Cuando me apresto a escribir la entrada 2.347 de este Rincón, ya un poco amarillento, miro de reojo el papel en el que tengo la lista de cosas por hacer y me entra un leve escalofrío. Soy de los que encuentran regocijo en ir tachando de la lista las tareas hechas, pero ese pequeño placer no compensa la preocupación por las aún no realizadas. Siempre me acuerdo del viejo axioma “serva ordinem et ordo servabit te” (guarda el orden y el orden te guardará), aunque la sabiduría del dicho latino no basta para hacer las tareas pendientes con entusiasmo.
No sé si es cuestión de la edad, pero empiezo a pensar que la vida moderna es demasiado complicada. Nos pasamos el día atendiendo asuntos, haciendo gestiones, respondiendo correos y mensajes… Al final, uno se pregunta: “¿Para qué sirve todo esto? ¿Es necesario para vivir con sentido y tranquilidad?”. Sé que hay personas a las que se les viene el mundo encima si no están siempre haciendo cosas. No es mi caso. Puedo pasar mucho tiempo sin hacer nada y no me siento culpable, aunque, por desgracia, no tengo muchas oportunidades de experimentar esta situación. Casi me dan ganas de volver a leer el Menosprecio de corte y alabanza de aldea, escrito por el obispo y escritor Antonio de Guevara en 1539. Echo de menos un estilo de vida sencillo, centrado en la oración, en las relaciones interpersonales y en un trabajo discreto.
Si algo puede aportar la vida consagrada en este momento es precisamente un modo de vivir que sea alternativo al que hoy impera en nuestras sociedades aceleradas. Por desgracia, no siempre es así. A veces, más que aportar serenidad, belleza, escucha y esperanza, aportamos nerviosismo, aceleración y desánimo. Si algo me gusta de la antigua Regla de San Benito es el ideal de armonía en medio del caos.
Por eso, no me extraña que haya profesionales que, tras unos años de experiencia laboral extenuante, se sientan atraídos por la vida monástica más que por la vida de las congregaciones apostólicas, demasiado parecidas a su propio estilo de vida, al menos en lo que respecta al cúmulo de tareas que realizar. La casa se llena del perfume de nardo -como recordaremos en el Evangelio del Lunes Santo- cuando sabemos colocar la gratuidad de la amistad por encima de la productividad del trabajo. Ya sé que ambas realidades son necesarias, pero es cuestión de prioridades.
La Cuaresma avanza inexorable. La llamada a la conversión reviste matices diversos según la situación que vivimos cada uno de nosotros. A veces, no se trata de pasar de la incredulidad a la fe, o del pecado a la gracia, sino de un estilo de vida mundano a otro que sepa más a evangelio. Y que, por tanto, lleve las notas de una buena noticia: paz, alegría, compasión, trabajo sereno, etc. Cuando somos jóvenes o de mediana edad necesitamos trabajar para abrirnos camino en la vida, autoafirmarnos y contribuir a mejorar las cosas.
Con el paso del tiempo uno va descubriendo que hay otros caminos más eficaces para mejorar las cosas que no pasan necesariamente por la actividad frenética, por bienintencionada que sea. Normalmente, las personas no necesitan que hagamos muchas cosas, sino que dediquemos tiempo a escucharlas. La “única cosa necesaria” de la que habla Jesús tiene mucho que ver con el paso de la idolatría a la adoración, de lo secundario a lo principal, del dinero al perfume.
Por cierto, ya puedo tachar de la lista de cosas por hacer “escribir la entrada del blog”.
"Las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella". A lo mejor estamos viviendo ese milenio en el que según Ap. 20, 7 el maligno seducirá a muchos . . . Conviene cogerse fuerte de la mano de María santísima.
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