Hace unos 40 años que leí
el libro de Peter Berger que lleva el sugestivo título de Rumor de ángeles. La sociedad moderna y el descubrimiento de lo sobrenatural. Se han
hecho incluso tesis doctorales sobre el pensamiento de este autor, que habla
del cambio de paradigma que estamos viviendo en relación con el hecho religioso:
de
la secularización (ideal moderno) a la desecularización (meta pos-moderna). Es verdad que en estos años ha habido muchos cambios, pero las intuiciones de Berger siguen siendo estimulantes. De todos modos, no creo que este Rincón sea el lugar
más adecuado para un debate académico sobre un asunto de esta envergadura. si así fuera, me temo que muchos
lectores se echarían para atrás, pero hay algunas cosas que quisiera compartir. Lo
hago precisamente hoy que celebramos la fiesta
de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. No es fácil hoy hacer
una teología
de los ángeles, a pesar de que en ciertos ambientes seculares se habla mucho
de ellos. La pregunta es muy sencilla: ¿Cuáles son los signos que, en medio de
esta sociedad secularizada, nos remiten a una dimensión que va más allá del
mundo material o que se transparenta en el más acá de nuestra vida?
Peter Berger habla de
varias realidades humanas que, vividas en profundidad, nos remiten siempre más
allá de ellas mismas, como si fueran ventanas que se abren a una dimensión
trascendente. La más significativa de
las señaladas por Berger es, sin duda, la experiencia del amor, en sus
múltiples formas. No es extraño que así sea porque, en el Nuevo Testamento, se
llega a afirmar que “Dios es amor” (1
Jn 1,4). Esto significa que, cada vez que un ser humano tiene una genuina
experiencia de amor, aunque no lo sepa, aunque no quiera denominarlo así, está
experimentando a Dios. Pero, junto a esta gran ventana, Berger señala otras que
forman parte de nuestra vida: el arte y el éxtasis, las matemáticas y la
música, el juego y el ritual, y, por supuesto, la fe y la esperanza.
Berger acentúa mucho el humor, como una forma excelente de tomar conciencia de
nuestros propios límites y, aunque sea de forma paradójica, aludir a la
existencia de otro mundo. Todo humorista es, en el fondo, un místico porque ha
penetrado en el fondo de la naturaleza humana, ha descubierto sus límites y, sin embargo, no pierde la sonrisa: está abierto a la esperanza.
Sería interesante
preguntarnos cuáles son las ventanas a través de las cuáles vislumbramos el
misterio de Dios desde nuestra propia casa humana. Hay personas de sensibilidad
artística que se estremecen con cualquier manifestación de arte. La via pulchritudinis (el camino de la
belleza) constituye para ellas una vía privilegiada de acceso al Misterio. Hay personas de
mentalidad más racional que quedan prendadas de las matemáticas (y de esa matemática
sonora que es la música) y que encuentran en la racionalidad de todo cuanto
existe una especie de eco de la racionalidad absoluta que es Dios. Es la via veritatis, el camino de la verdad.
La mayoría de las personas perciben la huella del Infinito en las experiencias
humanas que tienen que ver con el dolor, la injusticia, la compasión, la misericordia, el trabajo por la justicia y la paz, la solidaridad con los más pobres. Se
sienten atraídas por la vía de la bondad. Es la via amoris. A menudo, estas vías no son caminos visibles, anchos,
despejados. Se trata, más bien, de intuiciones, destellos, anhelos. O, por decirlo con la metáfora
acústica usada por Berger, de rumores de
ángeles, de sonidos que nos despiertan de nuestro letargo y nos hablan de
una dimensión de la realidad más profunda de la que nosotros percibimos con
nuestros sentidos corporales. Ya decía El
Principito que “lo esencial es
invisible a los ojos”. Creo que siempre será así. Hay realidades que
producen ruido y, por eso, tienden a imponerse a corto plazo. Son las
realidades que tienen que ver con el poder, el dinero y el placer. Parecen las
más contundentes y reales, pero, en el fondo, son efímeras. Hay otras, por el contrario, que
apenas se perciben. Son solo suaves murmullos. Son realidades discretas que
pueden pasar desapercibidas para aquellos que están aturdidos por los ruidos,
pero son, en realidad, las más duraderas porque nos remiten al Misterio que nunca pasa, que es fundamento de todo cuanto existe: “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
Es probable que todos nosotros necesitemos una revisión de los “oídos del corazón” para comprobar si hemos
perdido la capacidad de escucha debido a los potentes ruidos ambientales o, por
el contrario, todavía tenemos la agudeza necesaria para percibir el rumor de ángeles que se escucha en
nuestro mundo.
Como tantas veces te digo, ¡gracias! Habrá que afinar los oídos del corazón para percibir tantos "rumores de ángeles" a nuestro alrededor.
ResponderEliminarGenial!!!
ResponderEliminarMi mayor deseo poder vivir constantemente y mantenerme entre esos rumores y murmullos;
Gracias