Esto es lo que falta
para la ceremonia de beatificación de mañana. Escribo estas notas en Vic, a 80
kilómetros de Barcelona. La intensa lluvia de ayer ha dejado paso a un día
soleado, que se está cubriendo de nuevo. Nuestra casa de Vic se va llenando de
invitados venidos de diversas partes del mundo: Alemania, Inglaterra, Italia,
Estados Unidos, México, Congo, Nigeria, Sri Lanka, Guinea Ecuatorial… A las 7
de la tarde comenzaremos la vigilia de oración en
el Santuario del Corazón de María de Barcelona. Es como poner la clave de fe al
comienzo de la partitura litúrgica que se interpretará mañana en la basílica de
la Sagrada Familia. Yo voy a estar en la “cocina”, tratando de que todo esté
coordinado para que los cientos de personas que participen puedan concentrarse
en la oración. Esperemos que, más allá de los símbolos, los cantos y las palabras,
podamos vivir un tiempo de escucha. Sin él, corremos el riesgo de que mañana
todo se deslice por la pendiente de la superficialidad.
Me meto en la
piel de todas las personas que viven la “cuenta atrás” de acontecimientos
importantes en sus vidas. Es como si en las horas previas se activasen en
nosotros recursos que creíamos ya oxidados o desaparecidos. Es probable que
haya una explicación bioquímica para estas reacciones en las que se mezcla la
ansiedad con la creatividad y el espíritu de equipo. El organismo hace un derroche
de energía; por eso, luego suele venir un necesario tiempo de refracción y
descanso. Necesitamos de vez en cuando vivir momentos así. Nos sacan de la
monotonía, ponen en danza nuestros sentidos y, sobre todo, nos hacen vivir
cosas que en la vida diaria permanecen como aletargadas. Algunos recurren al
uso de estupefacientes y sustancias psicotrópicas para conseguir estados
anímicos de alto voltaje. No es necesario. Algunas experiencias los llevan incorporados,
pero no en forma de exaltación vana,
sino en forma de exultación que deja
un regusto de paz y serenidad. La nuestra pertenece al segundo grupo. Espero contaros mañana cómo han ido las cosas.
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