domingo, 8 de octubre de 2017

Dios no se cansa

En Roma, este XXVII Domingo del Tiempo Ordinario ya va de capa caída. Hace poco que he llegado a casa después de un fin de semana largo en el santuario de la Madonna di Pietraquaria. Tampoco hoy he dispuesto de un tiempo tranquilo para escribir mi entrada cotidiana a la hora habitual. Con todo, no renuncio a hacerme eco del mensaje que nos propone la liturgia de hoy. Tanto la primera lectura del profeta Isaías como el Evangelio de Mateo hablan de viñas. A los israelitas -también a Jesús- les gusta mucho recurrir a esta bella metáfora. Con el estilo exagerado de los orientales, Jesús se inventa una parábola que, a primera vista, resulta condenatoria de todos los que no han querido aceptar a los siervos y al hijo del dueño de la viña. No es difícil adivinar que, teniendo en cuenta los destinatarios primigenios del Evangelio de Mateo, se refiere a las autoridades religiosas y civiles del pueblo de Israel que no han aceptado ni a los profetas del pasado ni a Jesús, el Hijo. Cuando los oyentes de Jesús (y los lectores de Mateo) consideran que lo lógico es que el dueño acabe con esos malvados, el Evangelio deja una puerta abierta a la esperanza: “Por eso os digo que a vosotros os quitarán el reino de Dios y se lo darán a un pueblo que produzca sus frutos” (Mt 21,43).

La viña del mundo no va quedar infecunda porque algunos de los que han recibido el encargo de cuidarla no lo hagan. Dios sabrá suscitar otras personas que asuman su responsabilidad. Cuando hoy abrimos los ojos y contemplamos las muchas cosas que van mal dentro de cada uno de nosotros y a nuestro alrededor, la tentación es la de sumirnos en la tristeza y la desesperanza: “Esto no tiene remedio. Que paren el mundo, que me quiero bajar”. La política nos está deparando en los últimos días muchas ocasiones para reaccionar con pesimismo. Pero el mundo es algo demasiado hermoso, demasiado divino, como para pensar que cuatro desaprensivos pueden acabar con él. Repasando la historia, caemos en la cuenta de que ha habido otras muchas ocasiones en las que daba la impresión de que se colgaría el cartel “The end” para certificar que habíamos llegado al final. Pero siempre surgen nuevos viñadores (enviados por el Dueño) que son capaces de asumir la responsabilidad de cuidar la viña saqueada o abandonada. Jesús no habla de que el dueño de la viña, tras las experiencias negativas, decida acabar con ella o intervenir milagrosamente. No, lo que hace es entregarla a otras personas que sean capaces de producir frutos.

Es verdad que la lista de las personas que están -o estamos- haciendo este mundo más inhumano es muy larga. No conviene mirar a los demás. Cada uno de nosotros contaminamos la atmósfera colectiva con nuestras miserias y omisiones. Pero es igualmente verdad -más verdad incluso- que hay millones de personas que están purificando esta atmósfera contaminada con el oxígeno de su autenticidad y entrega. El mal hace ruido, pero tiene las horas contadas. El bien suele ser silencioso y discreto, pero es quien siempre triunfa. Pierde algunas metas volantes, pero llega siempre a la meta final. Solo cuando estamos convencidos de esto (no por vano optimismo, sino por la fuerza de la palabra de Dios), podemos afrontar los problemas de cada día con serenidad. Las personas fieles y felices no son ingenuas. Perciben el mal con más crudeza que las inconscientes, pero saben que el “dueño de la viña” no la va a abandonar, por más estragos que hayan producido los malos viñadores. Dios no se cansa de cuidar la obra de sus manos.

3 comentarios:

  1. Querido Gonzalo.
    Tienes el don de servir de espejo para poder contemplarnos de manera clara y certera, pero advirtiendo que esa imagen es invertida y que la realidad está más acá. Siempre agradezco el reconocimiento que haces en tus escritos de la cruda realidad, también de la belleza y sobre todo de la esperanza sin fin, siempre viva. Gracias por tu constancia y por compartir tu interior de forma tan abierta, haces de fuente fresca, siempre.

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  2. Buenas tardes Gonzalo... Yo vuelvo a estar enfadada con Dios. Él no tiene la culpa, pero no tengo dónde echar mi reclamación y ya que estoy muy descontenta con sus emisarios en la tierra pues se lo digo a él. Enfadada con su iglesia por meterse a política y porque un amigo fue a pedir ayuda a un sacerdote y se puso de perfil por decirlo suavemente; al día siguiente mi amigo se suicidó. Sucedió la semana pasada. Compréndeme

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    1. Esta historia me deja sin palabras. Comprendo tu enfado. ¿Qué puedo decir?

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