sábado, 25 de febrero de 2023

Apología de la tolerancia


Ayer los periódicos de todo el mundo dedicaron mucho espacio a recordar que se
ha cumplido un año del comienzo de la guerra en Ucrania. El balance es muy triste. No se vislumbran perspectivas de paz a corto plazo. Hoy conocemos un poco mejor a los principales actores de este conflicto. Comprendemos también que las cosas no son tan nítidas como se presentaban al principio. Hay más claroscuros de los deseables y muchos intereses en juego. Quien domina la información se hace dueño del relato. En esto no hemos avanzado mucho. El problema es que no se trata solo de un pulso geoestratégico, sino de una masacre en la que hay miles de muertos y millones de damnificados. Esto no tiene vuelta atrás cualquiera que sea el desenlace futuro. 

Al cabo de unos años nos avergonzaremos, como nos avergonzamos hoy de la Segunda Guerra Mundial, pero volveremos a repetir enfrentamientos semejantes. En los seres humanos hay una propensión al mal que a menudo escapa a nuestro control. La fe cristiana ha explorado este misterio y ha encontrado que el único antídoto eficaz es la gracia de Cristo, pero estos discursos no llegan a las mesas de los políticos. Los razonamientos discurren por otras vías. Lo que la guerra de Ucrania nos muestra a gran escala es lo que sucede a escala menor en nuestras familias y comunidades. ¡Cuántos conflictos y enfrentamientos por falta de un mínimo de tolerancia, comprensión y diálogo! 


Anoche vi en televisión una entrevista a
Hugh Elliot, el embajador del Reino Unido en España. Además de admirar su perfecto español, admiré también la defensa que hacía de la tolerancia, como virtud que nos permite vivir pacíficamente en las sociedades plurales y complejas. Como buen diplomático, insistía en que para él es siempre esencial ampliar horizontes, ver las cosas desde diferentes perspectivas, meterse en el punto de vista de las personas con las que tiene que tratar. Sé que la tolerancia no tiene buena prensa entre quienes creen poseer la verdad y se sienten sus guardaespaldas. Les parece que es una rendición, una concesión a la moda del momento, un signo de oscuridad mental y de fragilidad moral. 

¡Cuántas guerras se han hecho en nombre de la intolerancia! La propia Iglesia tiene una larga historia de actitudes intolerantes que, con el paso del tiempo, se han demostrado inútiles y antievangélicas. Se puede ser muy firme en las propias convicciones y muy tolerante con las ajenas. No hay oposición entre verdad y tolerancia. Según el diccionario de la RAE, tolerancia significa “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. La clave está, pues, en el respeto. Tolerar no significa admitir, sino respetar. Las sociedades maduras se caracterizan, entre otras cosas, porque han desarrollado una cultura del respeto a las diferencias.


La tolerancia va muy asociada con el lenguaje no violento. A menudo me sorprendo a mí mismo haciendo afirmaciones muy categóricas, emitiendo juicios que admiten pocos matices, descalificando las opiniones ajenas. El hecho de ser asertivo no implica ser intolerante. Creo que a todos nos hace bien expresar nuestras opiniones con humildad, usando fórmulas que indican una actitud de respeto: “A mí me parece que”, “Según lo que yo he podido comprender”, “Desde mi punto de vista”, etc. De este modo, estamos dejando la puerta abierta para que nuestro interlocutor se sienta libre para expresar una opinión diferente. 

Por el contrario, cuando usamos fórmulas como “Es evidente que”, “No hay ninguna duda de que”, estamos cerrando las puertas a un diálogo constructivo. La tolerancia va unida siempre a la humildad, el respeto y las puertas abiertas. Es probable que se pierdan algunas batallas, pero desde luego se gana el sueño de la paz y de la convivencia pacífica entre personas que tienen distintas creencias o prácticas. Si esta actitud ha sido necesaria siempre, se hace imprescindible en las sociedades multiculturales y complejas en las que hoy vivimos. El “pensamiento único” es propio de los regímenes totalitarios, no de las sociedades abiertas y democráticas.

4 comentarios:

  1. Cuanto más uno se cree, sea en el tema que sea, poseedor de la verdad, más intolerante es, se cierra a nuevas visiones.
    He observado que las personas más sencillas son las que saben comprender mejor las situaciones que se presentan, analizadas sin complicaciones, intentando descubrir de donde vienen las raíces y son sumamente sabias para tomar precauciones y no sentirse provocadas por las que no tienen los mismos puntos de vista.
    En situaciones familiares hay más intolerancia de la que nos podemos imaginar.
    Gracias Gonzalo por ayudarnos a analizar la intolerancia desde gran escala a pequeña escala… En muchos momentos caemos en ella sin ser conscientes de ello. Reflexionar sobre ella, nos ayuda a descubrir hasta qué punto puede llegar la nuestra y la de muchos.

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  2. Y quizás sea bueno proponer una espirtualidad del Amo Grande... pues cuando las diferencias se ideologizan y se encarnan en poderes politicos que ejercen violencia institucional colectiva, se anula el dialogo y la virtud de la tolerancia. Solo quedará la posibilidad del Amor Grande, de profunda Fe transcendente, incluso martirial, que valida el triunfo de la Paz, mas allá del deseo natural de un
    resultado inmediato.

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  3. Y quizás sea bueno proponer una espirtualidad del AMOR Grande... pues cuando las diferencias se ideologizan y se encarnan en poderes politicos que ejercen violencia institucional colectiva, se anula el dialogo y la virtud de la tolerancia. Solo quedará la posibilidad del Amor Grande, de profunda Fe transcendente, incluso martirial, que valida el triunfo de la Paz, mas allá del deseo natural de un
    resultado inmediato.

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  4. Cuándo pinwn Ucrania en la tele, cambio de cananal. Cuantísimas guerras hay en el mundo a las que no hacemos caso, ni nos ponen nada sobre ellas? Un horror. Quiero la pqz por encima de todo. Fdo.: María Luisa Bartolome Sánchez. Salud y saludos, amigo Gonzalo

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