He escrito tantas veces sobre san José en este Rincón, que hoy me cuesta encontrar un enfoque nuevo. Partiendo de los textos reportados por Mateo en el llamado “evangelio de la infancia”, quizá lo que más me llama la atención es la presentación de José como el hombre dispuesto a llevar a la práctica lo que ha descubierto como voluntad de Dios. Encadeno tres textos muy significativos: “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer” (Mt 1,24); “José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto” (Mt 2,14); “Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel” (Mt 2,21).
Es probable que este año me haya fijado en estos versículos porque vivimos tiempos en los que hablamos mucho y hacemos poco. José pertenece a la categoría de los que hablan poco y hacen mucho. Es un hombre contracultural. No lo encontraríamos nunca en las innumerables tertulias radiofónicas y televisivas, ni siquiera entre el grupo de los influencers. José se sentiría muy a gusto entre quienes preguntan qué hay que hacer y a continuación se arremangan para ponerse manos a la obra.
Necesitamos que el “principio josefino” coloree más la vida de nuestras familias y comunidades. Está bien escuchar y guardar en el corazón (principio mariano), moverse y predicar (principio paulino), organizar y liderar (principio petrino), contemplar y amar (principio juaneo), pero necesitamos también subrayar la importancia de la prontitud a la hora de poner en práctica lo que percibimos como voluntad de Dios. Quizás, por eso, san José es tan popular y tan invocado. Se lo ve como un santo atado a la realidad, práctico, resolutivo, que no se pierde en la verborrea e indefinición que a menudo caracterizan nuestros estilos eclesiales.
No es que “del dicho al hecho haya un trecho” -como reza el refrán popular-, sino que a veces hay una distancia astronómica. He sido testigo de reuniones, asambleas y capítulos en los que se discute hasta la saciedad un concepto y un vocablo sabiendo que después la vida seguirá su curso sin tener en cuenta los resultados de esa discusión. Hay personas y culturas a las que les encanta hablar, discutir y programar, pero bastante menos hacer y revisar. Por el contrario, hay personas y culturas que hablan poco y concentran su energía en realizar bien y cuanto antes lo acordado.
José de Nazaret pertenece a la categoría de personas que hablan con sus obras, que practican un silencio elocuente. Es muy probable que, debido a la escasez de datos sobre su figura, proyectemos sobre ella nuestros prejuicios, expectativas, sueños y temores. Conscientes de este riesgo, debemos atarnos lo más posible a los datos -ciertamente teologizados- que nos ofrecen las Escrituras. Y, en cualquier caso, acercarnos a él como intercesor.
Son innumerables los colectivos e instituciones que lo invocan como patrono. Es patrono de la Iglesia católica, de países (como Austria, Bélgica, Canadá, Costa Rica, Corea del Sur, Italia, México, Nueva Caledonia, Panamá, Perú, Vietnam), de colectivos (padres de familia, carpinteros, artesanos, trabajadores, emigrantes, viajeros, administradores, seminaristas y niños por nacer). Es igualmente “patrono de la buena muerte” por considerar que murió en brazos de Jesús y María.
En este año 2024 le pido que cuide de manera especial a la Iglesia (en un momento de fuerte tensión interna) y a los emigrantes (que en muchos lugares del mundo arriesgan su vida buscando un futuro mejor).
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