalana”? Creo
que hay cuatro principios que pueden ayudarnos a transformar la crisis en
oportunidad:
1. Aceptar serenamente la realidad tal como es,
tanto los aspectos armónicos como los caóticos. No se puede transformar lo que no se acepta. Es evidente
que hay millones de catalanes que, por convicción o adoctrinamiento sistemático, quieren la
independencia de España. Hay otros millones que, por sentimiento español o por miedo al cambio, no
la quieren. Este es el hecho objetivo. De nada sirve negarlo, manipularlo o
reaccionar con agresividad. El estratega abre los ojos y se deja impresionar
por la realidad, evitando sucumbir a los prejuicios o los resentimientos.
2. Preguntarse principalmente por el significado
de lo que sucede, y no tanto por
su legalidad o su conveniencia, aunque la segunda pregunta tenga también sentido. Durante las últimas semanas se han multiplicado
los juicios apodícticos que partían de premisas legales (la Constitución no
permite un referéndum de autodeterminación) o de premisas sociológicas (la
gente lo pide en la calle). Ha habido un enfrentamiento entre la legitimidad
legal y la legitimidad popular, lo cual no lleva a ninguna parte. ¿Por qué no
preguntarse qué significa que la gente reclame algo, qué significa garantizar
la democracia con el cumplimiento de la ley? Detrás de cada postura hay uno o varios valores que no se pueden perder. ¿Por qué no explorar con calma los valores que
están en juego antes de oponerlos irresponsablemente? Todos acabaríamos ganando.
3. Procurar descubrir las causas que han producido
la situación actual, y no
detenerse en la condena de los síntomas. Si hemos llegado a una situación como
ésta no es por azar o por un fatum irremediable,
sino por una concatenación de causas que, bien analizadas, pueden ayudarnos a
encontrar la solución. De no hacerlo, cualquier respuesta apresurada será “pan
para hoy, hambre para mañana”. Analizar las causas no significa repartir etiquetas de culpables e inocentes, sino caer en la cuenta de lo que ha pasado, reconstruir el itinerario que nos ha traído al momento actual, percibir con la máxima lucidez posible todos los matices de la situación, sin dejarse dominar por esquemas simplistas que solo consiguen redoblar el propio punto de vista.
4. Cambiar, siguiendo los procedimientos democráticos
normales, todo lo que se pueda cambiar para mejorar la convivencia (incluyendo, naturalmente, la propia
Constitución) e integrar en una visión
más amplia aquello que no se pueda cambiar, sabiendo que, desde un punto de
vista estratégico, el todo es superior a la parte.
Creo que cualquier
pequeño ejercicio estratégico que siente en torno a una mesa a personas con
diversos planteamientos ayudará mucho a encontrar nuevos caminos que son mucho
más ricos y más duraderos que los que ahora defiende a capa y espada cada
bloque enfrentado. En esto consiste precisamente la oportunidad: en descubrir
que la vida pone a nuestro alcance vías mejores de las que nosotros defendemos si
somos capaces de explorarlas juntos y de ser consecuentes con los hallazgos que
se produzcan. Quizá tengamos que acostumbrarnos a los corazones remendados.
Hay dialogos que son imposibles, pero me encantaría estudiar el perfil del mediador y saber cómo se negocia. Buen sábado!!!
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