De Madrid a Tel
Aviv –la “colina de primavera”– hay 3.542 kilómetros. El avión de El-Al se los traga en
unas cinco horas. Vamos en contra del sol. Salimos de Madrid en pleno mediodía y llegamos a Israel con la tarde caída. Lo que sucede dentro
de la aeronave no difiere mucho de lo que sucede en cualquier otro vuelo
comercial. Pero, mientras las azafatas distribuyen las bandejitas de comida,
uno imagina lo que sucedió abajo –es decir en el Mare Nostrum– durante miles de años. Faenas de pescadores de bajura,
batallas navales, viajes comerciales, cruceros de placer, naufragios… Y uno
imagina, sobre todo, lo que sucede hoy: el drama de miles de emigrantes que
intentan llegar a las costas de Italia, España o Grecia y muere en el intento.
Lampedusa, la pequeña isla italiana, se ha convertido en símbolo de esta
batalla desigual entre una barcaza insegura repleta de subsaharianos y un mar
inmisericorde. O quizá los inmisericordes seamos quienes no sabemos cómo gestionar este éxodo de la miseria. El Mediterráeno es ahora un gran cementerio que se traga los
cuerpos de estos hermanos y hermanas nuestros que no alcanzan las costas de su
Europa soñada. Oro por ellos desde los 10.000 metros de altitud mientras surcamos los cielos nublados.
Al llegar al aeropuerto
Ben Gurion de Tel Aviv me sorprende su apariencia. No es éste el
aeropuerto que conocí la última vez que aterricé aquí. Es una construcción
nueva, amplia, funcional y muy bien organizada. Los trámites de inmigración y
de recogida de equipajes se resuelven con celeridad, así que, después de haber
encontrado a nuestro simpático guía Makarios, que habla español con acento puertorriqueño, enfilamos la autopista hacia Nazareth,
adonde llegamos antes de las 9 de la noche. El villorrio de 150 habitantes en
tiempos de Jesús se ha convertido ahora en una moderna ciudad árabe de unos
80.000 habitantes, pero tiempo habrá de hablar sobre este lugar tan cargado de
resonancias evangélicas. Llegamos al hotel Mary’s
Well muy frecuentado por turistas y peregrinos italianos. Cena rápida,
reunión del equipo organizador y descanso. Hoy nos espera un programa intenso.
La mayoría de los
miembros del grupo viene a Tierra Santa por primera vez. Viajando de noche por
la autopista y contemplando las luces de la Nazareth nocturna cuesta mucho
imaginar cómo eran estas tierras en tiempos de Jesús. Hoy, cuando nos movamos alrededor
de lago de Tiberíades y naveguemos por él, todo cambiará. En ese entorno el
paisaje mismo habla. No es necesario pedirle demasiado a la imaginación o
sobrecargar al peregrino con muchas explicaciones. Observo las reacciones del
grupo. Hay como una emoción contenida. Es como si todos estuvieran a la
expectativa. Ayer fue, pues, un día de viaje, de introducción, una especie de
atrio obligado antes de entrar en este gran santuario que es la Tierra Santa.
Yo me he propuesto no quebrantar este clima. Voy a ahorrarles explicaciones
innecesarias. Tiempo habrá de lecturas complementarias. Ahora lo que cuenta es
abrir los ojos del corazón, contemplar y dejarse llevar por la fuerza del
paisaje y de la historia acumulada en este marco único. El viaje no es una
clase de exégesis o de teología. Ni siquiera de espiritualidad. Es, sobre todo,
una emoción. Como el hotel dispone de una buena wifi, iré compartiendo con todos vosotros algo de lo que vivamos, ese punto de vista que no se limita a contar las cosas como si fuera una guía turística sino que intenta explorar los pliegues del corazón. Buen día a todos los amigos del blog desde el pueblo de Jesús de Nazaret.
Gracias por compartir tus impresiones y sentimientos provocados por este viaje maravilloso, deseado por cualquiera persona y más por quienes nos toca enseñar geografía bíblica, sin el privilegio de conocer los sitios frecuentados por Jesús. Disfruta mucho este privilegio que bien merecido está en tu haber como misionero cmf, al servicio de la Palabra.
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