Hacía tiempo que no vivíamos presagios tan sombríos con respecto al futuro como los que estamos viviendo en estos años pospandémicos. La esperanza de que saldríamos mejores tras el zarpazo de la pandemia se esfumó pronto. Es como si el confinamiento, en vez de hacernos más humanos, hubiese incubado un mundo más agresivo. ¿Qué hacemos ahora? ¿Nos limitamos a levantar acta de una situación que nos supera? ¿O le plantamos cara con la estrategia del Viernes Santo?
Leída la pasión de Jesús según san Juan en este contexto, arroja una luz potente para iluminar lo que nos está pasando. Jesús no va a la muerte como un fracasado, sino como un triunfador. ¡Es el Rey! ¡Es el Camino, la Verdad y la Vida! No hay poder humano o diabólico que pueda contra él. Incluso la muerte, que es a primera vista una derrota, el evangelio de Juan la presenta como el triunfo definitivo.
Este evangelio, en definitiva, no pretende tanto informarnos sobre cómo se desarrollaron los hechos de la pasión de Jesús, cuanto ayudarnos a comprender su profundo significado. Ya desde la primera escena, la del arresto en el huerto de Getsemaní (cf. Jn 18,1-11), Juan, a diferencia de los sinópticos, no menciona las emociones humanas de Jesús. No habla de su agonía, ni de su lucha interior, ni de la oración dirigida al Padre para que lo libre del “cáliz”. Lo presenta resuelto y decidido. No lo apresan los soldados. Es él quien se entrega. Nadie le arrebata la vida, sino que él la entrega libremente (cf. Jn 10,17-18). Con su afirmación “Yo soy” retroceden las fuerzas del mal. Apelando a las Escrituras, Juan quiere animar a los creyentes que temen ser arrollados por las fuerzas del mal, también a nosotros, que vivimos con mucha preocupación el presente y tememos por el futuro.
A diferencia de los sinópticos, Juan sitúa el interrogatorio de Jesús, no en la casa de Caifás, sino en la de su suegro Anás, que controlaba la economía del templo contra la que Jesús se opuso. Para Juan, Anás es el símbolo de las fuerzas del mal, del triunfo de las tinieblas sobre la luz. Jesús se enfrenta a él sin miedo: “Si he hablado mal, demuéstrame la maldad; pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?” (Jn 18,23). Juan dedica al proceso frente a Pilato (cf. Jn 18,28–9,16) el doble de espacio que Marcos. En ese contexto político, estructurado en torno a siete escenas, se presenta con claridad la realeza de Cristo. Barrabás, que significa “hijo de padre desconocido”, representa a todos los bandidos de la historia que han usado la violencia.
En el relato de Juan, el camino hacia el lugar de la ejecución es muy breve: “Jesús salió él mismo cargando con la cruz hacia un lugar llamado la Calavera, en hebreo Gólgota” (Jn 19,17). No se habla de las mujeres que lloran por él, ni del cireneo que lo ayuda a llevar la cruz. Jesús camina solo, con decisión, hacia la meta donde manifestará su “gloria”. Al hablar la crucifixión (cf. Jn 19,18-37), Juan introduce algunos detalles ignorados por los otros evangelistas: por ejemplo, la importancia dada a la inscripción puesta sobre la cruz, la división de los vestidos “en cuatro partes” que simbolizan los cuatro puntos cardinales (Jesús se ha entregado para todos, su sacrificio tiene valor universal), la presencia de la madre al pie de la cruz (Jn 19,25-27), que es más simbólica que real (la mujer es la madre-Israel).
Finalmente, la muerte de Jesús llega de un modo dulce y sereno (Jn 19,28-30). No hay gritos, ni terremotos, ni eclipses. Desde el trono de la cruz, el rey Jesús domina la escena. Solo Juan pone en sus labios las palabras: “Tengo sed” (Jn 19,28), eco del salmo 42,3: “Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo”. Después de haber recibido el vinagre, Jesús dice: “¡Todo se ha cumplido!” e, inclinando la cabeza, entrega el Espíritu (Jn 19,30).
Todavía añade Juan un elemento al que otorga una importancia grande: un soldado clava la lanza en el cuerpo exánime de Jesús (Jn 19,31-37). A la misma hora en que en la explanada del templo los sacerdotes estaban inmolando los corderos pascuales, en la cruz se inmola el verdadero Cordero Pascual. Donando su sangre, Jesús ha salvado a la humanidad del ángel exterminador. Como al cordero pascual, al que según el libro de Éxodo no se le podía quebrar ningún hueso (cf. Ex 12,46), los soldados quiebran las piernas de los dos malhechores crucificados con Jesús para acelerar su muerte, pero respetan el cuerpo ya muerto de Jesús.
Por último, la sangre y el agua que brotan del costado de Cristo cuando uno de los soldados lo atraviesa con su lanza tienen también un gran valor simbólico: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su hijo único, para que quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Tras la muerte de Jesús, Juan no narra la sepultura de un cadáver, sino la preparación del dormitorio nupcial en el que está a punto se recostarse el Esposo. Así es como Juan había presentado a Jesús desde el comienzo de su evangelio (cf. Jn 3,29-30).
Con esta narración gloriosa de la muerte/triunfo de Jesús, los creyentes afrontamos el mal el del mundo con la profunda convicción de que no tendrá la última palabra. Ninguna situación, por adversa que sea, es más fuerte que el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. El Viernes Santo, contra todos los pronósticos, no es el final de nada, sino el comienzo de una vida nueva.
Oración:
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
La entrada de hoy me ha ayudado muchísimo a comprender la lectura de la Pasión, en la celebración de la tarde. Como también me ha ayudado la oración con que la finalizas.
ResponderEliminarMe ha impactado: “Nadie le arrebata la vida, sino que él la entrega libremente”… “El Viernes Santo, contra todos los pronósticos, no es el final de nada, sino el comienzo de una vida nueva”.
Gracias Gonzalo por ayudarnos a vivir un Viernes Santo diferente, facilitándonos la profundización del Misterio que celebramos.